Quinto capitulo (Katya)
El sonido del despertador me atravesó la cabeza como un golpe. Eran las 8:00 de la mañana y apenas había dormido tres horas y media. Sentía los ojos pesados, la mente nublada, y aun así lo primero que hice, incluso antes de moverme de la cama, fue estirar la mano hacia el celular.
Ni siquiera me levanté, apenas abrí los ojos y lo desbloqueé con un gesto automático, como si necesitara comprobar algo urgente. El corazón me latía con una prisa extraña, absurda… como si esperara encontrarme con algo que, en el fondo, ya sabía que no iba a estar ahí.
Julián.
Deslicé la pantalla con los dedos temblorosos, revisando las notificaciones. Nada. Ningún mensaje. Era lógico. Si hubiera escrito, ahí estaría, esperándome como una especie de salvavidas. Pero aun así revisé, una y otra vez, como si al insistir algo pudiera cambiar.
Suspiré, mordiéndome el labio. “Tal vez todavía está durmiendo”, me dije en voz baja, como si así pudiera justificar el vacío de la pantalla.
Y entonces, sin pensarlo demasiado, volví a entrar a su perfil. Ya lo había visto cientos de veces desde la madrugada, pero ahí estaba de nuevo, observando su foto como si esa imagen tuviera la capacidad de responderme a todas las preguntas que me estaban carcomiendo.
Su foto de perfil no tenía nada del otro mundo. Y, sin embargo, había algo en ella que me resultaba adictivo. Una especie de vicio silencioso. Cada vez que la miraba sentía un nudo en el estómago, un cosquilleo que no sabía si era ansiedad o pura curiosidad disfrazada de algo más.
¿Era normal esto? ¿Mirar una foto como si pudiera leer en ella los secretos de la persona detrás? ¿Entrar al mismo perfil diez veces en menos de una hora solo para confirmar que sigue igual?
Me sentí ridícula, pero no dejé de hacerlo.
Dejé el celular a un lado, tratando de convencerme de que debía dormir un poco más, pero a los dos minutos ya lo había agarrado otra vez. Mis ojos se fueron directo a la foto de perfil, como si fuera un reflejo automático. Era enfermizo.
Me quedé mirándola tanto rato que perdí la noción del tiempo. Y entonces, en un arrebato, escribí lo primero que se me vino a la mente:
“Buenos días.”
Lo envié y me quedé observando la pantalla, esperando ver esos tres puntitos de escritura que nunca aparecieron.
El silencio me golpeó de nuevo, y ahí fue cuando la pregunta empezó a martillar en mi cabeza:
¿Y si ya estaba sintiendo algo por él?
Sacudí la cabeza con fuerza, enterrando la cara en la almohada. “Estás loca, Katya. ¿Cómo podrías estar sintiendo algo por alguien que ni siquiera conoces realmente? ¿Alguien con quien apenas has intercambiado unas cuantas frases detrás de una pantalla?”
Era absurdo. Totalmente absurdo. Pero la realidad era otra: no dejaba de pensar en él. No dejaba de escuchar su voz inventada en mi mente al leer cada palabra que me escribía, ni podía evitar recordar cómo me había dicho “mi fea”, como si esa pequeña palabra escondiera algo más de lo que parecía.
Me sentía atrapada en un juego del que no sabía cómo salir. Un juego en el que yo misma me estaba metiendo más y más a cada minuto que pasaba frente a su foto, esperando que en cualquier momento llegara un mensaje suyo a romper el silencio.
“Solo son mensajes”, me repetí como un mantra. “No significa nada. No puede significar nada.”
Pero lo sentía. Ese vacío en el pecho cuando no escribía, esa ansiedad absurda de revisar el celular cada dos minutos, esa sonrisa estúpida que se me escapaba cada vez que pensaba en lo que habíamos hablado la noche anterior.
No era normal. No podía serlo.
Me llamé loca una vez más, hundiéndome en las sábanas con el celular apretado contra el pecho. Y, en lo más profundo, entendí que ya no se trataba solo de curiosidad. Había algo creciendo ahí, algo que no quería nombrar todavía… porque darle un nombre lo haría demasiado real.
Y lo real, con Julián, era lo que más miedo me daba.