Ordenes inconscientes

Hacer daño es fácil, no hacerlo es lo correcto

Aquel día en que Liberty, sin saber la razón, logro enfrentar su más grande miedo, fue uno de los que recordarían para la posteridad, pues la felicidad era de ambos, aunque más de ella. Fueron a pasear por un parque lleno de colores, y se tomaban de las manos. Manfred le ponía atención como siempre, ella en esos momentos hacia teorías de que había pasado en el habitad de ese reptil.

—También podría ser algo en el aire —decía ella mientras caminaban cerca de unos árboles muy altos—, el efecto desconocido de una de esas plantas.

—¿Y si te disociaste? —dijo él medio en broma, medio en serio, eso explicaría parte del misterio de los comandos—, quizás estos últimos años que evitabas reptiles enrollados desarrollaste algún tipo de mecanismo raro de defensa.

—No lo creo —teorizaba—, recuerdo el momento perfectamente, nunca sentí que no fuera yo misma, sentí hasta me gustaría, y fue justo de esa forma.

—Interesante…

De acuerdo, él ahora si estaba convencido, lo pensaba mientras llegaron a un puente sobre un rio, se pregunta entonces que seguiría, si ella pudo vencer sus miedos, podría hacer coas malas, ¿Matar gente, quizás? O podría ser como en la hipnosis, que nadie puede hacer algo que de forma consciente no haría.

Tenía que hacer otra prueba, algo que ella antes había dicho que no le gustaría, pero que no sea por completo malo. Tuvo la idea cuando tras un par de horas llegaron a su casa, querían descansar un poco. Entonces Manfred vio en el mesón eso que le había pasado desapercibido mucho tiempo, un pequeño cactus en su maceta. Podría hacer que ella lo apriete, con su mano, seria difícil que busque una explicación para eso, podría asustarse, pero demostraría lo eficaces que son las ordenes escritas y sus límites, pues antes no corrió riesgo su integridad fisica.

—¿Vemos una película? —dijo ella mientras abría la nevera, lo que lo saco de sus pensamientos.

—Claro, podemos ver una de acción.

—Mmm… no lo sé —Al final cerro el refrigerador—, hay que ver el catalogo.

—Me parece, hare palomitas —dijo mientras entraba a la cocina con ella.

De pronto le vino otra idea, no era la gran cosa, pero paso por su mente algo que, por obvias razones nunca antes había pasado, ahora podría hacer que ella vea lo que sea con él, sin importar si le guste o no su elección de películas, está en sus posibilidades solo obligarla, y hacer que le guste no le costaría nada. Siempre ha querido una charla filosófica sobre una de esas películas rusas que no hay dobladas, ahora podría tenerlo a pesar de que a ella no le gustan esas cosas porque las considera aburridas.

Cuando el maíz empezó a reventar escuchaba esos pequeños golpecitos que daban, eso le hizo volver a pensar en que limites podría tener lo que descubrió ¿Podría hacer que ella se golpee a sí misma, a otros, a animales, y que lo disfrute?¿Y cuál sería el límite de tiempo?¿Podría mantener una misma orden por años?

Tenia que probarlo, por eso cuando ya estaban juntos y él con su brazo tras el hombro de ella, coloco un comando en su cuello, que fue difícil de implantar porque ella sentía cosquillas, pero él le pidió que no se mueva un rato. Y al final lo consiguió, todos los días, antes de que ella salga al trabajo, dejaba dos cucharas en cruz sobre un plato, de esa forma sabría que tanto duraba el comando.

Al menos ocurrió por tres días, la curiosidad del hombre nunca se detuvo, pensaba en lo que hacía y en los límites mientras atendía familias pequeñas en el restaurante y cuando llegaba a casa con su uniforme, fue quizás el aburrimiento de aquella rutina lo que hizo que Manfred sujeto la maceta cactus, y lo llevo a la mesa del comedor. La noche anterior habría colocado una orden para una hora específica, por lo que solo tocaba esperar.

—Sí, Juan no me agrada mucho, pero los demás tampoco es que sean tan buenos como creen —decía ella, como parte de una de las tantas conversaciones que ellos tienen—, Por cierto ¿Qué paso al final con lo de las cosas expiradas?

—Hice que Hector revisara las cámaras —Pausa dramática.

—¿Aja, y luego?

—Pues sí, fue Maria que se quedó como media hora en el teléfono, entonces parece que creyó que ya había terminado, y no, así que la amonestaron.

—Que mala suerte —comió un poco—, pero se lo merecía.

—Eso sí, casi nos denuncian.

Entonces ella tomo su teléfono, entro a la aplicación del banco, e hizo un movimiento importante. Manfred tomaba de su vaso de juego cuando recibió una notificación, espero tres segundos y reviso el teléfono, no se sorprendió tanto, pero tenía que fingir que sí.

—¿Me depositaste?

Ella asintió con la cabeza, mientras tragaba la comida.

—Sí, son mis ahorros, se me ocurrió que los podrías guardar tú.

Él puso una cara de obvia interrogación, por lo que la mente de ella creo una respuesta.

—Por cualquier emergencia, si algo le pasa a mi cuenta, ya estarían protegidos mis ingresos, tu banco es mejor.

—Bueno, me lo hubieras consultado —Cuando conocieron ella había dicho que siempre seria dueña de lo que haría, y que nunca compartirían cosas como esas—, es una gran decisión.

—Lo sé, pero sé que lo cuidaras.

—Por supuesto —dijo con la mano en el corazón—, descuida.

Y no era mentira, esa era solo otro prueba del poder de las ordenes escritas, pues en esos momentos ella tendría que preguntarse por que tomo la decisión de pasarla la totalidad de sus ahorros, tendría que estar enfadada, pero no lo hacía, se veía tan tranquila como siempre, y al parecer tenía un buen metrónomo interno, pues hizo la trasferencia al tiempo justo que él había escrito, a pesar de no mirar al hora en ese momento.

Ahora él pensaba, mientras lavaban los platos que podría hacer algo con ese dinero, y ella no se enfadaría, si es que la condiciona para eso, pero no, no lo iba a hacer, ella se portaba bien con él, y no tendría sentido, solo mantendría ese capital en su cuenta por si ella en algún momento se arrepiente de esa decisión implantada.



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En el texto hay: poder, miedos, ligera

Editado: 14.06.2025

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