Nueva luna ☆

No le importo

El día siguiente amaneció nublado, y Lucía sintió que su corazón también lo estaba. No había dormido bien. La decepción de la noche anterior se le quedó pegada en el pecho, como si fuera un abrigo que no podía quitarse. Cada vez que pensaba en Javier, en la llamada que nunca sucedió, sentía una mezcla de tristeza, enojo y una punzada de vergüenza.

¿Por qué había esperado tanto? ¿Por qué le dolía tanto?

Encendió su celular y revisó sus mensajes. Javier había dejado un simple “buenos días” acompañado de un emoji que antes le hubiera sacado una sonrisa. Pero ahora solo le provocó una punzada más.

Lucía no respondió de inmediato. Se quedó mirando la pantalla, escuchando en sus audífonos la canción “What Was I Made For?” de Billie Eilish. Esa voz suave, rota, hablaba por ella. Sentía que cada palabra le atravesaba la piel, le acariciaba las heridas que no sabía cómo explicar.

Mientras la canción sonaba, abrió el chat de Javier y escribió con los dedos temblorosos:

—A veces las personas se ocupan... o se olvidan de las cosas que casi no importan.

No sabía si era un reclamo. Tal vez sí. Tal vez solo era una confesión. Lo cierto es que casi lloraba mientras lo escribía. Casi no podía contener la presión que sentía en la garganta. Era esa clase de dolor que no se ve, pero que cala hondo.

Pasaron minutos eternos sin respuesta. Y durante esos minutos, Lucía revivió cada ilusión que había tejido la noche anterior: la forma en que imaginó la llamada, el tono de voz que pensaba que tendría Javier, las risas compartidas, incluso los silencios. Todo eso, ahora, le parecía tan lejano.

Cuando Javier por fin respondió, solo dijo:

—Lucía, no fue mi intención. Te juro que me quedé dormido.

Lucía lo leyó una y otra vez. Tal vez era cierto. Tal vez no. Pero ya no importaba. Porque para ella, lo importante no era el hecho, sino el sentimiento. Se sintió poco importante, como un pensamiento fugaz en medio de las prioridades de alguien más.

Esa tarde no quiso hablar más. Se metió a la cama, cerró las cortinas y volvió a poner la canción de Billie en bucle. No buscaba dramatismo. Solo necesitaba sentirse comprendida, aunque fuera por una voz ajena.

En su diario digital escribió:

“Me prometí no volver a idealizar a nadie. Pero contigo fue tan fácil imaginar algo lindo. Hasta que te olvidaste de lo que para mí significaba tanto. Y ahora no sé cómo mirarte sin sentir que no te importó.”

Lucía no sabía si estaba exagerando. Tal vez sí. Tal vez no. Pero en su mundo emocional, en ese instante, el dolor era real. Y nadie podía decirle que no lo sintiera así.




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