Nuestro Comienzo entre Sombras

CAPITULO 5: LO QUE NO DEBÍA SENTIR

Nicolas

Nicolás despertó con el sol entrando por su ventana. Se estiró en su cama cómoda y por un momento recordó la caja rota de ayer y las heridas de Cristian.
Espero que esté bien.
Se levantó, se vistió y bajó a desayunar.
Nada más al bajar las escaleras pudo sentir el aroma a pan horneado con mermelada y a leche fresca.
Nicolás entró al comedor y su padre estaba leyendo el periódico con su café en la mesa, su hermano solo tomaba café y pan, su madre leía su revista de moda mientras le daba de comer a su hermanita Norma. Él se sentó donde siempre.
—Buenos días, padre y madre —dijo educadamente y se sentó a comer su leche fresca con su tostada con mermelada.
—Recuerda que hoy viene Silvana… no puedes escaparte esta vez, tenemos que dar una buena impresión, Nicolás. ¿Entiendes? —dijo su padre dejando el periódico a un lado para mirarlo seriamente.
Nicolás solo asintió de mala gana, sintiendo como su estómago se le revolvía.
Necesito un plan de escape ¡ahora!
—Y… ¿a qué hora viene exactamente? —preguntó alargando las palabras un poco.
—En una hora, así que come rápido y prepárate —respondió su madre dándole una cucharada de avena a Norma.
—Ok —dijo asintiendo con la cabeza.
Al terminar de desayunar agradeció y se fue a su alcoba corriendo. Estuvo dando vueltas por todo el cuarto.
Bien, tengo una hora para idear un plan de escape….
¡Rubén! El seguro me ayudará.
Nicolás corrió a la alcoba de su hermano, pero él no estaba y su plan se destruyó.
—Joven Nicolás, ¿busca algo? —habló una de las amas de llaves con una caja de madera en mano.
Eso le serviría a Cris.
—Eh, Laura, ¿vas a botar eso? —la detuvo para preguntarle serio.
—Sí, joven —dijo la chica tranquila.
—¿Me lo regalas? —pidió amablemente y la chica se lo dio con cara de confundida.
Nicolás agarró su caja y la llevó al patio, a su cobertizo de herramientas, le hizo dos huecos de un lado, le puso una liga gruesa como para que resistiera la caja, lo pintó y puso al frente:
“Caramelos que alegran el alma”
Y se fue a escondidas unos minutos antes de que llegara Silvana y salió a buscarlo. Primero estaba emocionado por lo que hizo, luego, después de un buen rato caminando los alrededores de Yazoo City, empezó a ponerse nervioso.
¿Por qué le hice una caja? Bueno, no lo hice, solo lo reformé, pero ese no es el punto.
¿Le gustará? Espero, porque es la primera vez que hago esto por alguien.
No le hago regalos ni a mis amigos más cercanos. ¿Por qué con él sí?
La verdad es que sale natural.
Después de otro rato más lo encontró ahí sentado en un banco, tratando de arreglar la caja.
Corrió hacia él y dio un brinco. Al estar al frente, él y Cristian se echaron para atrás del susto.
—Hola, Cris, mira, te hice esto —dijo entregándole la caja, y los ojos de Cristian se abrieron de par en par.
—¿Para mí? —respondió Cristian sorprendido, señalándose a sí mismo, y Nicolás solo asintió feliz, con su corazón acelerado.
—Mira, hasta le escribí esto, ¿te gusta? —le enseñó el lema emocionado de su arte.
Cristian lo miró unos segundos y luego lo miró a él con una sonrisa.
—Ya puedes cambiar esa caja, y si Alex y su grupito vuelven, no dudes en decirme —dijo Nicolás ayudándolo a traspasar sus dulces a la nueva caja.
Nicolás sintió como alguien le jalaba la camiseta suavemente y, al voltear, lo vio con los ojos rojos, pero no solo eso, sino también un pequeño moretón en su cuello.
