Nuestra historia

Bajo las luces violetas del colegio II

Octavo capitulo (Katya) II

El pasillo estaba casi vacío. El sonido de los pasos de Katya e Irina resonaba suave entre las luces amarillentas del techo. A esa hora, el colegio tenía otra atmósfera: más tranquila, más íntima. El viento colaba un murmullo entre los árboles del patio, y el eco de las voces lejanas se mezclaba con el olor del café recién hecho del kiosko.

Irina hablaba sin parar, quejándose de los ejercicios de matemáticas, del profesor de inglés y de lo aburrido que era el proyecto de ciencias. Katya la escuchaba a medias, con la mente en otro lugar… o mejor dicho, en otra persona.

El mensaje seguía esperándola.
Su celular vibró otra vez en el bolsillo.

—¿Vas a ver quién es o piensas ignorar al pobre chico? —dijo Irina, dándole un codazo con una sonrisa pícara.

Katya rodó los ojos.
Ni siquiera sabes si es él.

Por cómo te tiembla la mano, ya lo sé —replicó Irina entre risas.

Katya negó divertida, pero finalmente sacó el celular. La pantalla se iluminó con su nombre: Julián 💬
Sintió un leve salto en el pecho antes de abrir la conversación.

Julián:
Apuesto a que estás en clases todavía. No sé cómo puedes con eso tan tarde.
Yo ya estaría dormido.

Una sonrisa involuntaria se formó en sus labios. Podía casi imaginar su voz fría diciendo eso, con ese tono despreocupado que usaba para esconder lo que realmente sentía.

Katya:
No todos somos unos dormilones.
Además, de noche el cole se siente distinto… me gusta.”

No pasaron ni treinta segundos antes de que los tres puntitos aparecieran.

Julián:
“¿Te gusta o te inspiras para molestarme?”

Katya:
Las dos cosas.”

Irina se inclinó sobre la mesa intentando leer.
—¿Te está escribiendo, verdad? ¡Ay, Katya, mírate esa sonrisita!

Cállate —respondió Katya entre risas, empujándola con suavidad—. Pareces mi mamá.

Julián:
Eres insoportable.”

Katya:
Pero asi te agrado.”

Tardó unos segundos en responder, y ese silencio digital bastó para que el corazón de Katya empezara a latir más rápido.

Julián:
Tal vez sí.
Pero no se lo digas a nadie.”

Katya soltó una pequeña carcajada. Guardó el celular boca abajo sobre la mesa, tratando de ocultar la sonrisa que no podía borrar. Irina la observó con curiosidad.

—¿Y? ¿Qué te puso?

Nada importante —respondió Katya, mordiéndose el labio—. Lo de siempre.

Irina alzó una ceja.
Ajá. Lo de siempre… que te deja tonta mirando el teléfono.

Katya no respondió. Solo tomó su vaso de café y miró por la ventana, hacia el cielo oscuro sobre el patio. Las luces del colegio se reflejaban en los charcos del suelo, y en ese instante sintió algo que no supo explicar: una mezcla de calma, nervios y emoción.

El mensaje seguía ahí, brillando en la pantalla como un secreto compartido.
Y aunque fingió que no le daba importancia, en el fondo sabía que esa conversación con Julián se estaba volviendo algo más.

Algo que la hacía sonreír sin querer.
Algo que empezaba a darle miedo y ganas al mismo tiempo




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