Nuestra vida como Archiduques

Capitulo 6: El Heredero

Esperen nuevo capitulo cada Domingo!!

***

Fue una semana de viaje.

Recorrieron largos caminos, atravesaron bosques e incluso hubo un tramo en el que debieron cruzar un lago cuyas aguas eran de un inusual tono lila. En realidad, todo en Adamas parecía teñido de colores que no le correspondían. ¿Árboles con hojas y troncos azules? ¿Aguas que reflejaban todos los colores del arcoíris? Sin mencionar que la tierra misma parecía una fuente inagotable de pigmentos.

Ese último detalle lo descubrió gracias a Eldin. Cada vez que encontraban un nuevo tono de tierra, él detenía la caravana y recogía muestras en los extraños canastos que iba tejiendo mientras avanzaban. Cuando sus amigos le preguntaron al respecto, les explicó con naturalidad:

—Con la tierra fabrico algo que llamo "aquarela". Sirve para pintar.

Su voz tenía el tono despreocupado de quien habla de algo sencillo, pero sus ojos brillaban con orgullo.

—Es un invento mío —continuó—. Lo creé para poder sobrevivir cuando llegué aquí… No es fácil de hacer, la tierra de Adamas está llena de cristales. Si no se maneja con cuidado, los cristales absorben el color, desgarran el lino y pueden lastimar al artista.

Theo lo escuchaba en silencio, intrigado.

—Tengo un cliente en la capital que cada año me pide abastecer a su hija. Es una chiquilla con un talento increíble. ¿Recuerdan el cuadro en la cocina? Aquel que retrata una vista pueblerina desde las alturas. Lo pintó ella con mis aquarelas. Me lo regaló en agradecimiento antes de que terminara la Convención de Artesanías de aquel año. No la he visto desde entonces, solo trato con su padre… pero cada año me envía un cuadro.

—¿Por qué los demás no los hemos visto? —preguntó alguien.

—Los guardo en mi cuarto —respondió Eldin con simpleza, como si no hubiera más que decir.

Todos asintieron, aceptando la respuesta sin más.

Theo, en cambio, no podía dejar de pensar en ello.

—¿Nunca has pensado en ofrecer tu invento a otros nobles? ¿Abrir una tienda?

Le sorprendía la falta de ambición de Eldin. Si lo que decía era cierto y un cuadro tan hermoso había sido pintado con esas aquarelas por una niña… no podía imaginar cuánto estarían dispuestos a pagar los artistas más renombrados. Eldin podría hacerse tan rico como un noble extranjero.

Pensó en alguien a quien podría interesarle. En Silver del Norte había conocido a una dama talentosa que pintaba con sangre y otros fluidos. Sus obras eran extrañas, aterradoras hasta cierto punto, pero innegablemente bellas. Ella solía diluir la sangre en alcohol, ¿qué haría si tuviera acceso a estos pigmentos?

—Nunca me he atrevido a ser codicioso —respondió Eldin, encogiéndose de hombros—. Además, en Adamas no hay escasez de nada. Nunca nos ha faltado ni dinero ni felicidad.

—Deberías pensarlo —insistió Theo—. Es igual que las piezas de madera que ustedes venden. Podrías ofrecerlas en la Convención.

—Jamás podría. Soy un envidioso.

Theo frunció el ceño.

—Eso no tiene sentido.

Eldin acomodó su capa contra el viento. Ese era un detalle curioso que había notado no hace mucho: todos los donceles (nunca había visto a Liora y ninguna mujer usar una en Puerto Edehlan, así que supuso que era exclusivo para los que son como Eldin) que había visto usaban capas que les cubrían de los hombros a los tobillos y tenían un gorro enorme. Pudorosas y hermosas. Finamente bordadas, con colores delicados y adornadas con perlas. Pero no había visto una sola perla blanca.

—A la Convención acuden mercaderes, artesanos e inventores, sí… y todos llevan sus mejores creaciones. Una vez, Aldi fabricó un mueble que sólo podía abrirse si se dibujaba un pictograma en el broche de ámbar que lo sellaba. Lo trajo para venderlo, pero cuando un comprador llegó, no pudo dejarlo ir. Era lo mejor que había hecho en su carrera, ¿cómo soltarlo?

Eldin rió con suavidad.

—Supongo que tantos años con Aldi ya me pegaron sus mañas.

Theo alzó una ceja.

—Eso suena ridículo. ¿Por qué desperdiciar una oportunidad así?

—Lo es —admitió Eldin, con una sonrisa divertida—. Pero así somos. Amamos nuestras creaciones más de lo que amamos venderlas.

Theo guardó silencio. No entendía esa devoción. En Ferrum, el respeto se ganaba con esfuerzo, con títulos, con sangre y estrategia. Pero para Eldin, el legado de su familia no era una carga, sino algo de lo que hablaba con calidez.

A lo largo del viaje, Eldin le contó sobre las desventuras que habían vivido como familia. Theo notó que nunca mencionaba a otros padres que no fueran Liora y Aldi, ni a ningún otro pariente.

Dos días y muchas paradas de recolección después, entraron en la capital.

Era imposible no darse cuenta. A lo lejos, el monumental palacio real adamasí se alzaba con sus torres blancas como la nieve y sus cúpulas púrpuras, donde ondeaban los estandartes del reino con el escudo de los Miranda: una gardenia cristalizada en un campo de uva.

La entrada era igualmente majestuosa. Un arco de mármol blanco con inscripciones en piedras naranjas anunciaba un nombre: ESTRALAR.




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