Muran era lo que su gente llamaba una rareza, lo cual ya era decir mucho tomando en cuenta que su propia especie ya era bastante rara.
En el mundo exterior eran conocidos como Okan y se tenía la leve sospecha de que eran parientes de los enanos, cosa que los enanos no tardaban en negar.
Los Okan eran, en efecto, de talla baja pero no tenían barbas, vivían en pequeñas cuevas que cavaban con sus propias manos en riscos y montañas pero no eran mineros ni mostraban interés en los metales; en realidad no producían ni fabricaban nada y su alimentación se limitaba a lo que pudieran recolectar en una dieta perfectamente vegetariana, no cultivaban ni criaban animales y eran, en resumen, la raza más apagada y simple que se hubiera visto.
De ellos solo se conocían solo dos cosas que llamaran la atención; la primera era la razón por la que los habían descubierto y correspondía a sus hábitos migratorios, era bastante simple, durante la primera mitad del año ellos vivían en las montañas y luego, cuando comenzaba a hacer frio, se iban todos juntos a las costas no muy lejanas donde tenían otras cuevas en los riscos junto al mar y cuando empezaba a hacer calor regresaban a las montañas.
La segunda cosa era la más extraña y se trataba de su increíble habilidad para ignorar a los demás, una persona que se metiera en su territorio podía pasar días entre ellos, meterse en sus cuevas, tomar su comida y hasta empujarlos por la espalda que ellos actuaban como si no existiera hasta el extremo de que después de un rato la persona misma empezaba a dudar si estaba allí.
La única manera de interactuar con ellos era haciendo trueques silenciosos en los que las personas dejaban algo, luego se iban, y al volver encontraban otra cosa, en general las personas ganaban ya que solo dejaban mantas y fruta mientras que los Okan dejaban cosas que ellos consideraban inútiles pero que tenían verdadero valor como joyas o metales valiosos que hallaban al cavar sus cuevas; en fin, así eran los Okan pero Muran era distinto.
Su familia sola ya llamaba mucho la atención y todo por culpa de un objeto que tenían desde hace tanto tiempo que ya no recordaban ni como había llegado a ellos, se trataba de un martillo de plata con incrustaciones.
-No me explico para que quieren esa cosa- decían los vecinos en sus cuevas- deberían cambiarlo por algo útil.
-El padre quería hacerlo pero el hijo no lo permitió y ahora lo lleva a todas partes.
-Ese Muran está loco y es una lástima porque era un buen muchacho.
-Yo no sé en qué va a acabar el pobre pero ojala no traiga problemas.
Así hablaban los vecinos y es que enserio ¡Muran era tan raro!; los problemas con él empezaron hacia un par de años cuando empezó a ignorar los horarios de migración y a irse de la montaña al mar y del mar a la montaña en cualquier momento y sin razón, luego empezó a llenar su cueva con un sinnúmero de cosas inútiles y agarro el mal habito de mirar a los extraños que llegaban en vez de ignorarlos como cualquier Okan decente y sensato y para colmo hacia sus trueques de forma personal con lo que se daba el lujo de conseguir otras cosa que no fueran abrigo y comida, solo le faltaba hablarle a los extraños pero por suerte aun no había llegado a eso.
No tenía amigos entre su gente y su mayor relación era con su viejo padre al que amaba más que a cualquier otra cosa a pesar de que este no estuviera muy de acuerdo con sus costumbres.
-¿Para dónde vas ahora muchacho?- le pregunto este al ver que preparaba una de las tantas bolsas que había conseguido con sus trueques.
-Bajo a la playa, regresare en unos días si todo sale bien.
-¡A la playa!, pero Muran, es solo el segundo mes.
-Lo sé padre pero es cuando los barcos de los hombres vienen de más allá con sus cargamentos, puedo traer esas frutas dulces que tanto te gustan y una manta nueva.
-¡Mi manta aun sirve!, la tuya es la que está hecha jirones por andar siempre donde no debes.
-Está bien- se disculpo Muran pues ni le gustaba disgustar a su padre- conseguiré también una manta nueva para mí pero no te enfades, no te hace bien.
-Hijo mío, lo que enserio me haría bien es verte más en casa.
-Tengo que ocuparme de otras cosas, lo sabes, pero no tardare en volver.
Se ato el martillo a la cintura con una cuerda de cáñamo, se hecho la bolsa a la espalda y tras asegurarse de que dejaba todo lo necesario para su padre y no olvidaba nada se despidió de él y salió; los niños lo siguieron entre risas y preguntas antes de volver de nuevo con sus padre que como de costumbre miraban ceñudos a ese extraño Okan.
Las costas a las que bajaban los Okan cada medio año estaban a tres días de viaje y no muy lejos de su territorio se alzaba una ciudad costera de hombres donde cada cuatro meses grandes barcos llegaban desde el sur cargados de mercancías.
En la ciudad costera, llamada Puerto Real, Muran era bien conocido pues bajaba a cambiar cosas al mismo tiempo que los barcos solo que allí lo llamaban Simón desde el momento en que alguien había dicho que tenía cara de maestro sabio y era muy querido por todos ya que no causaba nunca problemas y se limitaba a ir de aquí a allá con su bolsa mostrando lo que tenia y señalando con la mano lo que esperaba obtener, nunca hablaba y viéndolo por ahí con su capa raída y sus ojos oscuros los hombres sonreían pues parecía un diminuto mago errante.
