Ojos Escarlata

I

Perovo, Moscú 1875.

Con el arribo de los fuertes vientos de invierno llegó el tren de las once proveniente de Yaroslavl, de el bajaron muchas personas que iban ahí de visita y otras más por negocios. El tempestuoso viento parece silbar entre las casas de madera y roca del centro, los mercaderes ya se ven bien abrigados esperando de esa manera las primeras nevadas.

Víktor Nikiforov acaba de descender del tren, el cansancio se denotaba en sus ojos ya que nueve horas de viaje más una de retraso no eran nada fáciles de sobrellevar. Apenas tenía 27 años y era un excelente doctor, pero su vida laboral lo tenían la mayor parte del tiempo ocupado. Hace dos semanas atrás había recibido una carta de su amigo Christophe Giacometti, un reconocido psiquiatra que residía y trabajaba en Perovo por un problema con uno de sus pacientes el cual ya no parecía tener un problema psiquiátrico si no uno de salud. Su cabello platinado fue hondeado por los vientos de invierno haciendo que su flequillo se moviera y dejara ver ambos ojos de un azul tan intenso como los cielos de primavera, relamió sus labios los cuales comenzaban a secar por el frío y que posiblemente no le ayudaría mucho el bálsamo que cargaba consigo.

- ¡Señor Nikiforov!- llamó una voz ronca desde un lado del andén.

- Hola...- estrecho la mano del hombre que lo llamaba- Tu debes ser Otabek Altin.- dijo con una sonrisa.

- Así es señor Nikiforov, el doctor Giacometti me mandó a recibirlo y llevarlo al hospital psiquiátrico donde se encuentra el en estos momento.- comentó el hombre con seriedad y temple.

- Muy bien, pero te pediré que solo me llames Víktor...- el hombre asintió.

A Víktor le pareció un hombre bastante serio, llevó sus maletas al coche que le esperaba con ayuda de Otabek y así partieron, Víktor no entendía muy bien cual era la fascinación de su amigo Chris por trabajar con lunáticos, mientras contemplaba las calles de aquella ciudad sus ojos cayeron sobre un hombre que paseaba del brazo con una dama, la cabellera rubia que se agitó con el viento y pudo ver una piel pálida casi sin vida, pero su atención se posó más sobre el caballero que la llevaba del brazo, un porte elegante y sinuoso al andar, labios rosa, por el sombrero de copa no pudo ver los ojos de aquel hombre y al voltear más para verle un carruaje pasó haciendo que se perdiera del todo. Cosa extraña que se sintiera atraído a algo tan banal como eso, sin embargo le restó importancia al ver a su silencioso acompañante leyendo una pequeña libreta, lo observó por unos segundos; cabello negro, bajo de estatura, complexión fornida y ojos oscuros, nada especial pensó Víktor.

Al frente vio grandes y pesadas rejas de hierro forjado, una buena elección para evitar que los locos salieran, pensó viendo como estas eran abiertas por los guardias que custodiaban el lugar, el carruaje se detuvo y ambos bajaron, las maletas de Víktor fueron llevadas a su habitación en el ala norte de ese enorme lugar ya que sabía por su amigo que las alas Sur y este están ocupadas por pacientes, al entrar vio que una señora bajita entrada en años y regordeta iba a su encuentro.

- Permítame su abrigo joven señor.- dijo sonriendo con la coquetería de una señora mayor.

No dijo nada y entregó su abrigo viendo después como la mujer se iba con los demás mozos que llevaban su equipaje.

- El doctor Giacometti me pidió que lo llevará con él cuando estuviera aquí.- dijo Otabek avanzando por un ancho pasillo.

Víktor le siguió en silenció, en ese lugar había un patio central donde el peliplata pudo ver una cantidad considerable de personas con abrigos blancos, unos sentados en las bancas de piedra, otros parados viendo a la nada y otros más hablando con los árboles. Víktor no tenía mucha paciencia con personas así, por lo tanto procuro no detenerse mucho a observar, cuando llego vio a Chris sentado frente a su padre con los puños cerrados, posiblemente estaban teniendo una discusión.

- Señores Giacometti, el doctor Víktor Nikiforov ha llegado.- dijo Otabek de forma aún más seria.

- Muchacho, cuanto tiempo de no verte.- el mayor se levantó y estrechó la mano del peliplata.

- Un gusto volver a ver a mi mentor.- sonrió de forma cálida.

Jonathan Giacometti había sido su profesor y mentor en la escuela de medicina durante sus años más jóvenes y había aprendido muchas cosas a su lado, de ahí es que se había hecho amigo del primogénito Christophe.

- Oh muchacho, me alegra que hayas llegado tan lejos y no te quedarás en cuentos fantásticos como mi hijo.- dijo el hombre clavando sus ojos verdes en el rubio.

Víktor no supo qué decir y solo sonrió, por respeto no quería comentar nada imprudente.

- Papá, si llame a Víktor fue por algo.- dijo el rubio algo molesto.

- ¡Tonterías!- alzó la voz- Has hecho venir a Víktor por cuentos fantásticos que te haces.- el hombre siempre había sido muy severo pero con su hijo mayor lo era más.

- La verdad me apetecía tomar unas vacaciones de mi trabajo en Yaroslavl.- intervino esta vez el peliplata.

- Con la cabeza loca de mi hijo dudo mucho que descanses...- gruñó antes de dirigirse a la puerta- Te encargo que no haga una estupidez.- azotó la madera al salir.

El silencio en el que quedaron fue interrumpido por un suspiro cansado y algo dolido.

- Gracias por venir Víktor.- Chris abrazo a su amigo.

- Sabes que por ti iría hasta el fin del mundo.- sonrió y apretó con compañerismo los hombros del rubio.

- Ya tuviste la oportunidad de conocer a Otabek, el es mi asistente y el único que ha visto el problema al que te voy a enfrentar.- suspiro sentándose al igual que Víktor y Otabek.

- Sabes que he visto cosas que muchos no.- sonrió de lado.

Los leños quemando en la chimenea y la sirvienta llenando las tazas de té los tenía a todos en silencio, era una chica joven con ojos coquetos los cuales examinaban de forma discreta a Víktor, sin embargo no había mucho que se le pasará por alto y menos esos ojos color miel, al retirarse cerró la puerta y por fin pudieron hablar.




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