Lucía sostenía el teléfono con ambas manos, su pulso acelerado. Durante meses, su relación con Javier se había construido a base de mensajes, emojis y notas de voz que ella enviaba, pero que él nunca respondía con su propia voz. No era que no quisiera, o al menos eso decía. Siempre encontraba excusas: que estaba en un lugar ruidoso, que le daba vergüenza, que no era necesario. Pero Lucía lo anhelaba. Quería escuchar su voz, darle más forma a la imagen que tenía de él en su cabeza.
Aquel día, después de semanas de insinuaciones y súplicas juguetonas, Javier finalmente accedió.
—Vamos, Javi —había insistido Lucía en el chat—. Solo unos minutos, no tienes que hablar mucho. Quiero escucharte de verdad.
—Prometo que algún día lo haré —respondió él, como siempre, evadiendo el tema.
—Ese algún día es hoy. —Lucía escribió sin pensarlo mucho, con el corazón latiendo rápido.
Hubo un largo silencio en la conversación. Durante unos instantes, pensó que tal vez lo había presionado demasiado, que tal vez no debía insistir. Pero entonces, apareció el mensaje:
—Está bien.
Lucía sintió un nudo en el estómago. ¿De verdad iba a suceder?
—¿De verdad? —preguntó con incredulidad.
—Sí. Pero… ¿podemos hacer llamada? Me da menos vergüenza que mandar audios.
Lucía sintió que el aire se volvía más denso a su alrededor. Una llamada. Eso significaba que no solo lo escucharía, sino que él también la escucharía a ella en tiempo real. Apretó el teléfono con nerviosismo.
—Vale, te llamo en un minuto —tecleó, tratando de ignorar el temblor en sus dedos.
Respiró hondo, tratando de calmarse. Luego, sin pensarlo demasiado, deslizó el dedo sobre el botón de llamada. Su corazón latía con fuerza mientras los tonos de marcado resonaban en su oído.
Uno.
Dos.
Tres.
Y entonces, él atendió.
—¿Luci? —La voz de Javier llegó a través del auricular, profunda, suave, con un matiz de sorpresa y emoción.
El aire se le atascó en la garganta. Ahí estaba. Su voz no era solo palabras en la pantalla. Era real. Era cálida. Y de repente, se sintió más cercana a él de lo que nunca antes se había sentido.
—Ho... hola —susurró, sintiendo que su voz temblaba.
—Mierda... —Javier rió con nerviosismo—. No puedo creerlo, ¡finalmente te escucho!
Lucía cerró los ojos. Había temido este momento durante tanto tiempo, pero la emoción en su tono la tranquilizaba. No había juicio en su voz, solo alegría genuina.
—Sueno rara, ¿verdad? —preguntó con timidez.
—No —negó él de inmediato—. Suenas hermosa, Luci. Es... no sé cómo explicarlo, pero es como si todo tuviera más sentido ahora.
Su pecho se llenó de una calidez inesperada. No la había rechazado. No la había juzgado. Solo la había aceptado. Y por primera vez en mucho tiempo, Lucía sintió que su voz también tenía un lugar en el mundo.
Hablaron durante horas aquella noche. Sobre canciones, sobre sueños, sobre cosas sin sentido. Lucía descubrió que la voz de Javier tenía un tono apacible, con un deje de dulzura que nunca habría podido imaginar. A veces, cuando hablaba de algo que le apasionaba, su voz se aceleraba, y ella podía sentir su emoción al otro lado de la línea. Otras veces, se volvía más suave, más íntima, como si estuviera compartiendo un secreto solo con ella.
—¿Por qué nunca me mandaste un audio antes? —preguntó Lucía en un momento de la conversación.
Hubo un silencio al otro lado. Durante un segundo, pensó que Javier había colgado.
—No lo sé —dijo finalmente—. Creo que tenía miedo de que mi voz no fuera como la imaginabas. De que te decepcionara.
Lucía sintió un nudo en la garganta. Él también tenía miedos. Tal vez diferentes a los suyos, pero estaban ahí.
—Tu voz es perfecta —susurró—. Es exactamente como tenía que ser.
Javier no respondió enseguida. Cuando lo hizo, su voz sonaba más suave que nunca.
—Gracias, Luci.
Esa noche, hablaron hasta que el sueño los venció. Fue la primera vez que escuchó su voz, pero también fue la primera vez que Javier se permitió ser escuchado.