Seguía extrañando su lugar de trabajo en España, y su oficina en París, no dejaba de comparar ya con una semana instalada en la oficina, aunque el lugar estaba decorado con diseño minimalista y de buen gusto, tenía una asistente en común con Martino, había en el pasillo una máquina de café y desde su ventana una vista decente hacia el distribuidor de la autopista y unos edificios cercanos.
Romeo estaba ocupado, lo suficiente para no tener tiempo de hablarle a ella, de visitar la oficina o aparecer de vez en cuando, ella lo agradeció internamente, aún se acostumbraba a su presencia, y a lo que representaba, y a quién era.
—Buenas tardes, Astrid ¿Te traigo tu café expresso?
—Gracias, Erika, sí, por favor.
La morena se dio la vuelta, era una muchacha joven y agradable, de rostro hermoso, vestía bien, pensó que era una observación frívola sobre ella, aunque lo hacía porque en su lugar de trabajo era común ver gente vestida a la moda todos los días.
La morena entró de nuevo con una caja que contenía un par de cafés más, uno sería para Martino, negro como el de ella, y el otro de Erika, tenía crema sobre el vaso, Astrid se relamió los labios, y aspiró el dulce olor.
—¿No es de la máquina, verdad?
—No, este con crema no, lo mandé a traer del cafetín del centro comercial de al lado.
La muchacha sonrió.
—Quédatelo, pediré otro.
—No, no, es solo que me provocó la crema.
—Es crema chantillí. En serio, no hay problema, quédatelo.
—Es que no me gusta el café frío —dijo Astrid mientras tomaba el café en sus manos y lo acercaba a sus fosas nasales, tras olerlo lo tomó, saboreó la crema con los ojos cerrados, la risa suave de la chica interrumpió su momento.
Astrid abrió los ojos y se rio con ella.
—No soy fan, pero este está muy bueno.
—Podemos comprar una lata de crema chantillí para que la tengas por aquí.
—Sí, por favor.
—¿Interrumpo? —preguntó Martino.
Erika salió de la oficina y Astrid se limpió la comisura del labio, mientras miraba de forma retadora a Martino con quien no conseguía ponerse de acuerdo en nada.
—Ya estás adentro.
—¿Revisaste los correos? Romeo quiere que nos reunamos la semana que viene, está poniendo en orden sus cosas para poder estar de lleno aquí.
—Los revisé, el cargo que me han puesto me hace gracia: gerente de comunicaciones y relaciones públicas.
—Es tu trabajo: mejorar la reputación de la marca, en los correos tienes la lista de cámaras de comercio, cámaras industriales, instituciones públicas; eres una mujer inteligente, sabrás qué hacer.
No había conseguido concentrarse y había pasado un par de días con el estómago revuelto, incapaz de retener nada en el estómago, salvo que fuera dulce.
—Hay un restaurante cercano, sirven un salmón muy bueno ¿Me acompañas? —preguntó Martino con media sonrisa y los brazos cruzados.
Astrid aspiró aire y se le quedó mirando por unos segundos.
—¡Vamos! —dijo
Tomó su bolso y siguió al hombre.
—Podemos llevarnos bien, Astrid. Sé que te molestan algunas cosas, pero debes comenzar a adaptarte a este mundo, es algo diferente a lo que estabas acostumbrada y...
—Sí, sí, no me trates de tonta, puedo ver las diferencias. Tenemos un mismo objetivo, te puedo escuchar.
—A veces me pareces que no estás convencida de esto.
—No tengo opción, debe funcionar.
Bajaron del auto y entraron al restaurante que era elegante, Astrid admiró todo a su alrededor, aunque sintió un poco de repulsión por el olor de los platillos que servían en las mesas. Arrugó la nariz y siguió las indicaciones de Martino.
—¿Qué te gustaría pedir? —preguntó el hombre enseñándole el menú.
—Dijiste que el salmón es bueno, está bien para mí.
Ella lo vio entenderse con el mesonero.
—¿Alguna entrada?
—¿Tiene helado de pistacho? Eso quiero, un poco.
Martino se quedó mirándola con incredulidad, el mesonero le explicaba que sí y que iría por él, tuvo la duda de si lo quería antes o después de la comida.
—Antes.
El mesonero se fue y Martino se aclaró la garganta.
—¿Antes de comer? —preguntó Martino.
—Tengo mucha ansiedad, me provoca algo dulce, estoy tratando de entender de qué va todo y como funciona.
—Es lo que te digo, para eso puedes apoyarte en mí, no soy tu enemigo.
—No peleo contigo, si cuestiono algo, no es que quiero ser tu enemiga.
—El que está al frente soy yo y no puedes cuestionarme delante de los empleados.
—Solo te molesta que una mujer se te ponga de tú a tú.
El hombre chasqueó la lengua y negó con un gesto.