Oniros. Amor entre dos mundos

Capítulo 22 — Los Hijos del Sueño

El Reino Onírico ardía en caos.
Las Harpías y sus Nocturnos habían cruzado los límites del Velo, devorando los sueños y transformándolos en pesadillas vivientes. Morfeo, desde su trono de obsidiana, observaba el horizonte fracturado y comprendía que el equilibrio que tanto había protegido se tambaleaba.

Entonces, aparecieron ellos.

Aiden, el Hijo del Amanecer, llegó envuelto en un resplandor azul, el poder del sueño puro latiendo en cada paso. Sus ojos eran espejos del infinito, y en su pecho se sentía la calma del descanso eterno.
A su lado, Lyra, la Hija del Crepúsculo, surgió de la luz dorada del Velo, sus cabellos resplandeciendo como hilos de fuego líquido. La energía de la Vigilia fluía en ella, viva, cambiante, imposible de contener.

Cuando ambos cruzaron el umbral del Salón de los Eternos, el tiempo se detuvo.

Los dioses menores bajaron la mirada.
Las sombras se inclinaron.
Incluso el Anciano Guía contuvo el aliento.

Morfeo se puso de pie.

—¿Qué es esto…? —murmuró, aunque en su interior ya lo sabía.

Los hijos lo miraron, y el aire tembló.
Era como si los dos mundos —Sueño y Vigilia— se reflejaran en un solo instante, buscando equilibrio dentro de una misma melodía.

El Anciano habló con voz grave:
—El destino se cumple, Señor del Sueño. Ambos nacieron del amor, no del designio. Aiden, concebido en el mundo de la Vigilia, domina lo intangible. Y Lyra, nacida en el Reino de los Sueños, gobierna sobre lo real. Dos fuerzas opuestas, pero unidas por un mismo corazón.

Morfeo los observó con una mezcla de asombro y temor.
El poder que emanaban era inconmensurable, superior incluso al de los Eternos. Eran la respuesta que ni las Tres Hermanas habían podido prever.
El resultado del amor y del deseo de un dios… por una humana.

La verdad cayó sobre todos como una tormenta.

—Evelyn… —susurró Morfeo, su voz quebrada por algo que no era dolor, sino memoria.

Los hijos bajaron la cabeza, reconociendo el nombre.
El nombre de su madre.
La única capaz de amar a un Eterno sin desvanecerse en el intento.

Aiden se adelantó.
—Padre… el equilibrio se rompe. La Harpía reúne sus fuerzas para reclamar la Vigilia. Pero si la Vigilia cae, el Sueño también lo hará.
Lyra posó su mano sobre su hermano y añadió:
—Nos usará a nosotros. A nuestro vínculo. Ella lo sabe. Pero también sabe que solo juntos podemos detenerla.

Morfeo dio un paso hacia ellos, y las sombras del salón se inclinaron ante su figura.
Por primera vez en eras, el Dios del Sueño sonrió, no con soberbia… sino con esperanza.

—Entonces que así sea.
—¿Qué, padre? —preguntó Lyra.
—El inicio de un nuevo ciclo. Si los sueños han de sobrevivir, que sea guiados por quienes nacieron de ambos mundos.

Los Eternos se arrodillaron ante ellos.
Y mientras Aiden y Lyra entrelazaban las manos, una ráfaga de energía cruzó los dos planos.
Las fronteras entre la Vigilia y el Sueño se estremecieron.
Los mundos se miraron.
Y el amanecer —por primera vez en la eternidad— soñó.




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