Oniros. Amor entre dos mundos

Prólogo – El Reino de los Sueños

Antes de la primera aurora, cuando la vigilia era apenas una idea sin nombre, nació el Reino del Sueño.
Allí, entre brumas de plata y ríos de niebla, moraban los Oniros, hijos de la noche y del deseo.
De todos ellos, el más amado por los mortales y el más temido por los dioses era Morfeo, el tejedor de los sueños.
Su voz podía arrullar tempestades, su toque convertir la más amarga pesadilla en un jardín de calma.
Él no soñaba; él creaba los sueños.

Sus hermanos, Fobetor y Fantaso, reinaban sobre los miedos y las ilusiones.
Pero Morfeo… Morfeo poseía el don más peligroso: el de hacer sentir.
Podía despertar amor, deseo, esperanza o locura con solo rozar una mente dormida.

Y aunque los Oniros eran eternos, carecían de algo que los humanos tenían en abundancia:
la sangre que hereda, la vida que nace.
Los Oniros no podían reproducirse. Su esencia era pura, inmutable, tejida de sombras y recuerdos.
Esa imposibilidad era la frontera entre ellos y los mortales.

Sin embargo, hay criaturas que viven para cruzar fronteras.

Entre los vientos que soplan desde las pesadillas existían las Harpías de la Penumbra, guardianas del miedo, recolectoras del dolor humano.
Una de ellas —Eristeia, la más hermosa y la más ambiciosa— se cansó de servir.
Sabía que si lograba engendrar un hijo de Morfeo, su linaje sería divino.
Y con él, podría dominar no solo las pesadillas, sino los sueños mismos.

Pero Morfeo no se dejaba poseer.
Así que Eristeia tramó un plan: esclavizar a una bruja, una mujer de sangre antigua, capaz de sostener magia entre mundos.
En la oscuridad de una noche en la vigilia, Morfeo descendió para inspirar el sueño de una humana, y Eristeia aprovechó su descenso para atraparlo en un deseo ajeno.
Una noche de pasión robada.
Una semilla arrancada al dios del sueño sin que él lo supiera.

Luego, la bruja fue llevada al mundo de los hombres.
Allí, encarnada en una ginecóloga de renombre —una mujer con acceso a toda clase de recursos y tecnología—, comenzó el ritual disfrazado de ciencia.
Intento tras intento, ovulo tras ovulo, buscando el milagro imposible: dar a luz al hijo de un dios que jamás debía engendrar.




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