Cinco meses pasaron demasiado rápido.
Resumirlos hacía uso de apenas tres líneas.
Leer, sellar y redactar documentos; visitar pueblos y resolver problemas de los pobladores del ducado; comer y dormir. Y lo mejor: molestar a Karina Natrelion.
Ujum. Mientras estuvo en el Ducado de los Susurros, eso fue todo lo que hizo. Tan ataviado de trabajo como para siquiera recorrer la fortaleza completa, que era ciertamente colosal.
Se podría decir que, al final de esa temporada, conocía mejor las forjas de hierro que los pasillos de su casa.
Podríamos desperdiciar tiempo y papel describiendo todo lo que fue de la rutina del nuevo Archiduque de Adamas, pero es mejor si dejamos que otras personas hablen de sus actos con el pasar del tiempo. Mejor, centrémonos en aquellas conductas más… privadas que adoptó su alteza. Aquellas que solo el personal de la casa conoce y que jamás se atrevería a divulgar.
Doce mañanas pasaron en la fortaleza de Nellis él y sus amigos antes de cruzarse con el escuadrón de guardias que protegía la propiedad. ¿De qué la protegía? Un oso, nada más y nada menos. Los bosques estaban infestados de dichas criaturas pero había una, grande como una torre y aterradora como la noche que rondaba la colina de los Susurros desde hace generaciones.
Ellos iban de camino al sur de la propiedad, porque Justite les había dicho que podían salir a cazar para distraerse. Nunca habían tenido la experiencia, así que les pareció una buena idea. Al principio fue terriblemente aburrido, pues solo pusieron trampas y esperaron.
Pero no atraparon nada. Theo supuso que era por los muchos guardias que los seguían, pero quizá también fue porque se quedaron a unos imprudentes tres metros de las trampas.
Como quiera que fuere el asunto, optaron por ir a otra área y usar armas de caza típicas de nobles. Cuando le pasaron el arco y la flecha, Theo sintió que no encajaban en sus manos. No tan bien como un tridente. Se preguntó si las criaturas del bosque serían tan fáciles de atrapar como lo eran los del mar.
De nuevo, esperaron detrás de un arbusto alto a que algo se asomara, esta vez encontrando el valor suficiente para pedirle a los soldados alejarse de ellos y darles más espacio para casar. El archiduque seguía sorprendiéndose cada vez que su palabra funcionaba como ley en los oídos de la gente.
—¿De verdad hay gente que vive de esto?— murmuró Eggie, con el ceño fruncido.
—Deben ser alguna especie de magos para atrapar a los animales.
—No pueden pasar, alteza —dijo el líder del escuadrón, haciendo una reverencia rápida.
Theo se detuvo, con las manos en los bolsillos del abrigo. Cedret alzó una ceja. Eggie dejó de reír.
—¿Y eso por qué? —preguntó Theo, sin molestarse siquiera en sonar verdaderamente interesado.
—Por su seguridad, milord. Hay informes de que el oso volvió a merodear los bordes del bosque. Anoche atacó el campamento este. No hubo muertos, pero... uno de los caballos fue hallado con las tripas fuera.
—¿Y por qué no lo atrapan?—preguntó Eggie.
—No es tan fácil, señor —respondió el guardia, bajando la voz como si temiera que el mismísimo animal pudiera oírlo—. Esa bestia no es como las otras. Algunos dicen que ni siquiera es un oso.
Theo los miraba con el mismo interés que siempre ponía cuando se enteraba de algo nuevo.
—¿Y qué se supone que es?
—No lo sabemos. Pero mide más de tres metros, no deja huellas, y desaparece entre los árboles como si se deshiciera en humo. Los perros no le ladran. Y cuando lo hace, cuando ruge… parece un lamento humano.
Un silencio inquietante cayó sobre el grupo. Theo no creía en supersticiones, por más marino que haya sido nunca dejó que el mar le destrozara la cordura, pero había algo en la forma en que el guardia lo dijo, en cómo evitaba mencionar detalles, que le hundió levemente el estómago.
Y entonces pensó en ella.
¿No sería peligroso para su prometida tener una criatura así rondando cerca?
—¿Alguna vez han intentado atraparla?
—No recientemente, mi señor.
—Pero suena a un peligro en potencia…. ¿Si se los ordeno lo harían?
Sus caras dieron la respuesta. Claro que sí, pero preferirían que no.
—¿Y si les pago?
Algunos recompusieron su expresión, pero la mayoría seguía dudando.
—Si hay una recompensa, todos harían fila, su alteza.
No lo pudo evitar, puso una expresión de fastidio.
Claro que aún seguía cerca. Ella jamás se alejaba sin orden.
—¿Recompensa por hacer vuestro trabajo, Capitán?—no se volteó a mirarla, encontró suficiente satisfacción en el silencio que siguió a su frase.
Aún así, vio su imagen en su mente. Karina Natrelion, alta, de cabello rojo y ojos marrones rasgados.
El rencor le brotó de inmediato, como si se hubiera estado cocinando bajo su piel todo ese tiempo. Cuánto se había esforzado por ignorarla. Por odiarla. Por convertir su presencia en una carga más entre las muchas que llevaba. Pero seguía ahí. Como ese lobo invisible del bosque, siempre cerca, siempre al acecho.
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Editado: 28.07.2025