Clara K.
Cuando abrí la puerta, jamás imaginé que vería a Ainhoa cara a cara, con muchas emociones surcando su rostro, enojo, tristeza, decepción; su maquillaje estaba corrido, su rostro completamente rojo.
Abrí la puerta con la esperanza de que sea Lucas, aunque yo le haya dicho que no le quería ver. Mi decisión acerca de mi relación con él ya estaba tomada, no podría seguir con una persona que odiaba a su propio hermano por ser el producto de una infidelidad. Mi bebé tenía el mismo origen, pero no por ello merecía el desprecio de nadie.
Había dejado el anillo de compromiso sobre la mesita de noche, junto a una carta de despedida, donde me abría completamente hacia él y resaltaba lo que estaba mal. Algo que no quería para mi hija, porque ella sería lo primero, ante todo, incluso antes de mí.
Cuando Ainhoa me apunta con el arma, la presión se me baja, mi cuerpo se congela de inmediato, lo único que temía era la vida de mi bebé. Marcos intentó tranquilizarla, pero nada de eso pudo evitar lo que venía a continuación.
El primer disparo hizo que Marcos se abalanzara sobre mí cubriéndome de cualquier daño, protegiendo la vida de nuestra hija, caímos al suelo y los dolores en mi vientre, abdomen y piernas me paralizó al punto de hacerme llorar, volteo hacia donde estaba Marcos y él tenía sangre en la boca, intentaba respirar, pero se le dificultaba, balbuceaba y le comprendía algunas palabras.
-No hables – le supliqué con la voz entrecortada.
-Cuida – tose y cierra los ojos – La amo.
-Por favor.
Muevo mi mano y alcancé a rozar la suya, lo miré con impotencia, mientras sus ojos se iban cerrando .
-Perdón. – son sus últimas palabras.
El dolor en mi cuerpo era indescriptible, luego siento como algo caliente baja por mis piernas y el dolor en la espalda incrementa, no podía soportarlo más, mis ojos van perdiendo fuerza y comienzan a cerrarse, luché por mantenerlos abiertos, pero se me hizo imposible.
Nada es fácil, cada paso en nuestra vida conlleva un gran esfuerzo. Para convertirme en la mujer que era, debí pasar por muchos obstáculos, pero nunca le di mucha importancia, siempre ponía mi mejor cara para enfrentarlo, pero llega un momento donde te rompes, donde caes profundo y tus fuerzas están desgastadas, no hay motivación, la vida no tiene el mismo sentido. Es ese punto donde te quiebras y no hay reparo, donde te cansas de dar lo mejor sin ver mejoras, porque todo lo que recibes es desgracias tras desgracias.
Es lo que sentí cuando desperté del coma, había perdida mucha sangre, la presión se me había bajado y habían encontrado anomalías en mi cuerpo; mi bebé había nacido prematuro, estaba en una incubadora luchando por su vida, porque le encontraban las mismas anomalías que a mí, incluyendo Apnea del prematuro, lo cual era normal por la inmadurez de su sistema respiratorio, y retinopatía. Estaba siendo evaluada por especialistas para ayudarla.
Marcos murió, llegó sin vida al hospital. Sus padres habían viajado y la mujer que amó hasta el final de su aliento se hizo presente, llegó a la habitación que me encontraba justo después de despertar y se desahogó conmigo, fue ahí que me enteré que él había partido.
Sintí como si echaran hielo a mi sangre, el aire de mis pulmones me abandonó y mis ojos se cristalizaron, entré en un estado de histeria, mi llanto incrementó, comencé a gritar, el dolor físico de mis heridas era lo poco que podía sentir, sentía que el problema de todo era yo, las palabras de Ainhoa comenzaban a tener sentido en mi cabeza. Las enfermeras sacaron a la ex prometida de Marcos, intentaron tranquilizarme, pero era en vano, quería salir del hospital y desaparecer, no quería vivir. Todo había sido mi culpa. Todo.
Poco a poco fui perdiendo la fuerza en mis extremidades hasta caer completamente en la inconsciencia, me había inyectado un tranquilizante, mis heridas se abrieron, también había recibido algunos proyectiles y uno había rozado a la niña. Los padres de Marcos estuvieron a mi lado todo el tiempo, fue lo que ellos me habían contado. No me daban más información, ni siquiera del avance de mi hija, yo tenía una sustancia extraña en mi sangre y un problema cardiovascular que cada vez incrementaba, algo anormal, los doctores no podían explicarlo, mis pies se hinchaban, mi presión incrementada y las pequeñas taquicardias no aseguraban mi vida.
Me hicieron una anamnesis del antes y durante de mi embarazo, lo que había consumido, medicamentos, problemas, caídas, entre otras cosas. Les había mencionado que solo había ingerido la comida que normalmente consumía, las vitaminas recetadas por mi doctor y nada más. No hubo ni una caída, la única emoción fuerte fue el atentado de Ainhoa.
-Hola Clara – Saludad una enfermera - ¿Cómo te has sentido hoy?
Volteo mi mirada hacia la ventana.
-Tus suegros están con tu hija, ellos…
-No son mis suegros. – hablo con frialdad.
-Cierto, disculpa mi equivocación. – sonríe amable y cierro los ojos.- Cuando te mejores, podrás ir a ver a tu pequeña.
Silencio, no digo nada.
-¿Has pensado qué nombre le pondrás?
La puerta se abre e ignoro todo lo que pasaba a mi alrededor, ¿Cómo podría estar disfrutando de la vida cuando Marcos había perdido la vida por mi culpa?
-Clara – reconocía esa voz, abro los ojos.- Te traje fruta.
Leonardo levanta su mano mostrándome una bolsa blanca.
-¿Ha vuelto a hablar?
Le pregunta a la enfermera que estaba poniendo medicamento en mi suero.
-Muy poco, en la mayor parte del tiempo se mantiene en silencio.
Cuando termina de poner medicamento en mi bolsa de suero sale, vuelvo a mirar hacia la ventana que no tenía nada interesante.
-¿Cómo estás? – silencio.- Nunca pensé que Ainhoa hiciera eso.
El ritmo de mi respiración incrementa al escuchar ese nombre.
-¿Mi hermano se ha comunicado contigo?
Su hermano… ¿cómo podría comunicarse conmigo cuando estaba dispuesta a abandonarlo? Niego.
Editado: 01.07.2024