Nuestra historia

Mensajes que queman

Setimo capitulo (Julián)

El sonido del celular me arrancó de la nada. Era ella.

Los tres puntitos parpadeaban en la pantalla, ese pequeño indicio de que estaba escribiendo, y de inmediato sentí un nudo en el estómago. No debería importarme tanto, pero lo hacía. Siempre lo hacía con ella.

El mensaje llegó:

"Sí, desayuné hace un rato… pero con hambre de hablar contigo."

Leí la frase dos veces. La primera me hizo arquear una ceja, la segunda provocó una pequeña sonrisa que traté de ocultar. “Hambre de hablar conmigo”, como si supiera exactamente qué decir para molestarme y atraparme al mismo tiempo.

Mi respuesta fue automática, aunque intenté darle un tono frío:

—“Vaya… ya me estaba preocupando de que fueras de esas que no contestan rápido.”

Vi cómo los tres puntitos aparecían otra vez. Esperé, fingiendo indiferencia, pero mi corazón no cooperaba.

"Yo no contesto rápido solo… a cualquiera."

Levanté una ceja. La respuesta era simple, directa… y provocativa. Como siempre, tenía la manera de meterme la curiosidad en vena sin esfuerzo.

—“Claro, claro… solo a las personas interesantes.” —Escribí, y por un instante dudé si debía enviarlo. Pero lo hice.

Su respuesta no tardó:

"¿Me estás llamando interesante, Julián?"

Sonreí. Por dentro, mis pensamientos eran un caos. “No sé si quiero admitirlo… pero sí, me gustas y me intrigas”, me decía mi cabeza. Pero no podía ponerlo así. Así que respondí con lo único que se me ocurrió:

—“No, no… solo hago observaciones.

El silencio que siguió fue breve, pero suficiente para que mi mente empezara a imaginar todo tipo de escenarios. Su mensaje siguiente apareció de repente:

"Observaciones peligrosas, creo…"

Reí solo, apoyando la frente contra la almohada. Cada mensaje suyo era como un pequeño juego de ajedrez. Tenía que calcular mis palabras, medir mis emociones y, aun así, perderme en el intento.

—“Tal vez… pero a veces lo peligroso es lo que más vale la pena.” —Escribí, más confiado ahora.

Ella tardó un poco más en contestar, y yo aproveché para observar mi reflejo en la pantalla apagada del celular. No podía negar que esto me estaba afectando más de lo que quería. Cada palabra suya me desarmaba un poco más, y lo peor era que disfrutaba la sensación.

Finalmente llegó su respuesta:

"Hmm… entonces supongo que eso nos hace un par de idiotas peligrosos."

Sonreí, genuinamente esta vez. “Sí… idiotas peligrosos”, pensé. Era extraño sentir tanto por alguien que solo conocía detrás de una pantalla. Y aun así, había algo adictivo en cada mensaje, en cada pausa, en cada intento de provocarme.

Dejé el celular sobre la cama y me recosté, pensando en lo absurdo que era todo. Apenas nos conocíamos de verdad, y ya sentía que ella tenía más poder sobre mí del que quería admitir.

Pero eso estaba bien.

Porque, por primera vez en mucho tiempo, no quería alejarme.




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