Lucas B.
Las voces, las risas, los insultos, el llanto, se pierden en las celdas de la prisión. El olor a moho, orín, suciedad y sangre inundaban mi olfato. Cada hora que pasaba era una tortura. Los pasos de los guardias se escuchaban cada veinte minutos, la oscuridad invade la prisión, lo único que iluminaban eran focos apunto de quemarse.
Desde el primer día que pise este lugar recibí insultos, golpes, como los presos le dicen, la iniciación. Robert pagó para que me cuidaran la espalda, para que no me mataran cuando este durmiendo, me depositaba para poder pagar mi comida, útiles de aseo y para poder llamar. Si me descuidaba, me robaban el dinero y no podía hacer ni reclamarle a nadie, se suponía que la prisión era un lugar para reformar la conducta del ciudadano, pero la verdad era que esto es como la universidad de la delincuencia.
—Hey escritor — Pacho levanta su mano para llamarme, me acerco a la mesa con mi bandeja de comida.
Tenía veinticinco años de condena, por haber matado a una mujer, con mayor precisión, su ex pareja. La defensa lo acusó por feminicidio, pero su defensa alegó que para serlo él necesitaba haber mostrado odio hacia el sexo femenino, caso que pacho no mostraba, porque no sentía ni un rencor hacia las mujeres. Su delito se clasificaba como homicidio pasional, por una ola de celos, desencadenó su furia, la cuál hizo que arremetiera contra su pareja y terminara muerta.
Antes de estar en estas cuatro paredes, nunca me había importado las definiciones como tal y siempre estaba a favor a cualquier cosa que dijeran, si la multitud decía que era feminicidio, pues así lo era. Si la mujer decía que había sido abusada, así lo era; pero desde que tuve que pasar por toda esta mierda, mi perspectiva cambió.
En la cárcel he entendido que no toda la muerte de una mujer ocasionada por un hombre se considera feminicidio, aunque la prensa así lo clasifique, muchas de las muertes han sido por celos, muy poco por odio. Si nos centráramos objetivamente en el problema, supongo que ya lo hubiésemos solucionado.
Mañana cumplo un año y tres meses en esta prisión, Robert me ha prometido que de este mes no paso, no sé si agradecerle a Ainhoa por haber matado al padre de Elaine, pero gracias a esa locura, todo el panorama a cambiado.
Luego de terminar de almorzar y llevar mi bandeja hacia el comedor, camino hacia los teléfonos y hago mi fila para poder hacer mi llamada.
—Tú no me entiendes — se queja un hombre negro, gordo que estaba en llamada. — Claro, como tú estas afuera haciendo tu vida, te importa una mierda lo que suceda conmigo, ¿ya tienes a otro?
Aquí era siempre lo mismo, quejas, insultos y más quejas. Todos llamaban a sus familiares para pedir dinero porque ya no querían morirse de hambre o a quejarse de que los habían olvidado ahí dentro. Desde que llegué no he recibido ni una visita de mis padres, según Robert ellos estaban tan ocupados para venir a ver como estaba; por otra parte, mi hermano me ha venido a visitar muchas veces, pero me he negado a recibirlo. No quería sus burlas, su lastima. La fila va avanzando hasta que llega mi turno.
—¿Hola? — su voz cálida hace vibrar todo mi cuerpo.
—¿Cómo estás? — es lo primero que respondo .
Se escucha un silencio tortuosos.
—Las cosas están bien.
—¿Elaine?
—Está bien.
—Por favor Clara, dime la verdad. ¿Cómo está la bebé?
Luego de haber leído la carta que había dejado, mi corazón se desgarró, se inundó de dolor y odio, no por ella, si no por el mundo, por la sociedad, por Ainhoa.
—Ha estado mejor. He tenido que regresar a Lima, porque necesita estar en constante evaluación.
Quería preguntarle como estaba ella, si se sentía bien, si estaba triste, si comía todas sus comidas, si tomaba sus medicamentos, quería inundarla de preguntas, pero hace meses ella me aceptó estar al lado de Elaine, porque estuve desde que estaba en su vientre y su corazón no tenía el valor para alejarme de la pequeña. Ha recibido mi ayuda, pero seguía negándose a aceptarlo, a veces podía ser tan orgullosa y cabezota que me hacía reír.
—Robert se comunicará contigo, Elaine necesita el mejor tratamiento —. su falta de respuesta me hizo sonreír.
—¿Tú estás bien? — su voz sonaba preocupada.
Asentí sabiendo que no podía verme.
—Estoy bien preciosa, es como estar de vacaciones aquí dentro. — mentí, era un infierno.
La llamada no duró mucho, ya sabía cuantos minutos podía tener su atención, solo cuatro hermosos minutos de los cuales me daban felicidad cada dos semanas, Pacho me aconsejó que no la llamase todos lo días, porque la podría alejar y eso era lo que menos quería.
—Nunca debes de creer en las mujeres — escucho como se queja Fran, el más viejo de la celda. — Son venenosas, te seducen con sus miradas angelicales y cuando menos te lo esperas te clavan un puñal llevándose todo, adueñándose de tu casa y metiéndole ideas estúpidas a tus hijos de que eres el peor hombre de la faz de la tierra.
—Casi matas a tu hijo. — Le reprocha Pacho.
—Se lo merecía, por desobediente, pero la gente de ahora es una escandalosa. A su edad mi padre me golpeaba con la faja del carro y mírame, estoy vivo, no me he muerto.
Editado: 17.11.2025