Astrid resoplaba mientras sacaba del sobre amarillo los papeles, una tarea simple que se le dificultaba porque sus manos temblaban, no le importó que Martino y el abogado se dieran cuenta, se mordió los labios, tomó varias respiraciones hasta que sacó el manojo de papeles, los miró de forma fija y comenzó a examinarlos con detenimiento hoja por hoja.
—Tenemos los documentos en digital —comentó el abogado.
—¿Todo bien, Astrid? —preguntó Martino, ella alzó la vista y lo miró a los ojos.
—Hay un montón de condiciones absurdas —respondió con la voz temblorosa.
El abogado avanzó hasta sentarse frente a ella, miró los papeles y los señaló con la mano.
—Son parte de la negociación, y es algo habitual, pero no advertimos nada demasiado demandante o descabellado, injusto o malintencionado.
Astrid fijo la vista en él, apretó los labios y se los relamió, sentía la boca seca.
—Exige que yo me quede en el equipo gerencial y en la junta directiva.
—Me pareció positivo, ustedes como accionistas mantendrán el control...
—¡Vivo entre Madrid y París! —gritó.
—No estaba al tanto de ese detalle, aún nada se firma y puede ser negociado.
—Ya me dijo en mi cara que espera que forme parte de esto, no sé qué más cosas pide, yo...
Cerró los ojos, no podía hacer un escándalo en esa oficina, debía controlarse, pasó saliva, recordó como se mantuvo alejada del alcohol en la habitación de hotel, solo usó el vaper, aspiró el olor de su ropa, olía a bananas y fresas, como su vaper, negó ligeramente la cabeza, podía controlar toda la situación a su alrededor, abrió los ojos, y sonrió con ironía al abogado.
—Haga un resumen de las exigencias para firmar el acuerdo, por favor —dijo en tono más calmado.
Se levantó de la silla y dio vueltas alrededor de la oficina mientras el abogado encargaba la tarea a sus asistentes. Martino se acercó a ella con mirada de preocupación.
—¿Estás bien? Estás roja, quizás debas medirte la presión —comentó, alzó la comisura del labio y alzó el mentón, parecía una pequeña burla.
Astrid rodó los ojos y soltó un suspiro pesado.
—Necesito otras opciones, no quiero tener que aceptar las condiciones de ese hombre.
Martino cambió su postura, dejó de sonreír.
—Son condiciones ligeras, es mucho dinero y nadie más está dispuesto ¿Tienes de dónde sacar un inversionista?
Astrid se quedó mirándolo con expresión muy seria, pedir el dinero a Jaques no era una opción, le pediría más que ser parte del equipo gerencial, y ella no estaba dispuesta a tener una relación formal con él por su necesidad de cubrir la estabilidad económica de su familia.
Ella debía de ayudar a su familia, así lo sentía, era su responsabilidad, debía hacer lo que tuviera al alcance hacer para que no perdieran la casa, y pudieran tener una vida digna.
Pensó también que debería dejar eso atrás y ayudarlas con su sueldo, con sus ahorros, mudarlas y pagarles alquiler, lo cual supondría un sacrificio enorme, sin embargo, no dejaba de hacer cuentas en su cabeza.
Apretó los puños, la decisión debía tomarla rápido.
—Me gustaría negociar el tiempo de mi permanencia en la compañía, no será para toda la vida. Tendré que dejar mi empleo y mi vida como la conozco en Europa, pero no quiero hacerlo para toda la vida: un año es lo máximo que estoy dispuesta a negociar.
Martino asintió con un gesto.
—Me parece justo, veremos que le parece al señor Valente ¿Te dijo que es doctor? Es cardiólogo, también para él esto es nuevo.
Astrid puso los ojos en blanco.
—Es un narcisista presumido, no me agradó —dijo cruzándose de brazos. Martino le sonrió con coquetería.
—Sí que eres una mujer difícil. Es un hombre apuesto, elegante, inteligente, adinerado, educado, médico, y ha conseguido caerte mal.
—Pues parece todo tu tipo, ya que a ti sí que te encantó.
Martino se carcajeó.
—Me van las mujeres, pero no soy ciego, ni tonto.
Él la miró de arriba abajo con disimulo y se quedó mirando sus labios, lentamente subió la vista hasta sus ojos.
Astrid supo que el hombre quería saber su verdadera opinión sobre Romeo. No quiso compartir con él que ya lo conocía y que no hacía muchos días habían compartido íntimamente.
—Esperaba poder estar en casa ya para estas fechas, y aquí estoy en medio de una negociación para que entre un inversionista a la compañía de mi padre, disculpa si estoy de malas.
—Con ello se salvará el patrimonio de tu familia, no es poca cosa. Son buenas noticias.
Astrid se mostró de acuerdo moviendo la cabeza de forma afirmativa.
Ladeó la cabeza y miró a su alrededor, pensó rápido en ubicar una oficina y comenzar a instalarse en el edificio, parecía no tener escapatoria de la trampa que Romeo Valente le había puesto. «Me quieres cerca, pues haré que te arrepientas de haberlo deseado», pensó.