Nueva luna ☆

Las fts

Lucía se encontraba mirando su teléfono, con la pantalla encendida, pero sin poder decidirse a hacer nada. Había recibido un mensaje de Javier hacía unos minutos, y, aunque se sentía emocionada, una ansiedad inexplicable la invadía al pensar en lo que podía implicar.

“¿Me mandarías una foto?”

La solicitud era sencilla, pero Lucía sentía como si la presión del mundo estuviera sobre sus hombros. "¿Qué hacer?" se preguntó, su mente abrumada por las dudas. Ya había pasado por tantas fases en su vida donde se sentía observada, donde su cuerpo no era suficiente, donde se sentía que no encajaba, que ni siquiera las fotos podían ser una forma simple de mostrar su verdadero yo.

“¿Y si no le gusto? ¿Qué pasa si ve algo en mí que no le atrae? ¿O peor, qué si la foto no está a la altura?” pensó Lucía, dejando que el miedo se apoderara de su mente.

Lucía nunca había sido alguien que se sintiera cómoda con su imagen. Aunque siempre había intentado aceptarse, la inseguridad siempre estaba al acecho, como una sombra oscura que no se iba. Desde que era pequeña, había luchado contra los estándares de belleza impuestos por la sociedad, y al ser una mujer transgénero, esas inseguridades se multiplicaban por mil. Cada vez que alguien le pedía una foto, sentía que se exponía a la crítica, al rechazo, al juicio.

Con una respiración profunda, Lucía decidió escribirle a Javier: “¿Estás seguro de que quieres una foto? No sé si soy buena en eso…”. Su mensaje era más una respuesta defensiva que una pregunta real, una forma de protegerse antes de arriesgarse a una posible decepción.

Javier tardó unos segundos en responder. Ella podía sentir que la conversación podría ir en cualquier dirección, y el miedo creció aún más. Finalmente, su teléfono vibró y el mensaje de Javier apareció en la pantalla:

“Sí, claro, si te sientes cómoda. Solo quiero ver tu sonrisa, Lucía. No te preocupes por cómo te ves, me gustas tal como eres.”

Lucía sintió un alivio inmediato al leer esas palabras, pero, a la vez, no podía dejar de sentirse vulnerable. ¿Cómo se podía sentir cómoda con algo que siempre había sido un desafío? La simple idea de compartir una foto, de mostrar su cara a través de la pantalla, la hacía sentir expuesta, desnuda en un mundo que no siempre la había aceptado por lo que era.

"Pero, ¿y si no le gusto? ¿Y si lo que ve no es suficiente?" pensaba, mientras su dedo rozaba la pantalla, sin saber si enviarla o no.

Tomó un momento más para pensarlo. Decidió levantarse del sofá, caminar hacia el espejo y mirar su reflejo. Sus ojos se llenaron de dudas, pero también de coraje. Había aprendido a aceptarse con el tiempo, pero no era fácil. Después de todo, sus experiencias, las luchas por ser quien era, no desaparecían con un solo pensamiento positivo.

Con un suspiro, se tomó la foto. Trató de sonreír, pero la inseguridad seguía allí. Aun así, cuando revisó la imagen, vio algo que no había notado antes: una pequeña chispa de felicidad en sus ojos, un destello de autenticidad que ni ella misma había visto hasta ese momento. Por un segundo, pensó que tal vez no era tan mala como creía.

Finalmente, Lucía la envió. “Aquí tienes,” escribió, seguido de un emoji tímido, esperando que Javier no notara las pequeñas imperfecciones que ella misma veía en la foto.

Javier respondió rápidamente, y al ver su mensaje, Lucía se sintió un nudo en el estómago, sin saber qué esperar. Pero lo que llegó fue algo que no esperaba:

“Eres preciosa, Lucía. No te preocupes, me encanta cómo te ves. Gracias por compartir eso conmigo.”

Lucía se quedó mirando la pantalla por un largo momento. Las palabras de Javier la hicieron sentir algo que hacía mucho no sentía: aceptada, incluso cuando no se sentía suficiente. Era extraño cómo una simple foto, una captura de un momento en el tiempo, podía traer tanto dolor, pero también tanta paz.

“¿Por qué me siento tan vulnerable al mostrarme así?” se preguntó. “Tal vez sea porque siempre he tenido miedo de que lo que soy no sea suficiente. Pero Javier no está viendo mis imperfecciones. Él solo ve… a mí.”

Durante los siguientes días, Lucía y Javier intercambiaron más fotos. Al principio, cada una de ellas estaba impregnada de dudas y miedos, pero con el tiempo, Lucía comenzó a relajarse. Empezó a entender que, aunque sus fotos no fueran perfectas, lo importante era el significado detrás de ellas: la confianza de compartir una parte de sí misma con alguien que, a pesar de todo, la aceptaba tal y como era.

No se trataba de la perfección. No se trataba de mostrar una imagen que cumpliera con expectativas irreales. Se trataba de compartir su verdad, su rostro, su alma. Cada foto que enviaba era un paso hacia adelante, un paso hacia la aceptación de sí misma. Al final, lo que más le importaba era saber que Javier la veía a través de sus ojos, y que esa mirada no la juzgaba.

Una noche, después de un largo día, Lucía recibió un mensaje diferente de Javier, uno que no esperaba. Era una foto suya, una selfie en la que sonreía abiertamente. En el texto, decía: “Aquí estoy, también mostrándome tal como soy. Me siento feliz de compartir esto contigo.”

Lucía miró la foto y, por primera vez, no sintió que su propio reflejo fuera un juicio. Sonrió ante el gesto de Javier, entendiendo que en su relación, las imágenes, las fotos, no eran más que un símbolo de vulnerabilidad compartida, una forma de conectarse más profundamente.

“Yo también me siento feliz de compartir esto contigo,” le respondió.

Las fts, como solían llamarlas entre ellos, ya no eran un símbolo de inseguridad, sino de aceptación. Y aunque Lucía aún tenía días difíciles, ahora sabía que podía ser ella misma, incluso a través de una pantalla.




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