Cristian
Cristian se levantó esta vez a las 4 de la mañana, más temprano de lo habitual, porque solo a esta hora podría usar el baño y bañarse tranquilo. Salió del cobertizo con una toalla de baño que se robó cuando fue a vender caramelos en las piscinas públicas y se dirigió sigilosamente al baño y se bañó. No diríamos que por fin se bañó porque lo hace una o dos veces por semana, ya sea en casa o en las piscinas públicas. Específicamente había una donde lo dejaban entrar sin boleto y era Clearwater Public Pool. El dueño no era tan malo y los trabajadores fingían no notarlo, pero eso no lo sabía Cristian, así que él siempre entraba con cuidado. Después de bañarse limpió y dejó impecable el lugar para no ocasionar problemas y se dirigió otra vez al cobertizo para alistar su caja de caramelos. Se puso sus zapatos y se dirigió a la salida.
—Ocho —escuchó la voz de la única persona que lo trataba bien en esa casa.
—Heidi, no puedes hablarme aquí, mamá se enojará —dijo Cristian susurrando y mirando a todos lados.
—No está, no viene desde anoche. Toma, te compré esto, no podré ayudar a que dejes de trabajar, pero al menos te ayudo para que obtengas más dinero —dijo ella entregándole tres paquetitos de dulces. En uno había 30 paletas, en otro había 30 chicles y el último tenía 40 caramelos más de fresa y menta.
Cristian al ver eso se sorprendió y estaba a punto de preguntar de dónde sacó el dinero para esto.
—Antes de que preguntes, me lo consiguió mi novio. Anda y cuídate, por favor —le dijo viendo que su hermanito la veía con cara de confusión. Le dio un beso en la frente y dejó que se vaya.
Heidi salió corriendo para alcanzarlo porque tenía algo que decirle.
—Ocho, espera —dijo tomando su hombro y él se sobresaltó.
—Tranquilo, soy yo —dijo ella tranquilizándolo.
—Heidi, me asustaste, no hagas eso —dijo Cris con la mano en el pecho.
—Ok, ok, solo quería decirte que si vendes todo quédate algo. Yo voy a seguir consiguiendo más dulces, tú solo dale a mamá lo de siempre —le dijo seriamente.
—¿Qué? No, si mamá me descubre me matará por mentirle y robarle el dinero —dijo él negando con la cabeza asustado.
—No se va a enterar si tú y yo no se lo decimos. Dale, confía en mí, quédate con algo y ahorra, Ocho —dijo ella agachándose para mirarlo y que él la mirara a los ojos.
—Ok, pero puedo pedirte un favor —dijo rindiéndose ante su hermana.
—Claro, dime —le contestó ella sonriéndole.
—¿Puedes llamarme Cristian ahora? —dijo él con un tonito de súplica tierna.
—¿Cristian? ¿De dónde sacaste ese nombre? —preguntó ella confundida.
—Alguien... alguien me lo dio. Es mío ahora —dijo él, con una certeza que Heidi nunca había visto en él.
Ella no preguntó más. Solo asintió y le acarició la cabeza con ternura.
Cristian se despidió y se fue a vender.
Quedarme con el cambio de los otros dulces, dale, puedes hacerlo, no tengas miedo. Mamá no se va a enterar si escondes bien los dulces. Igual, ella se niega a entrar al cobertizo o a cualquier lugar donde esté yo. Si ahorro mucho dinero podré irme cuando Heidi se vaya de casa ¿no? No creo que les importe si me voy o no.
Cristian caminó la hora y algo que le tomaba llegar a Yazoo City. Era cansado, pero ahí vendía mejor que en su pueblo. Además, nadie lo conocía del todo.
Después de mucho caminar, ahora sí empezó a gritar para que lo escucharan.
—¡Caramelos a un centavo! ¡Paletas a dos centavos! —gritó mientras caminaba y mostraba los dulces.
—¿Chicle, señor? Solo cinco centavos —al acercarse a un señor habló mirándolo y el señor se acercó a ver qué era lo que tenía.
—Claro niño, dame 3 chicles y una paleta —le dijo el señor dándole el dinero y Cris solo le sonrió y agradeció con una reverencia. Se alejó y así estuvo por horas.
—Ey, pero miren si es el marica de ¿cómo te llamas, escoria? —gritó a lo lejos un niño que Cristian conocía bien. Cristian solo siguió caminando fingiendo no verlo, pero ya era tarde. Ellos sí lo vieron y corrieron hacia él. Cris intentó correr, pero lo agarraron.
—¿A dónde vas, idiota? —le dijo un niño un poco más alto que él y más robusto también, mientras le jalaba el cabello hacia atrás. Cris se quejó del dolor, pero en silencio.
—A ningún lado, solo estaba trabajando —dijo Cristian tratando de no llorar del dolor.
—Uy, miren, el marica quiere llorar —se burló otro niño mirándolo y señalándolo.
Y los demás empezaron a golpearle y tiraron su caja de dulces. Cristian trató de recuperar sus dulces, pero no lo dejaron, lo volvían a jalar para seguir golpeando. Al dinero no le pasó nada ya que lo tenía en su único bolsillo con cierre que tenía en la chaqueta desgastada que traía.
No, no, mis dulces, me los regaló mi hermana. Y ahora cómo le digo a mamá que la caja se rompió y que no tengo el suficiente dinero para ella.
—Ey, ¿qué hacen? Déjenlo —escuchó una voz que él recordaba perfectamente y al voltear a verlo lo vio corriendo hacia él con su uniforme de colegio todavía puesto.
—Dije que lo soltaran —dijo Nicolás gritando enojado.
—Dale Nico, no seas aguafiestas —se quejaron los chicos.
—Que lo dejen en paz —volvió a gritar y se le notaban las venas en su cara de lo enojado.
Los demás se asustaron de verlo así y se fueron corriendo dejando a Cris ahí. Como Cris estaba muy golpeado se tambaleó y casi cayó al suelo, pero justo Nicolás lo atrapó cayendo con él.
—Cris ¿estás bien? —preguntó Nico preocupado.
Cris alzó la cabeza para verlo y por unos segundos sus miradas se quedaron congeladas. Los dos se alejaron rápidamente y dieron una risa nerviosa.
—Sí, sí estoy bien, no es nada —respondió rápidamente y se levantó para recoger sus dulces.
Nicolás solo lo miraba preocupado y con un poco de lástima.
—¿Por qué no te defendiste? —decidió preguntar al fin.