Nueve meses

Capítulo 5: Astrid

Miró a los lados cuando bajó del auto, no vio vecinos ni curiosos cerca, lo que la hizo sentirse en confianza, respiró aliviada mientras jugaba con las llaves del auto, sacudió la cabeza, necesitaba concentrarse en la escena que le esperaba, pero no dejaba de pensar en la noche anterior, no podía recordar si usaron o no protección, ella no estaba tomando pastillas y ni usando otro método anticonceptivo.

«Él es médico, debió usar, una que otra vez», pensó y se mordió el labio inferior al recordar lo salvaje que fue la noche, la química que tuvieron y las veces que lo hicieron, sonrió por un breve momento al darse cuenta de que él la estaba adorando, siempre la deseó y la quiso para él.

Se abrió la puerta y su ensoñación se vio interrumpida por el rostro adusto de su madre, tragó con dificultad al ver la mirada fría que la recibía, los surcos alrededor de la boca y la nariz de la mujer que la trajo al mundo daban cuenta de los años que habían pasado, se vio paraliza ante la imagen seria e imponente de esa mujer siempre estricta, ahora acabada y sola.

—Mamá.

—Creí que no venías, le pedí el favor a tu tía Lucrecia.

—Ya estoy aquí, sabías que venía.

La mujer asintió ligeramente con la cabeza y se apartó de la puerta, Astrid aspiró aire y entró con la mirada fija y el mentón alzado, contenía las lágrimas que había represado desde que se bajó del avión, aquellas que la noche anterior cambió por gemidos y placer, giró el rostro poco a poco y entonces vio a su hermana Carla levantándose de un sofá y a Sofía en su silla de ruedas.

Su pecho comenzó a subir y bajar, ya no había nada que hiciera que evitaran que las lágrimas rodaran por su cara, actuó como si no estuviera llorando, abrazó a Carla mientras estiraba la mano para tomar la de Sofía entre las suyas.

—Estás bellísima, Astrid –gritó Sofía.

—Gracias —dijo en un susurro, pasó saliva y cerró los ojos, disfrutó del abrazo de Carla, la soltó y sonrió a ambas con nerviosismo.

—¿Qué tal el viaje? ¿Por qué no quisiste quedarte aquí?—preguntó Carla sobándose el rostro.

Astrid no se sentía capaz de dar respuestas. Negó con la cabeza y volvió a sonreír mientras jugaba con sus manos, y ajustaba las joyas sobre su cuello.

—Denme los papeles, los llevaré ahora mismo.

—¿No vas a preguntar cómo murió? ¿Sí sufrió o no?

Pasó saliva, se limpió las lágrimas del rostro y sin volverse a mirar a su madre, insistió sobre los papeles que tenía que llevar para completar las diligencias.

—¡Oh! Espero que haya sufrido.

—Era tu padre, por Dios, y...

—No me importa, mamá, sabes que no me importa. Entrégame los papeles, cierran a las tres de la tarde y me gustaría comer algo en cualquier momento del día.

Los gestos de la mujer parecieron suavizarse, sus hermanas permanecieron en silencio, ella las admiró: Carla alta y delgada al extremo, pálida, cabello más rubio que cobrizo, reseco, quebrado y sin vida, era menor que ella tres años, pero parecía de cuarenta años. La pequeña Sofía era menor que ella seis años, más robusta que Carla, pelirroja y hermosa, postrada en una silla de ruedas.

Se volvió a ver a su mamá.

—¡Los papeles!

Su madre suspiró.

—Están sobre la mesa, pero no es solo eso lo que hay que hacer, Astrid, necesitábamos que vinieras por el asunto de la herencia.

—No quiero nada.

Las mujeres se vieron, Astrid percibió un aura tensa.

—No hay nada que heredar más que deudas, qué bueno, que no quieras nada. Corremos el riesgo de quedar en la calle —dijo su mamá mirando a Sofía, bajó la cabeza y se aferró al sillón de la sala con una mano y la otra se la llevó al vientre sosteniéndolo, suspiró hondo.

—¿Cómo que en la calle? ¿Qué?, pero...

—Tuve que hipotecarla, los costos para cuidar a tu padre eran muy elevados, hace años que no llega nada de la compañía, cada dos meses me visto con las mejores ropas y llego a las oficinas de la compañía, me sirven café, me llevan a una elegante sala de conferencia y me muestran gráficas de números que no entiendo, todo para decirme que no habrá dividendos —recitó con temblor en su voz.

Su madre siempre fue una mujer feroz, arriesgada y valiente, veía rastros de eso queriendo salir a la superficie; sin embargo, solo podía ver a una mujer agotada, acabada por cuidar a dos personas que no podían levantarse por sus propios pies.

—No tenía idea —respondió Astrid con un ligero temblor en su voz, se sentó en el sofá con la mirada gacha, Carla se sentó junto a ella.

—Lo que mandas para Sofía se gasta solo en ella. Yo trabajo, pero no gano mucho, cubro las medicinas y la comida de todos. No puedo pagar una hipoteca. Tú sabes más cosas, quizás puedas ir a esa compañía y ver si te dan algo por las acciones de papá.

Astrid Asintió de forma enérgica, sintió una mezcla de vergüenza por el abandono a su familia y de culpa por la situación en la que estaban, aspiró aire y lo liberó poco a poco tratando de asimilar que ella tendría que ocuparse de ellas y hacer cualquier cosa para mejorar su situación.




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