Tocó a la puerta emocionada, abrió su madre quien la miró de arriba abajo.
—¡Por fin! Pasa.
Astrid contuvo una sonrisa, la sensación de que había logrado algo para ellas la llenaba de orgullo.
—¿Y las chicas?
—Carla trabajando y Sofía durmiendo, ya tomó sus medicamentos para el dolor y esos la hacen dormir mucho.
—Tengo buenas noticias.
Su madre soltó un suspiro, no dejaba de mirarla a los ojos con su rostro serio, se cruzó de brazos y se sentó en el sofá, Astrid la imitó.
—Dime.
—Hay un inversionista interesado en la compañía.
—¿Un inversionista?
—No te había querido decir nada por qué el panorama antes de eso no era alentador.
—No entiendo que tiene que ver un inversionista.
—¿Recuerdas que dijiste que te decían cada vez que no habría dividendos? Bueno, es porque supuestamente está muy mal la compañía, se requiere una inyección de capital.
—No entiendo nada, necesitamos el dinero para no perder la casa, ¿Cómo nos ayuda que haya un inversionista?
—A él podemos venderle la parte de papá y así podrán salir de la deuda de la casa. No quise contarles nada, pero además iban a contraer otras deudas si ese inversor no aparecía.
Su madre cerró los ojos y suspiró mientras apretaba los labios.
—Por eso no habías venido ni contestabas el teléfono, supuse que simplemente no querías ayudarnos, ya estaba pensado en ir a vivir todas con tu tía Lucrecia mientras tanto.
—Lamento no haber venido o haber respondido a las llamadas.
Su madre sacudió la cabeza con un gesto de reproche.
—Tampoco es tu obligación, pero tus hermanas estaban bastante tristes por tu indiferencia, siempre haces eso, Astrid. No te molestaremos más, pero por ahora te necesitamos, de lo contrario no te podíamos nada.
—Lo sé, lo siento, estaba buscando otras opciones, no las voy a dejar a su suerte —respondió, aunque se sintió mal por mentir, estuvo echada en su cama sin atreverse a levantar el teléfono, hundida en el pasado y en lamentaciones inútiles, Martino hizo el trabajo que ella debió hacer.
Sintió vergüenza, solo le preocupaba no poder volver a su vida en Europa. En última instancia pensaba pedir un préstamo a Jaques, era el director financiero de la revista para la que trabajaba y su amante ocasional, si alguien disponía del dinero para ayudarla era él; sin embargo, su negativa a concretar una relación formal la hacía dudar de pedirle ese préstamo no quería compromisos.
«Ese inversionista salvó el día, ha sido un milagro», pensó mientras veía el rostro acabado de su madre.
—Bueno, supongo que son buenas noticias.
—Lo son, madre. Me ocuparé personalmente de todo y no me iré hasta que el asunto de la casa quede resuelto.
Su madre torció el gesto con una mueca.
—Vas a volver a Europa, claro, allá está tu vida.
—No las abandonaré, lo prometo.
La mujer le dedicó una sonrisa amplia. Sus ojos brillaban húmedos.
—Gracias, te necesitamos, no solo por el apoyo financiero o para que te ocupes de cosas, te extrañamos, extraño a mi hija.
Astrid pasó saliva, tampoco se sentía tan dispuesta a una apertura emocional con su madre. Sonrió y afirmó mientras se levantaba del sofá.
—Iré ahora mismo a una reunión con ese inversionista, te contaré todo cuando termine la reunión. Ya no tendrán que preocuparse por perder la casa, por nada más.
—Gracias, está bien, ve. Puedes venir a cenar con nosotras, a tus hermanas les gustará tenerte aquí, conversar contigo.
Afirmó incómoda. Odiaba cuando se daba cuenta de la distancia que ponía con sus hermanas, era injusta y fría, ellas no lo merecían.
—Lo haré —prometió movida por la emoción de tener resuelto el asunto del dinero.
Subió a su auto y al ver una llamada entrante de Jaques, decidió responder mientras se dirigía a la compañía.
—Te extraño, nena —fue lo primero que dijo el hombre al otro lado del teléfono —, ¿Cómo está tu familia?
—Bien, gracias por preguntar.
Jaques suspiró con dramatismo sobre la línea.
—Me incomoda que estés sola ocupándote de esas cosas cuando yo podría estar contigo acompañándote. Eres muy terca.
—Todo está bien, no necesito compañía, solo estoy con mi familia.
—Me quedé esperando los reportes que me dijiste que enviarías, ¿Son de la compañía de tu familia? Sí necesitas que viaje...
—No, claro no, no hace falta, gracias, pero no es necesario, hoy me los entregan, te los haré llegar para que me hagas el favor de revisarlos y darme tu opinión.
—Claro, Astrid. Sabes que me importas, y si hace falta mover cielo y tierra por ti, nada más lo pides y pongo el mundo a tus pies.