—No dirás absolutamente nada —le exigió a Renzo.
—Danzel, no la lastimes. Primero averigua bien sobre su vida y te aseguro que vas a comprenderlo todo —el empresario se puso de pie y caminó hasta el enorme ventanal, apreciando la ciudad desde la altura, el cielo y el sol que brillaba.
—Dije que no la lastimaría. Lo único que estoy pidiendo es que cierres tu boca y dejes de creerte el héroe también de Chiara. Ocúpate de Cielo y tus sucios pensamientos, que yo me encargo de los míos —Renzo sintió rabia por lo que le dijo, pero tenía que respetar, de la misma forma en que él había respetado su decisión de negar el amor que sentía por su hermana adoptada.
—No diré nada, a menos que le hagas daño —le dijo antes de salir de la oficina y mirar por breves segundos a Chiara, que estaba conectada en su trabajo.
Mientras tanto, Danzel tomó su móvil, sin dejar de observarla. Marcó el número del director del hospital del cual era dueño y esperó pacientemente a ser atendido.
—Señor Wagner —saludó el hombre al otro lado de la línea.
—Necesito saber si Chiara Jones hizo alguna transferencia al hospital —fue directo a su interés.
—Sí, efectivamente. Ella tiene a su madre en este hospital —una sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿En qué estado? —preguntó mientras su mente analizaba cada situación.
—El pago está al día, pero los doctores están insistiendo en que debe ser desconectada —Danzel ahora entendía todo lo que estaba pasando y el porqué su secretaria había estado tan preocupada y triste aquellos días.
—No hagan nada sin pasar primero por mí. ¡Es una orden! —le exigió antes de colgar el teléfono y caminar hasta la puerta. La abrió, quedándose perdido en la silueta de Chiara; no podía creer que ella, la amiga de su infancia, estuviera frente a él, y lo peor era que no sabía cómo actuar. Se sentía furioso y, a la vez, una felicidad invadía su cuerpo entero.
—Señorita Jones, a mi oficina —Chiara se giró y lo miró sin ninguna emoción reflejada en su rostro. Sentía que sus energías habían sido absorbidas por los problemas que se le estaban presentando con el hospital.
Tomó su agenda y caminó hasta donde estaba su jefe, quien, cuando sintió el aroma de su perfume, cerró los ojos involuntariamente. Naranja, era lo que desprendía la hermosa joven.
—Tome asiento, necesitamos hablar —le dijo una vez que volvió en sí.
—Estoy bien así, dígame en qué puedo ayudarlo —respondió Chiara, intentando evitar cualquier contacto visual.
—Como usted lo desee —caminó como un lobo cuando rodea su presa, sin dejar de mirarla—. Seré directo. Mande a redactar un acuerdo prenupcial entre usted y yo. —Chiara comenzó a toser, ahogándose con su propia saliva. Lo miró al fin y él pudo ver la furia en sus preciosos ojos verdes.
—Definitivamente, usted tiene problemas mentales —escupió con rabia.
—Piense lo que usted quiera, pero tiene dos opciones: acepta o sabrá de lo que soy capaz. —Chiara no sabía a qué se refería, por lo que siguió firme con su postura.
—Le sacaré cita con un psicólogo, necesita ser atendido urgentemente —escribió en su agenda y se giró para salir de una vez de la cueva del ogro.
—Déjeme decirle que antes de que su jornada laboral finalice, recibirá mi primer aviso —siguió con su amenaza, pero ella continuó su andar. No se quedaría dándole vueltas a ese asunto; tenía problemas reales que resolver.
(•••)
Danzel miró la hora en su reloj y sonrió cuando la vio tomar una llamada a su teléfono personal. Sabía muy bien lo que estaba sucediendo y utilizó aquella distracción para tomar sus pertenencias y salir de su oficina, bajar por el elevador sin darle aviso a nadie. Él iba a obtener lo que deseaba a toda costa. Quizás se iba a odiar en un futuro, pero ahora solo tenía aquella idea fija: tenerla en sus manos.
La joven, al ver que su jefe se fue, no iba a esperar su aprobación para ir al hospital en busca de su madre. Con todas sus pertenencias en mano, se marchó y buscó un taxi para llegar pronto al hospital.
Su pulso se aceleró cuando al fin puso un pie en la puerta del edificio e intentó caminar lo más firme que podía, ya que sus piernas temblaban. La sensación de agonía la había invadido, como cuando tuvo que regresar a la casa de su padre y quedar al cuidado de su madrastra.
—Señorita, la esperan en la sala de juntas —Chiara se sintió nerviosa y desamparada; era ella contra todos los que querían que se dejara de aferrar a su madre, la única familia que le quedaba.
Dio dos leves golpes en la enorme puerta e ingresó cuando se lo autorizaron. Vio a los doctores y al director del hospital; todos la observaban con frialdad.
—Señorita Jones, la hemos llamado para hablar con usted sobre su madre —le señaló una silla para que tomara asiento.
—Estoy bien aquí. A mi madre no la tocarán y, si ya no están dispuestos a seguir su tratamiento, me la llevo a otro lugar que sí quiera —todos los presentes se miraron entre sí cuando la silla que estaba mirando al ventanal se giró, revelando al verdadero dueño de aquellos establecimientos.
—Lo cierto, señorita Jones —la voz ronca y tan familiar llamó la atención de Chiara, que de inmediato miró en aquella dirección, encontrándose con aquellos ojos tan oscuros como las tinieblas, aquellos que solían torturarla con algunos recuerdos y la confundían con lo que podía sentir por su jefe. Pero en aquel momento sintió ira, mucha ira.
—Señores, les pediré que se retiren y nos den privacidad —se puso de pie y se metió las manos en los bolsillos de su pantalón. Con sus ojos fijos en ella, en la persona que había estado buscando por mucho tiempo.
—¿Por qué está tan obsesionado conmigo? Yo no le hice nada, solo hago mi trabajo y ahora se mete con mi madre —su voz se quebraba y se sentía agotada, pero aún así no se iba a rendir.
—Este establecimiento me pertenece y puedo asegurar que nadie más aceptará a su madre —sin poder evitarlo, sus lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
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Editado: 04.02.2025