Nuestro Comienzo entre Sombras

CAPITULO 6: EL GESTO QUE DESHIZO LA ARMADURA

Cristian

—Bien, espérame en tu cobertizo —dijo y se fue corriendo, dejándolo ahí con la caja entre sus brazos.

Tengo un regalo, me dieron un regalo sin pedirme nada por primera vez.

Cristian estaba feliz. No, no feliz, estaba más que feliz. Siguió vendiendo, pero esta vez fue más temprano al restaurante.

Al llegar vio al dueño conversar con un señor canoso y robusto. Se notaba la incomodidad del señor Luis, pero no le dio mucha importancia y se fue directo al cobertizo. Quería acomodarlo para su visita, pero él ya estaba ahí con una mochila en su hombro.

Cristian suspiró fuerte, acomodó su caja igual que sus nervios y se dirigió hacia él.

—¿Por qué tan temprano jo...? —se detuvo antes de continuar, recordando que a él no le gusta que lo llamen así.

Nicolás se rio bajito y le señaló la puerta para que la abriera. Cristian lo hizo. Al entrar, el cobertizo estaba arreglado, pero no como le gustaría a Cristian.

—Perdón por el desorden —se disculpó agachando la cabeza.

—¿Desorden? Esto está más limpio que mi alcoba —bromeó Nicolás dejando su mochila en el suelo.

—Solo tengo una hora —afirmó Cristian señalando el reloj que tenía Nicolás.

—No, en realidad —afirmó contento, sentándose y sentándolo a él en el suelo.

—¿Qué? —soltó incrédulo por lo que dijo.

—A ver, tengo la suerte de que el dueño sea mi tío —respondió vacilando.

—¿El señor Luis es tu tío? —preguntó sorprendido y Nicolás solo asintió feliz.

—Bueno, pero eso qué tiene que ver —continuó serio.

—Tiene que ver que hoy me quedo a dormir con él y tú también —afirmó moviendo una ceja contento.

—Aún no me respondes —dijo ya ahora más curioso.

—Que no trabajas hoy. Por esta noche te divertirás conmigo —dijo suspirando y moviendo la cabeza fingiendo enojo por no adivinar lo que dijo.

Pero Cristian pensó que sí estaba enojado con él.

¿Está enojado conmigo por ser lento en captar? Perdón.

Espera, espera, ¿quedarme a dormir?

¿Qué pasa si no llego a casa?

¿Mamá se preocupará? No lo creo.

Heidi, ella sí se podría preocupar si no llego a casa.

Solo iré y esperaré el resultado mañana.

—Perdón, no te enojes —habló Cristian decaído.

Genial, Cristian, ni un día duró tu amistad. ¿Y ahora qué hago?

—¡Jajajajajaja! —dio una gran carcajada.

Cristian lo miró extrañado por la forma de reírse de la nada.

—Qué tierno, no estoy enojado contigo, solo era una broma. Relájate, hombre —respondió Nicolás ya calmándose un poco.

¿Tierno? ¿Soy tierno? Este chico es raro, pero él sí es lindo.

Espera no... o sea sí, pero como ser humano es lindo. Digo, lindo de amable.

Por Dios, Cristian, compórtate.

Al pensar en eso se sonrojó y volteó su rostro hacia la puerta avergonzado. Se armó un silencio por un instante.

—Emmm... ¿listo? Vamos —rompió el silencio Nicolás y le extendió la mano para ayudarlo a pararse.

—Claro —respondió susurrando y aceptando su mano. Como la última vez, hubo una chispa que hizo que se soltaran la mano.

Y como Cristian estaba parándose, se tambaleó y cayó encima de Nicolás, abriendo la puerta.

—Per-perdón —tartamudeó nervioso tratando de pararse, pero al hacerlo sus cachetes se rozaron y los dos se sonrojaron. Se miraron a los ojos y por unos segundos que se sintieron horas estuvieron así.

—Ejem... —dijo el señor Luis tapándose la boca, intentando que lo miraran al entrar.

¿Estará molesto? No se le nota, más bien tiene cara de que le da igual.

Pero igual alguien como yo cayó encima de su sobrino.

No creo que le guste mucho.

Los niños voltearon a ver y se pararon rápidamente sacudiéndose el polvo.

—Tío / Señor Luis —dijeron al mismo tiempo avergonzados, mirando hacia el suelo.

El señor Luis soltó un suspiro cansado:

—Ya nos vamos, suban al auto, niños.

Los niños obedecieron y se dirigieron al auto. Cristian notaba las miradas despreciables de las personas que pasaban junto a él.

—Ah, esperen —dijo Cristian, recordando algo de repente.

—¿Qué pasó? ¿Qué pasó? —volteó Nicolás a verlo preocupado.

—Olvidé mi caja, la necesito, no puedo perderla —habló Cristian preocupado.

Mi madre me mata si pierdo el material de trabajo. Además, es nuevo y me lo regaló "él".

—Tranquilo, ya la tengo yo, no vas a perder nada —llegó el señor Luis con su caja de dulces, la puso en la cajuela y se dirigieron a la mansión del señor Luis.

En el trayecto los niños iban conversando, bueno, Nicolás hablaba y Cristian solo escuchaba y asentía de vez en cuando, mientras que el señor Luis los observaba por el espejito con una pequeña sonrisa.

Al llegar, Cristian bajó con su caja en mano y, al alzar la vista, se quedó en shock por la casa gigante que tenía al frente de él.

La mansión era grande, sí, pero no ostentosa: tenía dos pisos, paredes color crema y un techo gris oscuro perfectamente cuidado. Las ventanas estaban enmarcadas con madera bien pintada y el porche tenía un par de mecedoras que se notaban usadas, como si alguien realmente las disfrutara.

En el jardín había un pequeño camino de cemento, algunos rosales y un árbol que daba una sombra generosa. No era una casa de revista, pero sí era el tipo de hogar en el que solo vivía gente con dinero, gente que nunca pasaba hambre. Para Cristian, acostumbrado a casas pequeñas y silenciosas, la simpleza elegante del lugar le parecía enorme. Y un poco intimidante.

—Dale, entren niños —dijo el señor Luis ya en la puerta.

Nicolás entró como si nada y tranquilo. En cambio, Cristian no dejaba de ver a todas partes, anonadado por todo lo que veía.

—¿Te gusta? —preguntó Nicolás notando su asombro.

—Sí, es muy bonita —respondió mirándolo feliz.




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