Operación Cupido.

6.

WILLIAM

Por alguna extraña razón un sentimiento de decepción se instauró en mi, ¿que esperaba que pasara? No lo sabía, nunca había visto a Samantha como mujer, para mi era simplemente mi asistente, una muy bonita y eficiente asistente, pero tenerla en aquella posición con sus mejillas sonrosadas, su aliento en mi rostro y el agradable aroma que desprendía su cuerpo había causado una serie de sensaciones hasta ahora extrañas para mi. 

El timbre continuó sonando con mucha más insistencia, mi mirada abandonó el pasillo por el cual se había marchado Samantha y se enfocó en la puerta de entrada, y aunque mi mente me decía que debía abrir la puerta, mi cuerpo se negaba a reaccionar.

—¿Quiere que yo abra, señor Hamilton? —me sobresalte al escuchar su voz.

—¿Qué haces aquí? —mi cabeza giró para verla, y la voz escapó de mi garganta, incapaz de decir una sola palabra con solo verla utilizando mi ropa. 

—Ya me cambié, ¿Abro? —sus labios rasa se movían de una manera sensual, sus piernas de pollo flaco y pálido resaltaban con la camiseta negra y su cabello ligeramente alborotado y rojizo la hacía ver hermosa. 

—Pareces un bonito pollo desnutrido. —murmure mirando sus grandes ojos marrones.

—¿Es un halago o una ofensa?, no se como sentirme al respecto señor.

—Dime William, solo dime William, incluso en la oficina. —movió su mano insistente hacia la puerta.

—El timbre, se… William. 

—Si, el timbre. —susurro un muy suave “loco”, que escuche a la perfección, pero en lugar de molestarme, aquello me causó gracia.

—Voy a abrir. —asentí con la cabeza sin ser consciente de lo que aquella acción conllevaba.

—¡Oh por Dios! —El grito de Valerie me regresó a la realidad. Salté de mi lugar y salí corriendo directo a la entrada donde una muy sorprendida Val me esperaba. —Pudiste decirme que ibas a estar ocupado hermanito. 

—No es lo que parece.

—Para no ser lo que parece, parece mucho. —La cara de Samantha se tornó color carmín, y estaba seguro que mi nerviosismo no ayudaba a nada en ese momento. 

—Estas mal interpretando, es que, Samantha se mojó…

—Demasiados detalles con una niña cerca. —tapó los oídos de la pequeña Valentina.  —Par de pervertidos.

—No…no. —Samantha intentó intervenir.

—Se mojo con la lluvia, condenada mente sucia. —soltó una carcajada estridente que me contagió de inmediato. 

—Son unos puercos.

—La puerca eres tú, inventando cosas con la niña cerca. —Estire mi mano para sacarla de su agarre. —Ven pequeña, no escuches a tu madre, tiene la mente podrida. —su risa no cesaba, la niña parecía no entender lo que pasaba.

—Tío, ¿estás bien? —mi risa cesó de golpe al ver que la pequeña se abrazaba a mi cintura y me miraba con aquellos ojos malvados. 

—Si, bien. —la solté despacio sin ser brusco y me alejé de ellas. El ambiente se tornó un poco pesado, mis pasos fueron directo a mi alcoba. 

—William. —Valerie me siguió hasta mi habitación

—No ahora Val. 

—Si, ahora. Tenemos que hablar. —negué con la cabeza.

—No puedo Val, no puedo tenerla cerca sabiendo de quien es hija. —ambos nos sentamos a los pies de la cama

—Es mi hija, eso es lo único que debe importarte. Es solo mi hija porque la persona que amablemente la dejó en mi interior no quiso responder. Es tu sobrina, también lleva tu sangre, la misma sangre que corre por nuestras venas.

—Es distinto, ese malnacido… —posó su mano en mis labios silenciandome.

—William, prometeme que si algún día me pasa algo no dejaras a mi hija sola. —la mire como si estuviera loca.

—Nada te va a pasar Val. —se quedó en silencio mirando sus manos fijamente. 

—Promételo, por favor. 

—¿Qué diablos te pasa?

—¡Promételo! —se apoyó en una rodilla y rodeo mi cuello con uno de sus brazos, —Prometelo. —empezó a pellizcarme sin compasión.

—Esta bien, esta bien, lo prometo. pero basta ya.

—Así me gusta, flojito y cooperando. —rodé los ojos.

—Tarada.

—Bobo.

—Por cierto, ¿dónde está mi comida? Muero de hambre. —me soltó de forma brusca mandándome a la cama.

—Eso, si. Pues, no cocine, ni voy a cocinar. 

—¡¿Qué?! Lo prometiste Val.

—Bueno, pues ya que. Pedí unas pizzas mientras subíamos por el ascensor. Ya deben estar por llegar.

—Eres una embustera, me prometiste comida. 

—Y comida te daré. ¡Pizza!

—No quiero pizza, —me queje fastidiado.

—Pues eso será. —Se encogió de hombros restándole importancia. —Will.

—¿Qué?




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