Nueve meses

Capítulo 12: Romeo

A Romeo le dolió la mirada de desagrado que le lanzó Astrid al verlo, pudo mantener la expresión de sorpresa, pensó Romeo, pero no: ella se mostró descontenta al verlo, se animó un poco diciéndose así mismo que después de todo sí estaba siendo un poco invasivo.

—¿Me seguías o qué?

—Estaba cerca, pensé que en algún momento del día llegarías al hotel.

—¿Qué necesitas? —inquirió con desespero, miró la caja de pastelería que llevaba en la mano y regresó la vista a él con evidente incomodidad.

—Dijiste que ya estabas instalada, pensé en que podría ayudarte, después de todo soy el responsable de que tuvieras que mudarte.

—¿Haces eso en todas las compañías en las que inviertes? —preguntó con tono más amable.

Romeo sonrió, se quedó mirando sus ojos, su corazón latió más rápido, alzó el mentón y se cruzó de brazos.

—Es mi primera vez.

Astrid sonrió de medio lado y negó ligeramente con la cabeza, bajó la mirada y suspiró con gesto de resignación.

—Compré uno para mi hermana y lo olvidó en el auto ¿Quieres?

Romeo sonrió con amplitud, asintió enérgico, se meció hacia adelante con la mirada fija en los ojos verdes de la pelirroja.

—Podemos comerlos en mi habitación —dijo, caminó hacia el elevador con el rostro alzado y un batir de caderas coqueto, él la siguió mientras admiraba su pelo rojo batirse al ritmo que imponían sus caderas.

Estaban solos en el elevador, ella mantenía la mirada gacha y él aprovechaba de admirar cada una de sus facciones: su nariz pequeña como botón, sus pecas perceptibles porque no llevaba maquillaje, su piel blanca y de aspecto nítido, miró de forma fija sus labios rellenos y de color rosado, vio con completa atención como ella los humedeció en un instante.

Para Romeo, Astrid era la mujer más hermosa que había visto en su vida, suspiró para sacarse de su ensoñación cuando se abrieron las puertas del ascensor. Ella caminó con prisa hacia su habitación, abrió la puerta y se volvió a verlo a la cara, él sonrió con los labios cerrados cuando sus ojos se cruzaron.

—Bienvenido, de nuevo —dijo con tono pícaro, por la cabeza de Romeo pasaron muchas imágenes de la noche de su encuentro, sonrió mostrando sus dientes con la mirada perdida en los movimientos de ella, quién dejó la caja de la pastelería sobre una mesa mientras dejaba la cartera sobre el armario, se sentó a la mesa a esperarla.

Quedaron frente a frente, él la ayudó a sacar los postres de la caja, admiró como ella lo tomaba entre sus manos, rio al verla comer con desespero, la mujer cerró los ojos y suspiró ante el primer bocado que probó. Romeo sonrió perdido en la imagen.

—¿Está bueno?

—Pruébalo.

Con cuidado partió a la mitad el postre de hojaldre haciendo un desastre, pero no quería comerlo todo, por si ella quería más después. Astrid lo miró divertida, Romeo probó un pedazo del postre y cerró los ojos también.

—Está buenísimo.

—Mi hermana me los recomendó.

—Son las once de la mañana, ¿a qué hora almuerzas? Se te va a quitar el hambre.

—No, igual voy a comer, tengo hambre infinita.

—Sigue en pie mi oferta, no estoy muy acostumbrado a cosas administrativas, pero creo que me corresponde cubrir tu mudanza.

—Fui grosera contigo, lo siento. Gracias por hacer esto, significa todo para mi familia y puedo cubrir los gastos de mudanza, es lo mínimo que puedo hacer.

—No se trata de si puedes o no, se trata de lo correcto y me corresponde. Llamaré a una agencia de mudanzas, se ocuparán de todo.

—Solo tengo ropa, no hace falta un camión.

—¿No comprarás muebles? ¿Cama?

Ella se echó a reír.

—Claro, pero donde lo compre harán la entrega obviamente.

—Insisto, debo ayudarte, ¿tu instalarás todo sola?

—No, claro que no. No te preocupes, voy a estar bien.

Romeo quería subir sus muebles, armar su cama, instalar su refrigerador, sin embargo, no quería ser invasivo.

—Quiero dejarte saber que cuentas conmigo.

—Lo sé, lamento mi actitud anterior, tampoco te prometo que mejorará, me cuesta confiar en las personas, y estoy acostumbrada a ser independiente.

—Lo entiendo.

—Gracias por ser ese inversionista ángel. Te lo agradezco —dijo sería mirándolo a los ojos, Romeo sonrió de medio lado y pestañeó afirmando con la cabeza en su dirección.

—De aquí salimos ganando todos.

—¿Te vas a comer eso? —preguntó señalando la mitad del postre que Romeo había separado de forma aparatosa. Él soltó una risa nerviosa, negó con la cabeza y se lo acercó, lo comió de un bocado.

—¿Vivías sola en Europa?

—Sí, en Madrid vivía en una piso que yo renté y en París en un apartamento que paga la revista porque mi residencia principal era en España.




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