Nuestro Comienzo entre Sombras

CAPITULO 4: CONFESIONES SILENCIOSAS

Nicolas

Nicolás llegó a su casa justo cuando el sol empezaba a esconderse. Entró por la puerta principal y fue recibido por el grito de su madre.

—Nicolás Alexander Whitmore Davenport ¿dónde estabas que llegaste recién ahora? —lo regañó su madre, aunque estaba más preocupada que enojada.

—Perdón ma, me quedé jugando un rato con unos amigos —mintió. Le dio un beso en la mejilla y subió para su alcoba. Al entrar, su habitación era grande.

La habitación de Nicolás era amplia y luminosa, un reflejo del estatus de su familia. Las paredes estaban pintadas de un azul celeste suave, y sobre el piso descansaba una alfombra mullida de tonos crema que amortiguaba cada paso. Contra una pared, un gran escritorio de madera pulida estaba lleno de libros bien encuadernados y cuadernos ordenados, mostrando el cuidado y la disciplina del niño.

En la esquina, la joya de la habitación: un televisor de madera oscura, con pantalla redonda en blanco y negro, perillas doradas y una pequeña antena en la parte superior. Frente a la TV, un sillón de cuero oscuro y un puff tapizado permitían a Nicolás sentarse cómodamente mientras veía caricaturas o noticias.

Cerca de la ventana, un estante mostraba trenes eléctricos, muñecos de lujo y juegos de mesa; todo estaba perfectamente colocado, sin una pizca de desorden. La cama de madera con cabecera alta estaba cubierta con mantas limpias y sábanas bien dobladas. Un armario grande guardaba ropa planchada y zapatos alineados por pares, y un espejo de cuerpo entero permitía revisar que todo estuviera impecable antes de salir.

La habitación transmitía orden, lujo y comodidad, un mundo completamente distinto al de Cristian, donde cada día era una lucha por sobrevivir.

Nicolás se tumbó en su cama pensando en todo lo que pasó hoy y tenía más preguntas que dudas.

¿Qué tiene linda sonrisa? ¿Por qué dije eso? Qué te pasa, Nicolás, por qué pensarías que un hombre tiene linda sonrisa. ¡Por Dios!

¡Ay Dios! Y para colmo Alex y su grupito lo golpearon. ¿Habrá llegado bien a casa? ¿Le seguirá doliendo? Tenía muchas heridas el pobre y su caja estaba media rota.

Hablando de eso ¿de verdad trabaja? Claro, cuando nos conocimos él también estaba con la misma caja. ¿Por qué lo hará? ¿Cómo sus padres lo dejan hacer eso? ¿Estudiará?

Dios, ahora tengo más dudas.

Después de todo su caos en su cabeza se frotó las sienes con las manos estresado.

Nicolás no podía entender cómo alguien de su edad podría trabajar. Estuvo dando vueltas en su cama hasta que lo llamaron.

—Joven Nicolás, la cena está servida —le dijo Carmen, una de sus amas de llaves, afuera de su habitación.

—Ya bajo, Carmen —gritó levantándose de la cama. Al salir la saludó y bajó con ella las grandes escaleras de su casa.

Al solo llegar olía a pan recién horneado y a pasta. Empujó la puerta y entró a ver qué estaba cocinando Jazmín, la cocinera de casa y la más antigua de ahí.

—Hola Jaz ¿qué preparaste hoy? —preguntó feliz acercándose a la cocina.

—Joven, usted no debe entrar aquí —le regañó la cocinera.

—Nicolás, ven para aquí, no molestes a Jazmín —lo regañó también su madre.

Siguió a su madre al comedor que olía a cuadros viejos y a lavanda. Se sentó al frente de su hermano Rubén. En una esquina de la mesa se sentaba su padre y en la otra esquina su madre. En el medio iba él y al frente su hermano. La bebé se sentaba en su silla de comer al lado de la madre.

—Y ¿cómo te fue hoy en el colegio? —habló el padre seriamente mirándolo a él.

—Bien, supongo —dijo Nicolás jugando con sus cubiertos.

—¿Supones? No gasto un dineral en tu educación para que supongas —le regañó su padre.

—Estoy bien, estoy bien —respondió rápidamente acomodándose en su silla.

—Bien. Y tú ¿cómo vas en la universidad? —ahora dirigió su atención a su segundo hijo.

—Bien, como siempre —respondió Rubén secamente.

El padre lo regañó con la mirada y Rubén solo subió sus hombros. Antes de que el padre hablara, Carmen vino con la cena. Era pasta a la boloñesa, la de Juan, el hermano mayor de Nicolás que según sus padres falleció en combate. La cena estaba silenciosa hasta que la madre de Nico rompió el silencio.

—Verdad, mañana viene Silvana, la hija del pastor Miguel. Esta vez no huirás de la pobre chica, ella solo quiere ser tu amiga —le dijo la señora seriamente.

El cobertizo donde me dejó solo y donde vi su mirada de horror cuando estábamos ahí. Ojalá volver a verlo y poder hacerlo reír otra vez.

Sonrió por instinto, pero al notar las miradas borró la sonrisa.

Espera, Nicolás, qué demonios piensas.

—¿En qué piensas, cariño? —le dijo su mamá sonriendo.

—En un amigo —dijo sin pensarlo mucho y sintió un patadon debajo de la mesa. Miró a su hermano y él le hizo señas con la cabeza hacia su padre. Al voltear, estaba enojado.

—¿Un amigo? ¿Sonríes como idiota al pensar en un amigo? —gritó su padre dando un golpe en la mesa.

—Raúl, tranquilo —la señora Lorena trató de relajar a su esposo.

—Digo… es que recordé que mi amigo se cayó hoy y me hizo gracia, nada más. ¡Lo juro!

—Ves, no es nada, solo una tontería —dijo Lorena suspirando preocupada.

—Bien, se acabó la cena. Váyanse a dormir —ordenó Raúl y los chicos obedecieron sin pensarlo.

—¿Eres idiota o qué? —le dijo su hermano golpeando su hombro mientras subían las escaleras.

—Se me pasó, perdón —dijo él bajito.

—Así que tu amigo se cayó ¿no? —dijo Rubén con su tono sarcástico.

—Sí, eso es —dijo Nicolás evitando su mirada y Rubén solo sonrió moviendo la cabeza.

—Ten cuidado —le advirtió Rubén siguiendo para adelante hacia su alcoba.

—¿Cuidado de qué? —preguntó Nico confundido.

—Solo cuídate. Papá no soportará otro más —dijo y se metió a su cuarto sin más.




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