Lo único que sabían que no podían conseguir de él, aparte de palabras, era su martillo de plata por el cual ya se habían hecho cientos de ofertas que el siempre rechazaba, por eso apenas atisbo el muelle al final del camino Muran se apresuro a esconderlo en su capa.
Llego a Puerto Real justo cuando atracaba el primer barco, como siempre en esas fechas la ciudad estaba en su máximo apogeo, los comerciantes locales pregonaban a gritos sus mercancías; Muran se instalo cómodamente cerca del muelle, aun no era hora de trabajar, esperaría a que llegara el medio día ya que para entonces casi todos los barcos habrían descargado y la ciudad estaría más tranquila, mientras era agradable escuchar el sonido del mar y estar de nuevo entre aquellos hombres amables que tan bien le trataban.
-¡Buen día Simón!- gritaban alegres en cuanto le veían- ¡como siempre llegas a tiempo!
-¡Esta noche habrá fiesta!, ¿nos acompañaras?
-¡Mi madre necesita algo lindo Simón, pasa por la posada más tarde!
Muran no hablaba pero respondía con sonrisas y movimientos de cabeza a todo el que pasaba, “Buenos y alegres hombres” pensaba “Ojala mi padre y mi buena gente pudieran verlos como yo”.
Para la tarde ya había hecho su primer cambio en la posada al obtener una manta de lana por una pepita de oro del tamaño de un dedo pulgar, sabía que a los hombres le gustaban esas rocas amarillas que el hallaba a veces en los muros de su cueva y cuando llego la noche ya no le quedaba ni una de ellas, se unió a los hombres en la plaza donde se habían juntado para celebrar.
Entre canciones y cuentos se divirtió como el que más antes de buscar un lugar para dormir, no faltaría quien quisiera hospedarlo y al día siguiente podría cambiar algunas de las cosas ya obtenidas por objetos de verdadero valor antes de partir.
El día amaneció con un cielo despejado y claro y Puerto Real empezó su ajetreo, ahora venían los barcos de víveres con sus cargas de frutas y animales del trópico.
Muran espero a que los barcos grandes descargaran y ya iba hacia los puestos con una recién cambiada canasta de mimbre cuando otra nave apareció, no era un bote de carga sino un navío más pequeño, Muran se vio de pronto arrastrado por una muchedumbre que se apiñaba alrededor del muelle; Del barco bajaron hombres y caballos, de pronto hubo silencio entre la gente, del barco bajo un muchacho alto, vestido de verde, con un manto de armiño rojo y una corona de plata en la frente, su nombre era Alexis y era el hijo del rey.
Hacía más de diez años que se había marchado al sur con su madre y ahora volvía a su tierra para terminar su educación y tomar la corona, todos se inclinaron al verlo excepto Muran que se dirigió hacia él sin prestar atención a las miradas atónitas de la gente.
No sabía quién era ese sujeto y por un segundo estuvo tentado a marcharse y seguir con sus cosas pero entonces vio su capa, ese precioso manto de armiño era lo más increíble que hubiera visto en su vida y pensó en lo magnifico que se vería su padre si lo conseguía para él.
Muran se acercaba a la vez que buscaba algo en su saco y muchos lo veían sin saber si debían reírse o alarmarse, hasta el príncipe estaba sorprendido por la extraña criatura que iba hacia él, sus guardias lo detuvieron a solo cinco pasos.
-Esperen- dijo el príncipe adelantándose- este pequeño desea decirme algo y ya que fue tan valiente viniendo a mí es justo que lo escuche.
Los guardias se apartaron y con la mayor naturalidad Muran se planto frente a él y le mostro una pequeña bolsa abierta, estaba llena de perlas que había recogido y guardado hasta hallar algo verdaderamente especial, al mismo tiempo señalo la capa de Alexis.
-Oh- Alexis nunca había visto un Okan pero algo sabia de ellos y entendió el gesto a la perfección- comprendo, quieres mi manto a cambio de eso pero lo que tú me das es mucho más valioso.
-No debe perder el tiempo con esta criatura señor- le dijo un hombre a su lado.
-Tranquilo, se lo que hago; escucha pequeño, tendrás mi capa pero no sería correcto aceptar todo eso.
El príncipe entrego su capa a Muran pero solo tomo una perla de la bolsa antes de marcharse con su gente, pronto el muelle volvió a la normalidad y el curioso episodio dio a la gente de Puerto Real algo de qué hablar por más de un mes.
Mientras tanto, Muran tomo camino a los puestos, estaba algo perplejo pues era la primera vez que veía a un hombre rechazar algo valioso pero estaba feliz por haber conseguido el manto para su padre.
En cuanto al príncipe, estaba realmente intrigado con el extraño Okan y de no ser porque tenía prisa se hubiera quedado un rato con él, pero tuvo tiempo de hacer algunas averiguaciones.
-Un Okan que se mescla con los hombres es algo enserio particular y si no fuera por la prisa que tengo de reunirme con mi padre lo buscaría para verlo de cerca.
-Puedo enviar a unos guardias por él, señor.
-No, no quisiera importunarlo, tendrá sus propios asuntos, además no puedo distraerme ahora, mi padre me espera.