Operación Cupido.

2.

WILLIAM

No había nada en este mundo que me hiciera falta, mi vida era perfecta, con una compañía en ascenso, una gran cantidad de dinero en mi cuenta y la tranquilidad de vivir soltero y sin compromisos amorosos.

Desde muy pequeño mi padre nos enseñó, tanto a mi hermana melliza como a mi,  el manejo completo de la empresa, desde la producción hasta la administración, no había nada de la empresa que ninguno de los dos no pudiera manejar, y en ese momento, en el que ellos ya no se encontraban con nosotros, Valerie y yo nos encargabamos de todo, tal como ellos deseaban. 

Valery se había convertido en mi mano derecha desde la muerte de mis padres, juntos podíamos con todo, era lo que siempre decíamos. Y así fue hasta cuándo llegó embarazada del hombre mismo que había destruido nuestra vida años antes. Una noche de copas la llevó a entregarse a él y con aquella entrega pasó lo que menos pensábamos, un bebé en camino, una pequeña niña que se convirtió en su más grande tesoro, pero para mí era un pequeño monstruo, era ver en sus ojos al hombre que había destruido nuestras vidas, era ver al hombre que había causado la muerte de nuestros padres.

Sabía que la niña no tenía nada que ver con aquel trágico suceso y ni mucho menos con mi repudio hacia el hombre que había donado su esperma para crearla, aún así no podía evitar sentirme un poco incómodo al estar a su lado. Al parecer, la incomodidad era compartida, pues cada vez que mi hermana la llevaba conmigo, ella parecía un poco reacia a quedarse, aunque al final accedía.

Mi equipo de trabajo era muy bueno, a mi lado se encontraba una de las mejores personas que había podido contratar jamás, Samantha, ella era como mi sombra mientras estábamos en la empresa, era muy fácil de tratar y su trabajo siempre impecable. 

Samantha me ayudaba mucho más que en solo su trabajo, desde conseguir mis citas médicas, rechazar algunas de mis citas sentimentales, hasta cuidar a Valentina cuando mi inhumana hermana la dejaba al cuidado del menos capacitado, yo.

Aquel día, Valery llegó a la puerta de mi apartamento muy afanada, parecía algo alterada e incluso nerviosa, a su lado, traía la pequeña abominación, que por alguna extraña razón, al verme me sonrió y entró a mi apartamento sin rechistar. 

—¿Qué pasa Val?

—¿Cuidas a Valentina por mí? debo hacer unas cosas. —la miré frunciendo el ceño.

—¿Qué cosas? —se mordió el labio nerviosa.

—Cosas hermanito, por favor. Solo serán unas horas, lo prometo. 

—Tengo mucho que hacer hoy. —me queje abrochando mi camisa.

—Lo sé, pero Valen no te dará problema, ella se sabe comportar bien.

—Casi mata del susto a mi asistente la última vez, cuando decidió que era una excelente idea escapar del piso de oficinas y jugar al escondite en la planta de producción con los empleados.

—Es una niña después de todo, se aburre un poco. No seas gruñón.

—Dime que vas a hacer. —soltó un largo suspiro.

—Debo pasar al despacho de la abogada que me ayuda con el juicio en contra de Austin —un gruñido salió de mis labios al escucharla mencionar su nombre. —Deja de gruñir, no eres un perro.

—Ese maldito infeliz, debería estar pudriéndose en la cárcel por lo que le hizo a nuestros padres.

—Lo absolvieron por falta de pruebas, pero estoy buscando la manera de enviarlo allí por medio de Valentina, si no pudimos por un medio buscamos otros, la demanda por alimentos que pusimos, más las otras deberían ayudarnos. Además, hay otro tema que quiero manejar con ella.

—Ten cuidado. Me quedo con tu mini versión diabólica, solo porque vas a venir el sábado a cocinar mi comida favorita.

—Es mas tu mini versión, de mi solo saco el color del cabello, lo demas es identico a ti, excepto por los ojos, sus ojos son como los de él. —Mi rostro se contrajo al escuchar su mención, al darse cuenta cambió rápidamente de tema, —yo no dije que iba a cocinar. —le hice una mueca obvia. —Entiendo, el sábado cenaremos a mi nombre.

—Buena decisión. —Cerré la puerta en su cara y volví a mi habitación. No miré a la pequeña en ningún momento hasta que fue hora de salir de casa. 

Inesperadamente ella siguió mis pasos sin problema, me dio su mano cuando tuvimos que cruzar la calle, e incluso, se mantuvo sosteniendola hasta que subimos al ascensor del edificio donde trabajaba, al bajar de este la escuche reír al ver a mi asistente perdida en sus pensamientos, tan perdida estaba que no noto que Valentina le quitó un chocolate de las manos y se lo comió mirándome con cara inocente. 

Luego de traer de regreso a la realidad a mi atenta y servicial asistente me encerré en mi oficina a organizar todo lo del día, reuniones y más reuniones, reuniones que nos ayudaban a incrementar el prestigio de la empresa, reuniones muy necesarias para la compañía, pero completamente aburridas para mi, las odiaba. 

Una negociación reñida con el ser que se hacía llamar mi sobrina y un par de burlas después fueron necesarias para por fin dar inicio al trabajo del día.

—Ya se porque no tiene hijos. —rodé los ojos al escuchar nuevamente a mi asistente. 




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