Operación Cupido.

4.

SAMANTHA

Las reuniones restantes de aquel día pasaron muy lento, en las manos de William se mantuvo el cuaderno con las anotaciones hechas por Valentina, anotaciones que cada cierto tiempo miraba.

No lograba entender del todo que pasaba por su cabeza, a vista de todos parecía aborrecer a la pequeña, pero en el fondo, sabía que la quería demasiado. ¿Cuál era la verdadera razón de su comportamiento?

Fuera de eso, él se mantuvo tan amargado como siempre, con su ceño fruncido y su cara de cólico intestinal que era imposible quitarle. En muy pocas ocasiones sonreía, pero cada que lo hacía se veía tan forzada aquella sonrisa que más que agradar, asustaba.

—¿La acercó a su casa? —pregunto al finalizar la última reunión.

Nos encontrábamos a las afueras de la ciudad, lugar donde próximamente se construirá la planta de producción dando paso a un gran aumento de puestos de trabajo y distribución internacional. 

—Solo déjeme en algún lugar donde pueda tomar el transporte público, o en la empresa.

—Pasan de las seis, hasta que lleguemos a la empresa pasarán de las ocho, deme su dirección, la llevaré. 

—No es necesario señor. 

—¡Que se suba al auto! —gritó, haciéndome saltar en mi lugar.

—Que grosero es. —suspiro frotando el puente de la nariz.

—Solo suba al auto señorita Hobbs, es peligroso que una mujer ande sola por la calle a estas horas, no quiero cargar en mi conciencia si algo le pasa. —resignada subí al asiento del copiloto.

—Gracias.

—Ponga su dirección en el gps —me extendió su celular desbloqueado, su fondo de pantalla era tan tierno, que más y más dudas llenaron mi cabeza.

—¿Esta es Valentina? —pregunté mostrándole la foto de la pequeña en su teléfono.

—Tenía un mes de nacida en esa foto, su único momento angelical, luego descubrí quien era su… —de forma abrupta se quedó en silencio.

—¿Su que? —pregunté curiosa, pero al ver la expresión sombría de su rostro preferí guardar silencio. 

El camino hasta mi casa fue acompañado de un silencio sepulcral e incómodo, ocasionalmente lo miraba de reojo y podía notar sus manos aferradas con fuerza contra el volante, su mandíbula apretada y todo su cuerpo tenso. 

¿Tan malo era lo que había descubierto de la niña?

—Señor Hamilton, no se que fue lo que descubrió de la niña, pero déjeme decirle que ella no tiene la culpa. Gracias por traerme —susurré en cuanto el auto se detuvo frente a mi edificio.

No espere su respuesta, simplemente baje del auto y camine muy rápido hasta el interior de mi hogar. 

Al entrar a mi apartamento me apoye contra la puerta y me deje caer lentamente hasta el suelo, estaba más que segura que mis palabras harían enojar tanto a mi jefe que no tendria mas trabajo, iba a tener que empezar a buscar desde cero, y buscar trabajo era lo más difícil de todo.

Con muy poco ánimo me preparé arroz con queso y me fui a dormir con la incertidumbre de lo que sucedería el día siguiente. 

Fue una fortuna para mi llegar más temprano que siempre a la mañana siguiente, no poder dormir me había sacado de la cama una hora antes de lo habitual y la empresa se encontraba casi vacía cuando ingresé.

Horas más tarde mi jefe apareció más amargado que de costumbre, tenía unas enormes ojeras remarcando sus fríos ojos y una expresión tan aterradora que me obligue a pasar saliva nerviosa. 

—Buen día señor Hamilton.

—Hobbs, los pendientes del día. —fue lo único que respondió antes de encerrarse en su oficina. Suspire aliviada al ver que mi puesto de trabajo estaba a salvo.

El resto de la semana fue igual de tenso, mi jefe hablaba muy poco, a pesar que teniamos muy buena relacion las palabras eran muy pocas, las reuniones se convirtieron en casi una tortura y la entrega de informes me llenaba de panico, temia tener el mas minimo error y que decidiera agarrarse de ahi para dejarme sin trabajo. 

El sábado llegó sin mucho afán,  no parecía un día cualquiera, no sentía ánimo de nada, llovía a cántaros cuando desperté en la mañana. Aproveché para hacer todo el oficio atrasado, para limpiar cada rincón del apartamento, lavar algo de ropa y adelantar un poco de trabajo que tenía atrasado, nada fuera de lo normal

Cerca de las cinco de la tarde la señora Valerie se comunicó conmigo, me recordó la cena que teníamos programada y me ofreció pasar a buscarme debido a las fuertes lluvias, muy avergonzada me negué, no quería importunar a nadie en ese momento, mucho menos a mis jefes, podría llegar por mi cuenta a su casa a la hora acordada. 

Tal como lo prometí, llegué a casa cerca a las ocho al apartamento del señor Hamilton, se encontraba solo, la señora Valerie aún no llegaba, por ende la pequeña tampoco estaba en casa. Un poco nerviosa entre a su casa, viendo el aspecto desalineado y fresco de mi jefe en ese momento, nunca lo había visto en ese aspecto, se veía demasiado bien, una camiseta ceñía su cuerpo, un short de jean y unas zapatillas lo hacian ver aún más guapo de lo que lo veía cada día.




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