—No puedo aceptarlo, joven, esto sale de mi presupuesto —dijo con su voz rota.
—No te lo estoy vendiendo, es tuyo, te lo regalo —dijo Nicolás consolándolo y pasándole un pañuelo.
—¿Por qué? ¿Por qué harías eso? —preguntó aún más confundido.
—Ya te lo dije, somos amigos y los amigos se regalan cosas —dijo con una sonrisa para él.
—Yo no tengo nada que regalarle, joven —dijo bajando la cabeza.
—Jaja, no importa, solo no te vayas y deja de tratarme tan formal —dijo riéndose, sobándole la cabeza por instinto. Los dos se miraron y por un segundo solo eran ellos dos en este mundo.
—Gua, gua —ladró un perro que los hizo salir de su mundo y Nicolás sacó la mano rápido con una risa nerviosa.
—Ehh… cof… cof… ¿está bien el lema? —cambió de tema rápidamente.
—¿Lema? ¿Qué es eso? —preguntó confundido.
—Sí, lo que escribí —señaló las letras y Cristian pasó saliva fuerte.
—¿Sabes leer? —preguntó Nicolás con su tono de voz bajo. Cristian no respondió, solo volteó la cara para otro lado y Nicolás lo tomó como un no.
¿Debería enseñarle? Leer es importante, según mi madre.
Pero si le digo, ¿se ofenderá?
Ya sé.
—Hoy trabajas en el restaurante, ¿no? —preguntó Nicolás levantándose de un brinco.
Cristian lo miró extrañado, pero asintió.
—Bien, ¿a qué hora? —dijo emocionado.
—A… a las 7 de la tarde, ¿por qué? —respondió extrañado.
—Bien, espérame en tu cobertizo —dijo despidiéndose con la mano y yéndose a casa.
Al llegar, solo le recibió su madre con una mirada de furia.
—Hola, mamá, ¿se fue la niña? —preguntó con una sonrisa que hizo que su madre se enojara aún más.
—Para tu bien, sigue aquí, así que vas a ir a la sala y a jugar con ella, ¿entiendes? —le dio un jalón de orejas y Nicolás solo se quejaba del dolor hasta que llegó a la sala, y ahí estaba ella con su vestido largo de color rosa y un moño enorme en la espalda.
—¿Tengo que ir? —dijo desanimado.
—Sí, y te comportas bien, Nicolás —respondió su madre dándole un pequeño empujón para que entrara.
Silvana, al verlo, corrió hacia él con ese vestido que le reventaba los ojos de lo brillante que era.
—Nicooo —gritó ella con esa voz de pato que tenía y lo abrazó fuerte.
—¿Dónde estabas, Nico? —dijo sin soltarlo.
—Ok, ok, ya mucho abrazo, ya hablamos de esto, Silvana —dijo soltándose de ella y sentándose en el sofá.
—Sí, sí, nada de contacto físico, sabes, eres raro, eres el único chico que conozco que no le gusta que lo toquen —dijo ella riendo un poco mientras movía la cabeza, divertida y sorprendida al mismo tiempo.
—Correcto, y si lo sabes, ¿por qué sigues haciéndolo? —dijo él suspirando y echándose para atrás, cansado ya de ella.
—Dale, Nico, sabes la razón de por qué nos juntan, ¿no? —preguntó ella acariciándole el brazo coqueta.
—¿No estás muy chiquita como para coquetear? —contestó alejándose de ella.
—Tenemos la misma edad, tonto —dijo ella acercándose más a él.
—Exacto, y yo no ando pensando eso —dijo rascándose la nuca.
—Dale, me vas a decir que no te gusta nadie, ¿en serio? No te creo —dijo ella con incredulidad.
—A ver, cuando alguien te gusta, sientes una chispa mágica, piensas en esa persona siempre, te gusta verla, te gusta todo de ella y la quieres toda para ti. ¿Te pasa?
Nicolás se quedó pensativo. Todo lo que dijo solo le hace pensar en alguien.
No, es solo una coincidencia.
Ósea, es normal pensar en tus amigos, ¿no?
Digo, por algo son amigos, ¿no?
Nicolás se paró del sofá y se fue sin despedirse de ella, solo se fue con más preguntas que respuestas.




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