Capítulo 11: El retrato
—¡Lorena! ¡Lore, mi pequeña! ¿Dónde es que te habéis metido? ¡Mira, mira niña linda! ¡La Reina Adriel ha mandado lo que nos prometió!
Lorena no tuvo tiempo de formular ninguna idea antes de que su madre entrara corriendo a la biblioteca y revelara el misterio.
—¡El Archiduque ya fue nombrado! ¡Y tenemos su retrato!
Tanto Galy como ella misma se sobresaltaron al verla agitada y ruborizada por la emoción. Aunque no era una imagen fuera de lo habitual siendo que Gisselle Vandeleur siempre había sido así de expresiva y espontánea.
Se acercó a ella y tomó un asiento a su lado en la mesa, desplazando los libros que Galy y ella había estado leyendo anteriormente sobre historia de Silver y Ferrum. Su madre puso una caja de color verde pistache encima, fina y ornamentada en cuyo broche venía el sello real.
Galy lo abrió sin mucha ceremonia, pues le temblaban las manos. Lorena apretó otro libro entre sus dedos, ansiosa. ¿Qué esperaba? No lo había pensado mucho. Se había preocupado más por la actitud, a decir verdad, aunque era muy consciente que la apariencia era importante. Pero ella era lo suficientemente bonita como para elevar la apariencia de cualquier caballero, así tampoco suponía un gran problema.
Al tirarse las paredes laterales de la caja, se reveló el secreto.
Un cuadro descansaba en la base. Marco de madera chapado en oro con alcatraces de oro en las orillas. La imagen de un hombre apuesto retratada desde el pecho a la cabeza justo en el centro.
Lorena reconoció los trazos de Arty, rápidos y precisos. No necesitaba muchos detalles para capturar la esencia real, ese era su distintivo. ¿Habría tenido suficiente tiempo para verlo o el cuadro sería producto de un vistazo veloz en medio del baile de nombramiento? Quizá pida una carta con la explicación al principe.
Por ahora, se dedicó a analizar a su prometido.
Tomó el retrato entre sus manos; Galy y la Condesa aguantaron la repsiración… Esperando su reacción, pero Lorena no les permitió ver una todavía.
El Archiduque se se veía demasiado Adamasí, para ser sincera y no prejuiciosa. De no haber visto su retrato antes, nunca habría podido averiguar que se trataba de él. La cara no estaba llena de cicatrices, ni tenía dibujos en la piel típicos de hombres ferruanos y las telas y cortes de trajes adamasís le quedaban impecables. Mantenía la piel blanca impoluta d ela que había leído pero no el cabello, en su lugar, tenía mechones cortos y amarillos como sus propios ojos.
Lorena tuvo un pequeño brinco en el corazón al imaginarse que el hijo que tuviera con él podría ser parecido a su querido hermano Lyam. Rubio y con ojos amarillos. Aunque tampoco encontraba desagradable que sacara la cabellera morena Vandeleur y los ojos grises del Archiduque. De ambas maneras sería un hermoso niño.
Le dió la vuelta al cuadro sin darse cuenta, y notó una inscripción en tinta verde con la letra de la Reina Adriel.
—Oh… Hay algo escrito detrás—les informó a las otras dos mujeres y procedió a leerla—: “Es un hombre joven, apuesto y alto, claro que sí, pero su complexión no se asemeja nada a la de un oso, más bien tiene un cuerpo atlético y elegante. No habla muy bien la lengua común, pero su risa es bastante agradable así que si lo hacéis reír la conversación puede volverse excelente. Parece tener un carácter más bien retraído y sereno. Si me lo preguntan, creo que formarían una pareja preciosa y darían al mundo hijos igual de hermosos. Apruebo el matrimonio, y considero que vosotras también”
De haber estado aquí, la Reina misma habría podido confirmar sus palabras, pero como no podía ver a Lorena y a su mamá sonreír de oreja a oreja e iluminar la habitación con su risa alegre. Por eso, tuvieron que escribir una respuesta y enviarla a la capital.
“Estamos muy seguras de que comunicó ya nuestra decisión a sus Altísimas Majestades, mi reina, pero de igual forma queremos confirmamos vuestra decisión y le agradecemos la molestia que se tomó para enviarnos tan agradable presente. Lorena y yo quedamos muy complacidas, incluso la servidumbre ha quedado enmudecida de la emoción.
Envíamos nuestros afectuosos saludos a toda la familia real, y os informamos que esperamos con ansias vuestro regreso.
Desde el Valle, hogar dulce como miel, la Condesa Vandeleur envía sus saludos”
Después de eso, Lorena corrió por los pasillos de Vanderley hasta la oficina de su papá. Se acercó a él con la alegría marcada en cada pisada, le abrazó los hombros y repartió besos ligeros por su mejilla, que picaba al tacto por la barba que recién volvía a crecerle.
—¡Mi esposo es increíblemente apuesto, padre!—gritó de emoción una vez más—. ¡Me voy a casar con alguien joven y guapo!
El Conde Leónidas reía por el entusiasmo inocente de su hija,
—¿De verdad?
—¡Sí, claro que sí! Mamá tiene el retrato. Espera que te lo traigo. ¡Tienes que conocer a tu futuro hijo! ¿Dónde está Lyam? ¡Él también debe ver a su hermano! ¡Lyam! ¡Lyam! Ay, papá, se va a caer de cara cuando lo vea. Es hasta más guapo que él.
La carcajada de Leónidas se escuchó en toda la casa. Igual que el grito de Lorena llamando a su hermano, que se encontraba en Puerto Dulce con los mercantes.
#13105 en Novela romántica
#1969 en Novela contemporánea
#amor #desamor #dolor esperanza, #amor #matrimonio por contrato, #noblezayrealeza
Editado: 28.07.2025