Nueva luna ☆

Lucía

Lucía se miró en el espejo con una media sonrisa. Su reflejo le devolvía la mirada con esa chispa juguetona que la caracterizaba, esa que a veces se apagaba cuando las dudas la atacaban. Pero hoy no. Hoy, con su cabello recogido en pequeños chonguitos desordenados y sus lentes negros cayendo levemente por la punta de su nariz, se sentía más ella que nunca. Rebelde. Coqueta. Libre.

Su estilo siempre había sido un reflejo de su espíritu: una mezcla entre descaro y sensibilidad, entre energía y vulnerabilidad. Su ropa, su actitud, su forma de hablar, todo en ella gritaba que no tenía miedo de ser diferente. O al menos, eso era lo que quería proyectar. La verdad era que, en lo profundo, aún había días en los que temía ser demasiado para los demás. Pero hoy, con su camiseta negra ajustada y su collar colgando sobre su clavícula, sentía que podía comerse al mundo.

La gente la miraba cuando pasaba, algunos con admiración, otros con confusión, pero a Lucía le daba igual. Aprendió a jugar con esas miradas, a desafiar el juicio con una sonrisa coqueta o una mirada intensa. Sabía que su presencia dejaba huella, y eso le encantaba. Ser invisible nunca había sido una opción para ella.

Pero había una mirada que sí le importaba. La de Javier.

Desde que se conocieron, él la había visto de muchas formas: feliz, triste, eufórica, vulnerable. Y aunque nunca la había juzgado, Lucía no podía evitar preguntarse cómo la veía realmente. ¿Veía solo la chica fuerte y segura que mostraba al mundo? ¿O podía notar los pequeños temblores en sus manos cuando dudaba de sí misma? ¿Veía la risa descarada o también las noches en las que lloraba en silencio, preguntándose si algún día alguien la amaría tal como era?

Sacudió la cabeza, ahuyentando esos pensamientos. No era momento de dudas. Era momento de ser ella misma, sin disculpas.

Tomó su teléfono y, sin pensarlo mucho, le envió una foto a Javier.

¿Y bien? ¿Cómo me veo hoy? —escribió, acompañando el mensaje con un emoji de diablito.

Pasaron unos minutos antes de que él respondiera. Cuando el mensaje llegó, Lucía sintió un pequeño nudo en el estómago.

Te ves increíble. Como siempre. Pero hoy… no sé, pareces alguien que podría robarme el alma y ni siquiera arrepentirse.

Lucía sonrió. Le gustaba que Javier siempre tuviera una forma diferente de describirla. No era el típico “te ves bonita” que otros solían decirle sin pensar. Él veía más allá, o al menos intentaba hacerlo. Y eso la hacía sentir especial.

¿Y si ya lo hice? —respondió ella, jugando con la idea.

Tal vez. Pero si es así, no quiero que me la devuelvas.

Lucía sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era solo un mensaje, pero algo en sus palabras la hizo estremecerse. Tal vez porque, por primera vez, se dio cuenta de que no era la única que tenía miedo. Javier también lo tenía. Miedo de perderse en ella. De sentir demasiado. De cruzar la línea entre la amistad y algo más.

Suspiró y dejó el teléfono a un lado. No iba a pensar demasiado en eso ahora. Hoy, solo quería sentirse libre. Y por una vez en mucho tiempo, lo estaba logrando.




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