Nueva luna ☆

EL "te amo" DE LUCÍA

Lucía no sabía exactamente en qué momento ocurrió. No fue un solo instante, ni una sola conversación, ni una sola noche. Fue un cúmulo de emociones, una secuencia de ternuras, miradas escritas y silencios compartidos. Fue esa forma en la que Javier la hacía sentir como si todo lo que ella era —con sus miedos, sus contradicciones, su historia— merecía ser amado.

Había pensado en decírselo muchas veces, pero se detenía. ¿Y si no era el momento? ¿Y si lo asustaba? ¿Y si no era correspondida con la misma intensidad? Pero también pensaba: ¿y si lo sigue guardando y se arrepiente de nunca haberlo dicho?

Esa noche, estaban hablando como siempre. Riendo. Jugando con palabras absurdas. Javier le había contado una historia de su infancia con tanta emoción que Lucía se lo imaginó de niño, corriendo descalzo por algún patio lleno de tierra. Y en ese momento, lo sintió.

Sentía amor.

Y lo sabía. Lo reconocía. No era como las veces anteriores, no era una proyección ni una fantasía. Era amor de verdad. El que nace desde lo cotidiano. El que permanece aunque no todo sea perfecto.

Tomó el celular, respiró profundo. Le temblaban los dedos. Pensó en mandarlo con una carita, en suavizarlo. Pero se detuvo. Lo escribió como lo sentía:

“Javier… no sé si es el momento correcto. No sé si hay un momento perfecto. Pero yo sí sé lo que siento. Y lo que siento por ti ya no es solo cariño, ni solo aprecio, ni solo cercanía. Es más que eso. Te amo. Y quería que lo supieras.”

Lo envió. Cerró los ojos. Su corazón latía rápido. Muy rápido. Se tumbó sobre la cama, con el teléfono entre sus manos, sin saber qué hacer más que esperar.

Pasaron unos minutos. Luego cinco. Luego diez. Pensó que quizá lo había leído y no sabía qué responder. Pensó que quizá se asustó. Pensó muchas cosas.

Pero entonces el teléfono vibró. Era un audio.

Lucía dudó en abrirlo. Finalmente, lo reprodujo. Era la voz de Javier, temblorosa pero suave:

—Lucía… estoy llorando un poco. No sé si merezco eso que acabas de decirme, pero lo recibo con el corazón abierto. Yo también te amo. Te lo quería decir hace tiempo, pero no quería presionarte. Gracias por confiar en mí para decirlo. Gracias por amarme.

Lucía lloró en silencio. No era tristeza. Era alivio. Era amor. Era paz.

Y esa noche, por primera vez, no tuvo miedo del amor.

Pero el cliché no podía faltar: justo después de escuchar el audio, su celular se apagó. Sin batería. Quedó en la oscuridad, abrazando la almohada, con una sonrisa y lágrimas saladas secándosele en las mejillas.

Al día siguiente, sin embargo, el drama se coló como siempre. Javier tardó en responderle por la mañana. No fue frío, pero sí distante. Algo había cambiado en el aire y Lucía lo notó.

—¿Todo bien? —le escribió, sintiendo cómo una pequeña piedra se formaba en su estómago.

—Sí, todo bien. Solo tuve una noche rara. No dormí mucho. Pensaba mucho en ti —respondió Javier.

Lucía quiso creerle, pero algo en sus palabras parecía diferente. El ‘te amo’ había sido real, pero con él habían llegado también las dudas. ¿Y si ahora lo arruinaban todo? ¿Y si no sabían cómo sostener ese amor fuera del momento perfecto?

Esa noche volvieron a hablar. Pero ambos tenían miedo de repetir el ‘te amo’. Como si nombrarlo de nuevo hiciera que se deshiciera. Así que lo dejaron suspendido entre ellos, flotando, brillando. Sin tocarlo mucho. Cuidándolo.

Lucía lo escribió en su diario: “Le dije que lo amaba. Y él me dijo que también. Pero ahora siento que caminamos sobre un hilo delgado, como si cada paso doliera. ¿Por qué duele cuando algo es tan bonito?”

La historia no se acababa con un ‘te amo’. Apenas estaba empezando.




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