_“Algunas oportunidades llegan envueltas en seda. Otras, en incertidumbre disfrazada de glamour.”_
Los chicos no exageraron cuando me insistieron en que Madison era una mujer realmente especial. Madison Kingsley no era simplemente “particular”. Era una diva con manual de instrucciones y cláusulas de exclusividad. Alison, una de nuestras encargadas de recepción —eficiente, paciente y normalmente imperturbable— estaba a punto de sufrir un ACV. Literalmente. Su rostro tenía el mismo tono que las paredes crema del local mientras revisaba por quinta vez el inventario de bebidas.
—No puede ser —murmuraba, con los ojos desorbitados—. ¿Quién pide Svalbarði en una reunión preliminar?
Svalbarði. ¿De verdad ella había pedido eso? ¿Acaso el agua mineral normal no estaba a su altura? No, por supuesto que no. Ella sin duda solo bebía agua mineral recolectada en el Ártico. Elegante, difícil de conseguir, y tan ridículamente exclusiva que ni siquiera aparece en los catálogos de lujo convencionales. Y Madison la había solicitado como si fuera tan común como una botella de Evian.
—¿Estás bien? —le pregunté a Alison, aunque la respuesta era evidente.
—No. Pero gracias por preguntar —respondió, con una sonrisa que parecía más una súplica.
Decidí que lo mejor sería dejarla tranquila. Avancé por el pasillo, guiada por el murmullo de voces y el sonido familiar de una transmisión en vivo. Y ahí estaba ella.
Madison Kingsley.
Alta, esbelta, con una figura que parecía diseñada para editoriales de moda y alfombras rojas. Su cabello rubio caía en ondas suaves sobre sus hombros, perfectamente iluminado por la luz natural que entraba por los ventanales. Vestía un conjunto blanco de dos piezas, minimalista pero impecable, con detalles dorados que brillaban como si supieran que estaban siendo filmados.
Sostenía su teléfono con una mano, mientras con la otra gesticulaba con gracia. Su voz era dulce, modulada, entrenada para sonar espontánea sin perder el control.
—Y aquí estoy, en Velvet Vows, el lugar donde podría suceder la magia —decía a sus seguidores, con una sonrisa que parecía ensayada frente al espejo—. Estoy a punto de reunirme con la posible organizadora de mi boda. Crucen los dedos, babies. Esta podría ser la elección.
Me detuve a unos pasos, sin interrumpir. La observé y no solo por protocolo. También por algo más incómodo. Algo que se parecía demasiado a los celos.
A pesar de mi línea de trabajo, nunca fui amiga de las cámaras. Las transmisiones en vivo me parecían una forma elegante de exhibicionismo. ¿Millones de desconocidos viendo cada segundo de tu vida? No, gracias. Yo prefería los focos detrás del telón. El control y la elegancia sin exposición.
Pero Madison era diferente. No solo tenía belleza, también poseía presencia. Ese tipo de magnetismo que hace que la gente gire la cabeza sin saber por qué. Y aunque sabía que mi empresa era buena y que mi equipo era el mejor, no pude evitar sentir que estaba entrando en mi mundo como si fuera suyo.
Y lo peor: lo hacía en vivo.
Respiré hondo. Me alisé el vestido con una mano. Y avancé hacia ella con la sonrisa que uso cuando sé que estoy a punto de ganar una batalla que aún no ha comenzado.
—¿Srta. Kingsley? —pregunté con sutileza.
Ella se volvió hacia mí de inmediato. Por instinto, extendí la mano en un saludo profesional. Pero al parecer, eso no iba con ella. Se lanzó en un abrazo apretado, inesperado e incómodo.
—¡Ay por Dios! —gritó cerca de mi oído, con voz aguda y perfume caro—. ¡No puedo creer que este día haya llegado!
No supe si me hablaba a mí o a sus seguidores. Sonreí amablemente, sin decir nada. No por falta de palabras, si no más bien por estrategia.
—Lo lamento mucho, Srta. Kingsley, pero voy a tener que pedirle que deje de transmitir durante la reunión —dije, con tono firme pero educado—. Es por el bien del futuro de su boda. Me imagino que usted quiere algo especial y…
—¡Súper viral y único! —interrumpió, con entusiasmo desbordado.
—Exactamente. Por eso no podemos arriesgarnos a que se filtre información —dije, señalando su celular con una sonrisa que no era negociable.
—¡Oh, sí! Ya entendí. Solo déjame despedirme de mis seguidores.
Se giró hacia la cámara, bajó ligeramente la voz y adoptó un tono íntimo, como si estuviera revelando un secreto.
—Babies, voy a cerrar por ahora. Estoy a punto de tener una reunión muy importante con la posible organizadora de mi boda. Crucen los dedos, y ya saben: si todo sale bien, les contaré todo en mi próximo live. Besitos. ¡Los amo!
Cerró la transmisión con un gesto coqueto y guardó el teléfono en su bolso de diseñador justo cuando Alison apareció como enviada del cielo. Llevaba una bandeja con dos tazas de té Darjeeling —uno de los más elegante que teníamos, algo floral y ligeramente especiado— y unas masitas dulces decoradas con pétalos de rosa cristalizados. Las dejó sobre la mesa con una sonrisa profesional y desapareció antes de que Madison pudiera abrir la boca para preguntar por el agua mineral.
—Qué detalle —dijo Madison, tomando la taza con delicadeza—. Me encanta el té. Aunque… bueno, no es Svalbarði.
—Lo importante es que no se derrita —respondí con una sonrisa afilada, sentándome frente a ella.
Madison soltó una risita. No supe si era genuina o parte del personaje.
—Entonces, Srta. Kingsley… ¿por qué eligió Velvet Vows para organizar su boda?
Ella giró la taza entre sus dedos, como si pensara la respuesta. Luego me miró con una expresión que no esperaba: cálida, casi cómplice.
—En realidad, no fui yo —dijo—. Fue mi prometido. Él insistió. Fervientemente.
Me quedé en silencio esperando a que continuara, sin duda era una mujer de muchas palabras.
—Dijo que ustedes son los mejores y que tienen estilo. Y que… —se inclinó hacia mí, bajando la voz— que son viejos amigos.
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Editado: 10.10.2025