Nuestra vida como Archiduques

Capitulo 7: Familia Real

—¿Theodore? ¿Theo?

Danell se levantó del trono y caminó hacia él –en realidad, corrió– con una expresión que oscilaba entre la sorpresa y la felicidad. Le revisó la cara con muy poca educación para un príncipe, moviendo su barbilla de un lado a otro, examinando sus rasgos. Pero Theo notó que solo cuando lo miró a los ojos, su primo lo reconoció.

—¡Por la sagrada magia, de verdad eres tú! —Y entonces lo abrazó con fuerza. Danell también se había puesto más fuerte; Theo podía jurar que, con un poco más de presión, le rompería la espalda—. ¡Oh, mi primo querido!

Theo lo abrazó de vuelta, aprovechando el movimiento para respirar y enseñarle la forma correcta con la que se da afecto a la familia. Esa última semana había descubierto que le gustaba dar abrazos: eran agradables. Además, comenzaba a disfrutar de hacer cualquier cosa que fuera en contra de las reglas de Ferrum. Entre las tantas: ser cariñoso.

—Hola, primo.

Danell sonrió en grande una última vez y miró a quienes estaban detrás de su espalda.

—¿Y ellos? ¿Asumo que son tus caballeros de compañía?

—Sí —respondió.

Danell no tenía forma de saber que Cedret era un criminal aurense y Eggie venía de una isla remota.

El príncipe los saludó con la misma efusión.

—¡Qué conveniente que hayáis sido los últimos! Ahora podemos dedicarnos a este asunto. Aunque… considero que sería bueno llevaros a vuestro lugar de descanso aquí en el palacio.

Danell puso una mano en su espalda y los guió por los pasillos con paso seguro, hablando con entusiasmo, aunque Theo apenas prestaba atención.

—¿Mi madre? Está bien, creo que ya estaba acostumbrada a no ver a su padre...

—¿Y los chicos? ¿Por qué no vino Tedros?

—Todos tienen cosas que hacer... Teddy ayuda a Garlan, Trist ganó una mujer hace poco y Gray... Gray le tiene miedo al agua.

Respondía de forma breve pero concisa. Su mirada se perdía en los detalles que lo rodeaban. Desde afuera, el palacio parecía una joya pulida en mármol blanco, brillante bajo el sol, casi irreal. Pero por dentro, el oro lo dominaba, derramándose por las molduras, los marcos de los retratos, los candelabros y las columnas, como si alguien hubiera querido contener el sol entre aquellas paredes.

Las paredes estaban cubiertas con seda tejida: algunos tapices antiguos, otros evidentemente nuevos, algunos con diseños que había podido ver antes en otros continentes. Supuso que Adamas se mantenía al tanto de las tendencias. El color púrpura predominaba en aquel primer sector, en cortinas gruesas que caían hasta el suelo y alfombras que amortiguaban el ruido de sus pasos.

Pero Theo notó un detalle curioso: cada vez que pasaban de una sala a otra, el tono general del entorno cambiaba. Una galería larga decorada en azul y blanco, otra con tonos cálidos de terracota y ámbar, un pasillo corto en el que dominaba el negro con vitrales que arrojaban sombras de colores sobre sus rostros. Era como si cada espacio tuviera su propia personalidad.

No había visto nada parecido en ninguna otra parte del mundo. Ni en Aurum, el país del oro, ni en Cuprum, donde adoraban al Sol y todo adorno era inspirado en él. No había pisado una estructura mejor que esta en su vida.

Cedret silbó en voz baja, claramente impresionado. Eggie no dijo nada; se mantenía pegado a la espalda de su amigo como una sombra leal.

Subieron algunas escaleras y pronto llegaron a un salón casi tan grande como el del trono, pero circular, con aproximadamente seis entradas distintas. Estaba hecho completamente de cristal, aunque los marcos de las puertas parecían tener un tono diferente que él no podría describir. La verdad era que la decoración y la disposición le hacían imposible contar el número exacto. Ahora veía ocho.

Intentó contarlas de nuevo. Ahora eran siete… Theo sintió una punzada en el costado de la cabeza y se recargó, inconscientemente, en Danell.

—¿Mareado, primo?

—Un poco.

—No os preocupéis, solo es así la primera vez. Cuando tengas tu emblema en el pecho, no volverás a sentirlo. Los marcos de vidrio de ópalo son los que te confunden; sus reflejos en las paredes de cristal dan la ilusión de estar perdido. Pero cuando te reconocen como familia, no los verás más.

—Otra cosa mágica... maravilloso.

—No diría que es magia. Más bien, solo es la sabiduría de la naturaleza.

—Desde esta habitación puedes acceder a cualquiera de las habitaciones de la familia real. Pero solamente si también sois parte de la familia. ¿Lo entendéis? Nos protegen. A los extraños les muestra puertas falsas que no llevan a ningún lado. Solo son paredes, y chocan con ellas hasta que sus frentes sangren —el príncipe sonreía, orgulloso—. En realidad son seis: aquella es la de mis padres, luego la mía, la de Aelyn, Amaly, Assilyn, Aislinn...

Danell señalaba las puertas conforme hablaba, pero Theo miraba el techo alto y abovedado, decorado con vitrales que mostraban imágenes de antiguos reyes montando criaturas marinas y alzando espadas al cielo. De forma vaga, pensó que el efecto traslúcido que creaban los vitrales se parecía a las acuarelas de Eldin.

—Y aquella puerta es para el Archiduque. Generalmente es el hermano menor del Rey pero, debido a las circunstancias, es toda tuya. Vamos, os la muestro.




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