Oniros. Amor entre dos mundos

Capítulo 3 – La semilla y la carne

El aire del laboratorio pesaba como una plegaria que nadie quería escuchar.
Era de madrugada, y las luces azules del equipo de fertilidad titilaban como si respiraran.
Eristeia observaba las pantallas con impaciencia.
El embrión —la chispa robada de Morfeo y el óvulo de la Harpía— flotaba en un halo de energía dorada, pero algo no estaba bien.
El monitor tembló, las cifras se descontrolaron.

—¿Qué sucede? —preguntó la Harpía, con un tono más propio de un rugido que de una voz humana.

La bruja, en el cuerpo de Cassandra, frunció el ceño.
Su mirada se desplazó del microscopio al frasco vacío donde antes había reposado la esencia divina.
Sabía lo que el análisis mostraba: rechazo absoluto.

—No lo acepta —dijo en voz baja—. El embrión no reconoce tu sangre.
Lo divino se niega a mezclarse con lo que no fue creado por deseo, sino por codicia.

Eristeia golpeó la mesa, haciendo vibrar los tubos y cristales.
—¡Haz lo que sea necesario! ¡Ese hijo será mío!

Pero la bruja guardaba un secreto.
Uno que había previsto mucho antes de que la Harpía imaginara su traición.
En la noche del sueño robado, cuando Morfeo y la joven humana se fundieron bajo la manipulación del hechizo, ella —la bruja— había dejado una última instrucción en la mente de la muchacha:
"Despierta confundida. Y ve al médico. Hazte revisar, hazte extraer tus óvulos."

Evelyn lo había hecho.
Movida por una inquietud inexplicable, por un sueño que no recordaba pero que la hacía temblar, se había presentado en una clínica de fertilidad una semana después.
“Por prevención”, había dicho.
Los óvulos quedaron guardados, catalogados, congelados.
Y la bruja los había utilizado para fertilizarlos con la esencia de Morfeo.

Mientras la Harpía rugía su frustración, la bruja se giró hacia el monitor y dijo, con una calma mortal:

—Podemos intentarlo una última vez.
—¿Con qué? —gruñó Eristeia—. ¿Qué más nos queda?

—Con aquello que Morfeo eligió sin saberlo.
—¿La humana? —escupió la Harpía, incrédula—. ¡Una mortal cualquiera!

—No cualquiera —corrigió la bruja, con una sombra de reverencia en su voz—.
Ella fue la soñada. La primera en recibir su toque.
La única capaz de albergarlo sin destruirse.

La Harpía entrecerró los ojos, desconfiando.
Pero el poder del embrión era innegable. Ya latía, ya brillaba como una estrella contenida en cristal.
Y aun así, se apagaba lentamente.

—Morirá si no lo hacemos ahora —advirtió la bruja—.
Solo la sangre de la humana puede sostener su vida.

Eristeia la miró con furia y desesperación mezcladas.
—Hazlo —ordenó—. Pero ese niño será mío.

La bruja no respondió.
Encendió las luces, ajustó las jeringas, preparó los instrumentos.
Mientras lo hacía, sus manos temblaban.
No de miedo… sino de certeza.

Evelyn dormía en una camilla, bajo anestesia leve.
No sabía por qué estaba allí, solo recordaba un sueño azul, una voz que le había prometido calma.

—Perdóname —susurró la bruja, colocando el embrión en su útero—.
Tu destino ya estaba escrito, incluso antes de que soñaras.

El procedimiento duró pocos minutos.
Una descarga de luz azul recorrió los monitores; los latidos de Evelyn se aceleraron, luego se estabilizaron.
Y en el silencio que siguió, la bruja sintió una respiración que no era humana vibrar en la habitación.

—Está hecho —murmuró—.
El hijo de Morfeo… late.

Eristeia se acercó, con el rostro torcido entre triunfo y recelo.
—Entonces que crezca —dijo—.
Y cuando despierte, el mundo sabrá quién manda en los sueños.

Pero la bruja apartó la mirada.
Sabía lo que la Harpía no:
ese niño no pertenecía a las pesadillas.
Era la semilla del dios del sueño y de la única humana que lo había amado sin saberlo.
Un ser nacido del deseo verdadero y no del engaño.

Y cuando abriera los ojos por primera vez, nada en los tres mundos volvería a ser igual.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.