No se concentraba en la conversación: no dejaba de pensar en Astrid; miraba su teléfono esperando la información que mandó a pedir de ella y de su familia. Su madre servía el postre, vio a su padre acercándose con un vaso de whiskey, se lo entregó en la mano.
—La comida estuvo interesante, tu hermana nos presentó a su novio. Al menos llegaste para cenar.
—Ya conocí al novio de Sara.
—Y tú ¿Cuándo nos presentarás una chica?
—Cuando conozca una que quiera presentarles.
Su padre negó con la cabeza, se sentó frente a él.
—¿Cuándo dejarás de jugar a ser médico y vendrás a hacer el trabajo que te toca con tu familia?
Romeo suspiró hondo.
—Soy médico, no juego a ser uno.
—Eres heredero de un legado...
—Soy médico, padre, no puedes entenderlo y está bien, pero no es necesario que cada vez que nos veamos, me digas lo mismo.
—Es una etapa, un médico es un empleado, no me malinterpretes, admiro a los médicos, le debo la vida a muchos, pero tú no naciste para ser un empleado, eres dueño de una de las empresas más importantes del continente, junto con tus hermanos que si han entendido su lugar.
Aspiró aire y miró hacia el área de la piscina que era visible desde el comedor principal gracias a que abrían unos ventanales por las noches con luna llena como ese día, su madre le sonreía con complicidad.
—¿Quieres helado? Supongo que beberás el trago que te ha servido tu padre.
—No quiero nada, madre, ni helado ni trago —respondió con tono cansado, no le apetecía discutir con su padre.
Su madre lo rodeó con sus brazos por el cuello y lo besó en las mejillas.
—Qué bello, mi hijo, estás muy guapo, tan alto y elegante. Me encanta como se te ven esas camisas blancas de mangas largas, eres todo un hombre.
Sabía el tono con el que se lo decía, advertía en su mirada un dejo de nostalgia, sentía con frecuencia que esos abrazos espontáneos no eran para él, eran para Valerio, sabía que su madre lo veía pensando que así luciría su hermano si hubiera vivido más, el sentimiento le partía el corazón, sin embargo, también le hacía feliz darle esa ilusión a su madre.
Besó sus brazos, se levantó y la abrazó pegándola a su pecho, se quedó en silencio para dejar que su madre lo abrazara imaginando a su hijo muerto.
Miró a su padre, contemplaba la escena con rostro serio, bajó la mirada y se levantó, caminó hacia la sala sin decir una palabra.
La última vez que le nombró a Valerio, fue para decirle que si su hermano no hubiese muerto, no le estaría rogando a él para que ocupara un puesto en la empresa familiar.
Sonó su teléfono, se emocionó, soltó a su madre y tomó el celular, caminó hacia el área de la piscina a toda prisa haciendo señas a su madre, esta sonrió con picardía, él pensó que su madre asumiría que era una chica o una emergencia.
—Rómulo.
—Romeo, ya tengo la información.
—Antes que nada, necesito pedirte un favor, ni una sola palabra de esto a mi papá, sabes como se pone de intenso a querer saber todo.
—Entiendo, ni me lo digas, lo último que quiero es problemas con mi tío. El apellido que usa ahora Astrid, es Duval, la compañía que fundó su padre, pasará a manos de acreedores, tienen muchas deudas, no habría posibilidades de que fueran contra bienes de la familia, porque es una compañía anónima, sin embargo, sirvieron de garantes para muchos préstamos, eso complica el panorama.
—¿Qué significa eso en resumidas cuentas?
—Lo siento, doctor, no se haga el que no sabe de finanzas: Esa empresa está quebrada, deben declararse en bancarrota y su familia está bastante comprometida, creo que tiene un par de hipotecas sobre la casa y ningún otro bien contra el que puedan ir los acreedores, tendrán que declararse en bancarrota ellas también.
Tragó saliva con dificultad, se sentó al borde de una silla frente a la piscina con la mirada fija en la nada, su pecho subía y bajaba descontrolado, la noche estaba calurosa, un par de gotas de sudor rodaron por su frente, miró sus zapatos de cuero, podía ver su reflejo.
—Primo, ¿estás?
—Sí, estoy pensando.
—¿Pensando en qué?
—¿Qué se necesita para que no tengan que declararse en bancarrota? —preguntó a su primo Rómulo, sería el único en quien confiaría con la locura que se le estaba ocurriendo.
Escuchó una carcajada estruendosa al otro lado de la línea.
—No puedes estar hablando en serio, ¿Todavía estás enamorado de ella? ¿De verdad?
—Solo quiero saber ¿Puedo invertir en la compañía? ¿Prestar dinero o servir de garante? Algo, el experto en finanzas eres tú.
—Claro, podrías invertir como socio, para eso tendrías que hacer una oferta, esa compañía vale cero, no vale nada, te diría que sería buen negocio comprarla, recuperarla y venderla con altas ganancias, pero la verdad es que no vale la pena invertir nada allí, si lo haces será por caridad y no puedes esperar retorno de tu inversión.