Nueve meses

Capítulo 4: Astrid

Despertó sonriendo, sin abrir los ojos, se carcajeó pensando en el extraño con el que pasó la noche y que sintió que la hizo ver estrellas, quedó tan agotada que se durmió, no lloró, no tuvo tiempo de sentirse triste.

Abrió los ojos y miró alrededor, el extraño se había ido.

«Perfecto», pensó, se levantó de la cama y corrió a ducharse, allí recordó cada detalle de la noche anterior y de la madrugada y suspiró bajo el agua pensando en sus besos y caricias, en los mordiscos que le dio sobre su cuello y hombros, recordaba como se veía sin camisa y se carcajeaba sola en el baño.

Salió envuelta en una bata de baño y por un segundo deseó haberle pedido el número. Se acercó a la mesa de noche, tomó su teléfono, su sonrisa se perdió, su madre le pedía que llegara a casa finalmente para concluir con los asuntos de la muerte de su padre. Aspiró aire y lo soltó de forma dramática, buscó en su bolso el vapeador y se encontró con un papel, lo revisó con interés, sonrió de nuevo pensando que había sido el extraño.

Su sonrisa se apagó cuando leyó el nombre del papel: Romeo Valente. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

—Aprovechado, increíble —gritó, incrédula.

Se echó sobre la cama con el papel entre sus manos, recordó enseguida al gran amor de su vida: Valerio Valente. Era inteligente, imponente, hermoso, atractivo en más de una forma, estaban enamorados, y él la dejó solo porque su hermano estaba enamorado de ella, cuando se lo dijo lo detestó, cuando Valerio murió no soportó tanto dolor, fue la primera vez que sintió que su corazón se partía irremediablemente.

Valerio no se haría adulto, no llegaría a ver como era hecho hombre, pensaba, y murieron disgustados por culpa de un capricho de su gemelo torpe, Astrid lo llegó a odiar mucho.

Se abrazó a la almohada con los ojos cerrados, soltó algunas lágrimas, pensó en el extraño con el que pasó la noche y pensó que así debía haber sido Valerio de adulto, por eso le pareció conocido, por eso pensó que había visto ese rostro antes, ese hombre ya no era el chiquillo torpe y raro que conoció antes.

«¿Por qué tenía que pasar esto justo ahora?, ¿Por qué?», se preguntó llorando, se cubrió con la almohada. Sintió la punzada de un dolor agudo en su pecho: Valerio, era como si Valerio hubiese vuelto para consolarla, para estar con ella en ese momento.

Su recuerdo se volvió su consuelo por muchos años, siempre pensó que él la rescataría y que de mayores se casarían y vivirían juntos por siempre, su vida ideal era ser su esposa, tener a sus hijos, entonces la vida se lo llevó de forma trágica.

Después de lamentarse se llenó de enojo al recordar el descaro de Romeo al acercarse a ella sin revelarle quién era en realidad, tomó el teléfono y le gritó alterada, colgó la llamada y lanzó el teléfono sobre la cama, sus manos temblaban y su pecho subía y bajaba.

«Ese tonto se burló de mí, se aprovechó».

Sonó su teléfono, vio como se iluminó la pantalla, lo recogió y respondió al número desconocido, era él, debía de ser él, su pecho estaba agitado y sus manos aún temblaban.

—Estoy abajo ¿Puedo subir?

—No, claro que no, acosador.

—Intenté decirte quién era, fuiste tú quien no quiso oírme.

—Debiste insistir, obviamente no te reconocí. Qué enfermo, sabías quién era yo, qué asco.

—Tampoco me pareció que la pasaras tan mal...

—¡Cállate!

—Debes recuperar tu auto, vamos, te llevaré.

Miró por la ventana, era casi medio día, debía ir a casa de sus padres, no podía posponerlo más, necesitaba su auto. Decidió aceptar que Romeo la llevara, después de todo sentía que le debía una explicación.

—Espérame en la recepción, no subirás de nuevo a mi habitación, enfermo.

Lo oyó suspirar.

—Te espero en la recepción.

Se puso un vestido verde floreado y holgado, sandalias altas y transparentes que la hacían ver como si flotara en el aire, sacudió su cabello húmedo, sin peinarlo, tomó su bolso y salió de la habitación, cuando estaba casi frente a los ascensores, se regresó para echarse perfume, sonrió de medio lado, pensó que no lo hacía por él, lo hacía por ella, le gusta oler rico, siempre se veía muy femenina, no lo hacía por él, se convenció.

Se abrió la puerta del ascensor en la recepción, él se levantó al verla, se quedó mirándola de forma fija, vestía un traje gris con camisa blanca sin corbata. Ella se acercó a él con pasos lentos, él le dedicó una media sonrisa, Astrid alzó su mano y le cruzó la mejilla derecha con una bofetada.

Llamó la atención de la recepcionista. Los hombres que cuidaban la entrada se volvieron a verlos, ella permaneció altiva con el mentón alzado, Romeo volvió a mirarla a los ojos.

—Si te hace sentir mejor, la acepto.

Astrid rodó los ojos y señaló la salida, él la tomó por el brazo para redirigirla hacia el estacionamiento.

—Supongo que te burlaste bastante de mí.

—Para nada, te comportaste como una adulta que sabía que lo que quería, igual yo.




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