Tal y como le prometió a Danell, la semana antes de partir, el Archiduque la dedicó a buscar a la familia de Aldi. Pues, gracias a Amaly, se había enterado de que podía llevarlos consigo si lo creía preciso.
—¿Por qué no? El reino de los Bosques seguro que es el paraíso para un carpintero. Además, tu lugar no tiene muchos pobladores… te serviría llevar una familia más.
Y no se lo tuvo que repetir.
Theo no lo dudó: movilizó algunos soldados a su disposición —pues, por la luna, tenía hasta un pequeño ejército— y salió del castillo junto con los chicos. Pero antes de buscar a la familia, tenían un lugar al que ir: el mercado.
¿Por qué? Bueno, ya que habían venido con prácticamente nada, como dictaba la costumbre marina, Theo usó la riqueza que su nuevo título le otorgaba (aunque aún temblaba al firmar como autoridad) para adquirir por lo menos tres prendas decentes para cada uno de ellos. Pensaron que esa cantidad sería suficiente mientras llegaban a Nellis y llamaban un sastre como les recomendó la reina.
Se podría decir que su lista de compras terminaba ahí, pero pronto vieron que los mercados en Adamas eran engañosos porque una vez que entras, era difícil salir con las manos vacías. A cada pasillo, a cada puesto, en todas las esquinas había un artilugio diferente que llamaba su atención y como era razonable para gente con dinero, lo compraban.
Antes del medio día, ya tenían más de tres prendas, más de cinco capas, habían comido por lo menos cuatro cosas distintas, además de que Eggie cargaba un cofre pequeño lleno de broches de metales y piedras preciosas. El mercader aseguró que tenían encantamientos diversos y quisieron llevarlos todos.
Pronto, Theo retomó la idea que tuvo en el baile de nombramiento, sobre comprar regalos para la familia de Aldi en forma de agradecimiento. Algunos podrían decir que exageraba, pero Theo había meditado esa decisión durante varias noches. Y concluyó que su gesto nacía de una convicción más profunda, alimentada por su madre, una noble adamasí que había renunciado a todo por amor. Ella le enseñó que el respeto no se gana solo con fuerza, sino con gratitud y consideración.
Así, Theo, mitad ferruano y mitad adamasí, se aferraba a la ética híbrida y guiaba su vida con eso. Siendo un muchacho liberal, lleno de voluntad y muy curioso. Si lo pensaba mejor, era culpa de sus padres que él sea tan terco.
Por qué… ¿Un ferruano yendo por ayuda a Adamas? ¿Volviendo al país por una mujer? ¿La noble adamasí yéndose con el extranjero, dejando su apellido y posición? Fueron pocos menos que locos, si se le permite opinar. Cuando los vuelva a ver, les dirá eso mismo.
Encontrar regalos para Aldi y Alaric fue sencillo. Solo tuvieron que pedir cantidades algo desmesuradas de productos de madera, cuñas, y para su hijo, costales enteros de especias extranjeras. Algunos comerciantes se mostraron irritables, pero todo cambió al ver en sus manos los anillos que Eggie insistió en que llevaran los tres, entonces fueron todo reverencias, respeto y también un pequeño hurto, según Theo, que sintió que uno de sus anillos desapareció en medio del ceremonial fingido.
Los obsequios para Liora y Eldin resultaron más complejos. La tienda a la que entraron parecía salida de un sueño: vitrinas flotantes, telas en cascada, luces danzantes entre hilos metálicos y maniquíes de porcelana. Las vendedoras eran mujeres imponentes, de belleza pulida, vestidas con mallas brillantes y exóticas. Su modo de hablar tenía un acento artificial, casi encantado, donde las "r" suspiraban y las "s" se deslizaban como seda.
Al pedir algo para la “tía” Liora, las mujeres respondieron con dulzura y elegancia. Una incluso les ofreció dulces cristalizados de pétalos de rosa, cuyo sabor estaba tan bueno como su presentación.
El que lideró la búsqueda de estos regalos fue Cedret, pues era el único con algo de noción sobre moda fina, gracias a sus años viviendo en un castillo. Theo y Eggie solo podían mirar y opinar desde la periferia.
Todo transcurría con ligereza hasta que Eggie mencionó que también buscaban algo para un doncel, entonces el ambiente cambió de inmediato. Las sonrisas se desvanecieron. Las manos se congelaron. El aire se tensó como si colgara un cuchillo invisible.
—¿Un doncel…? —preguntó una, sin parpadear.
—¿Alguno de vosotros está comprometido con uno? —interrogó otra, con los ojos empezando a arder.
—¿Tenéis un hermano? —susurró la mayor, la más intimidante.
Y de pronto, la primera estalló:
—¡Más os vale que no os refiráis a un amante doncel! ¡Llamaré a la guardia real y me dará igual vuestra nobleza!
La amenaza flotó en el aire. Eggie alzó una ceja, Theo quedó mudo, pero Cedret reaccionó:
—¡Es para el hijo de la Tía Liora! ¡Y él ya está casado!
Y con esa aclaración, como si se hubiera activado un hechizo inverso, las tres mujeres recuperaron su amabilidad. Sonrisas, reverencias, cortesía. Como si nada hubiera pasado.
—Oh, si es así… la ropa para donceles está en una sala más exclusiva.
Los guiaron por un pasillo con cortinas gruesas como muros. Allí, la habitación parecía un altar a lo sagrado. Las prendas para donceles no eran simples atuendos: eran obras de arte. Camisas bordadas con hilos de plata que brillaban solo en ciertos ángulos, túnicas con perlas de tonos suaves, piezas dignas de la realeza. Cedret les comentó que se parecía a las usadas por la princesa heredera de Aurum en su coronación, pero que estas eran aún más espléndidas.
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Editado: 28.07.2025