Nuestra historia

Mensajes entre Sombras ll

Cuarto capitulo ll (Katya)

No sé en qué momento el tiempo empezó a perderse entre notificaciones, respuestas rápidas y silencios calculados. Lo único que sabía era que llevaba horas hablando con él. Con Julián. Ese chico que, sin foto mía, sin nada que lo convenciera, decidió quedarse en el chat.

Era raro. Yo no solía confiar en nadie, y mucho menos en alguien como él: directo, sarcástico, peligroso en cada palabra. Y aun así… me quedé.

La conversación empezó con frases serias, casi filosóficas, sobre la distancia y los juegos. Pero poco a poco fue cambiando de tono. Hubo un momento en que él soltó una opinión tan seca que no pude evitar responderle con una sonrisa irónica desde mi lado de la pantalla:

Eres un amargado.

Su respuesta llegó tan rápido que casi pude escuchar su voz en mi cabeza.

Como te dije… a ti te gusta hablar, y eso a mí me atrae. No eres la típica de “hola, ¿cómo estás?”.

Me quedé observando el mensaje, sintiendo ese cosquilleo extraño en el estómago. No era la frase en sí, era el hecho de que la escribió él. Julián, el mismo que parecía cortante con todos, admitiendo que algo mío le atraía.

No lo pensé demasiado y decidí seguir jugando.

Entonces dime, ¿qué haces ahorita?

La burbuja de “escribiendo…” apareció enseguida.

Jugando. Y tú, mi fea.

Me quedé congelada por un segundo, no por la palabra “fea”, sino por el “mi”. El maldito “MI”. Dos letras que cambiaron todo el peso del mensaje. Era posesivo, descarado y peligroso… y me gustó más de lo que debería.

No contesté de inmediato. Quería que pensara que me daba igual, cuando en realidad mi corazón estaba latiendo demasiado rápido.

Nada, aburrida. Pero parece que tú sabes cómo entretener.

Lo imaginé sonriendo con esa mueca suya mientras respondía:

Siempre sé cómo entretener… pero contigo es distinto.

Me mordí el labio, sin saber si quería seguir provocándolo o simplemente dejarme llevar. Y al final, lo hice: me dejé llevar. La charla cambió de tono, más ligera, más natural. Descubrimos que teníamos mucho en común, más de lo que hubiera pensado: la música, las películas que odiábamos, los libros que me devoraba y que él decía que nunca tendría la paciencia de leer, aunque me pedía resúmenes como si en secreto sí le interesara.

Hubo risas. Hubo silencios que no pesaban. Hubo frases que parecían escondidas entre líneas, como si ambos tuviéramos cuidado de no decir demasiado, pero al mismo tiempo confesando más de lo que imaginábamos.

El tiempo voló. Cuando miré la hora, casi me atraganto de sorpresa: 4:30 de la madrugada.

—¿Que no piensas dormir? —escribí entre risas—. Ya casi sale el sol y nosotros acá.

No soy de dormir mucho. Pero contigo… el tiempo pasa más rápido.

Me quedé con el teléfono entre las manos, intentando no sonreír como una idiota. Había algo distinto en él, algo que no encajaba con su fama de frío y cortante. Y tal vez eso era lo que me estaba atrapando: ver el contraste, la grieta en el muro que parecía imposible de atravesar.

Antes de cerrar la conversación, mientras los dos peleábamos contra el sueño, solté un mensaje que al principio pensé que sonaría tonto, pero lo envié de todas formas:

—¿Besties?

Pasaron unos segundos eternos antes de que apareciera la notificación:

Si quieres. Pero recuerda algo, Katyayo no soy de los que cumplen las reglas de los mejores amigos”.

Me quedé mirando esa última frase, con el corazón latiendo demasiado fuerte para ser solo por un chat. Apagué el celular, con una sonrisa que no quería admitir… y con la certeza de que esa madrugada no iba a olvidarla nunca.




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