Oscuro Camino Hacia El Amor

Capítulo 5

Casi cinco horas dentro del quirófano, siente su cuerpo entumecido al salir de ahí.  Lava sus manos junto a los demás doctores que lo acompañaron en una operación a corazón abierto.  Riesgoso, difícil, impensado.  La paciente no parecía estar lista para esa clase de intervención.  No estaba dentro de las posibilidades en hacer ese tipo de operación, pero Patrick cambió todo al estar con ese cuadro difícil.  En mitad de ello, decide hacerlo, tornando muchas dudas en los rostros que lo miraban atónitos. 

• Sabes que esto te traerá problemas –dice Jeferson a su lado sacándose todos los implementos que usaron en la sala de operaciones. 
• Si lo dices por el director, estoy esperando su reacción -dice Patrick. 
• Doctor Miller, el director lo espera en su oficina –dice una enfermera llegando ahí. 
• Te lo dije, estaba esperando este llamado –dice Patrick levantando sus hombros- Iré enseguida –responde a la enfermera que se retira en el acto. 
• ¡Suerte! -dice Jeferson cuando Patrick se aleja. 

Solo eleva una mano aceptando las buenas vibras que su colega le envía mientras camina hacia la oficina del jefe principal de todo el hospital.  El doctor Watson cambió radicalmente justo en el tiempo que sucedió lo que tuvo que suceder entre los dos.  Su amistad, sus mutuas admiraciones, el cariño que obtuvo Patrick por cruzar esa línea de pertenecer a la familia de ese célebre profesional de la medicina, quedó en nada.   

Si ese día no la hubiera conocido, no la hubiera tratado, no la hubiera admirado, no hubiera hecho tantas cosas por ella hasta el grado de perder su voluntad, nada de esta pesadilla estaría viviendo.  Pero todo eso queda en verbos condicionales.  Lo hecho, hecho está.  Lo vivido, quedó como experiencia para tener un ejemplo y no repetir aquello.  Experiencia máxima que se somete una persona, es entregar tu corazón a otra pensando que sería recíproco y la vida, la suerte, el destino... quien sabe... te demuestra ante sus ojos que solo fue una ilusión. 

INICIO DEL RECUERDO 
De pie ante el majestuoso altar en esa inmensa catedral, Patrick mueve su pierna incesantemente.  Muy nervioso, ansioso y emocionado, espera por su ángel blanco que cruce por esas grandes puertas y llegue hasta él para dar ese "sí" tan esperado.  Una hora ha estado ahí de pie.  Impaciente vuelve a consultar su reloj de pulsera en su muñeca.  Mira a sus acompañantes, amigos y colegas que quisieron estar ese día importante con él.  También a las damas de honor que caminan presurosas de un lado a otro en la entrada, hablando entre ellas, mirándolo con cara de compasión.  ¡Algo pasa!. 

• ¡Paciencia, novio... las novias deben hacerse esperar! -dice César detrás. 
• ¡Es mucho tiempo, no calculamos esta demora así en los ensayos! -dice Patrick apretando los dientes y también sus puños. 
• ¿Vendrá la novia? -pregunta el cura preparando todo para la ceremonia. 
• ¡Sí, obispo! -dice César. 
• ¡Hijo,  no soy obispo... me falta mucho para eso! -dice el cura arrugando su ceño. 
• ¡Perdón, señor cura, padre, párroco, diácono... lo que sea, mi amigo aquí me tiene igual de nervioso y gracias a ese que cuelga ahí... no soy el novio! -exclama César sin parar hasta quedar sin aire. 
• ¡Algo pasa ahí! -exclama Patrick mirando a la entrada principal. 
• ¡Amigo, ellas también están nerviosas... no ves que marcharán aquí como si fueran novias, es como un ensayo oficial para el día que les toque hacerlo como novias! -dice Jeferson más atrás. 
• ¡Aunque algunas no llegarán a eso! -comenta César recibiendo las miradas enojadas de Patrick, Jeferson y hasta del cura que escuchó todo. 
• ¿Usted va a misa, hijo mío? -pregunta el cura directamente a César. 
• ¡Noo, Dios me libre! -responde César alejándose de esa charla pastoral. 
• ¡Voy a preguntar, no puedo quedarme de brazos cruzados aquí! -dice Patrick separándose de ellos. 

Sus padres salen a su encuentro, y él haciendo oídos sordos, siguió su camino hasta llegar al grupo que se juntó en una esquina de la catedral.  Ciento de miradas se clavaron en él al paso de esa alfombra roja que se compró para ese día especial.  Todo se está saliendo del protocolo oficial.  Se para frente a ellas, mirando a cada una.  Estefanía mira a Anita.  Anita mira a Isabella.  Isabella mira a Lupe.  Lupe mira a la nada sin poder sostener la mirada del novio impaciente. 

• ¿Dónde está? -pregunta él casi molesto. 
• ¡Está... está por llegar! -responde Isabella, su hermana. 
• ¡Isabella, dime la verdad! -insiste él. 
• ¡Oye, Isabella no dice mentiras! -defiende Anita. 
• ¡Tranquilo, Patrick... ella avisó que vendría luego! -dice Lupe. 
• ¡Esa tonta no sabe lo que hace! -exclama Estefanía. 
• ¡¡Cállate, Estefanía!! -exclaman las otras tres mujeres elegantemente vestidas. 
• ¿Qué dijiste? -pregunta Patrick preocupado por no entender bien lo que ha escuchado. 
• ¡Nada! -dice Anita rescatando a Estefanía de la cercanía de Patrick. 
• ¡NO, nada... no dijo nada, son los nervios! -dice Isabella colocándose en medio de los dos. 
• ¡Espera en el altar, Patrick! -dice Lupe. 
• ¡Ustedes me están ocultando algo, y no sé lo que es! -dice Patrick separándose de ellas, retrocediendo hasta llegar a la entrada- ¡Yo lo averiguaré, gracias! -exclama molesto. 

Apresurado, sale molesto de la catedral mientras muchas voces lo llaman detrás.  Es perseguido por un mar de gente que evita avanzar, pero él no está para escuchar a nadie.  Debe averiguar lo que está pasando.  Justo en este día especial que todo está listo, que se planeó por meses, y que se ha gastado un dineral, pasa imprevistos que lo tienen al borde de un ataque de nervios.  Marca el número de Gisella.  El mensaje de apagado, fuera de cobertura, lo dejan peor en su estado. 

No sabe cómo logra llegar con vida hasta el hotel donde la novia montó su centro de operaciones.  Saltó varias luces rojas por el camino.  Aparte de gastar por esa boda, seguro tendrá que varias multas de tránsito.  Todo eso no impide a que llegue hasta Recepción pidiendo el número de su habitación.  Insiste con la persona encargada, y a la vez marca en su teléfono sin respuesta alguna.  La preocupación pasó de estado nervioso a rabioso. 

• ¡Señor, no insista... no podemos darle esa información! -dice la recepcionista.  Patrick lee en ese uniforme color negro, su nombre. 
• ¡Karen, por favor... te repito que soy el novio, y mi futura esposa está arriba tardándose mucho en llegar a la boda! -explica Patrick- ¡Solo quiero ir a verla por si necesita ayuda! -dice secándose el sudor por su desesperación. 
• ¡Por políticas de privacidad de nuestros huéspedes... 
• ¡Lo sé, lo sé... pero esta vez puede ser... una emergencia! -dice Patrick. 
• ¡Debo pedir que se retire, tengo más personas que atender! -dice la recepcionista muy seria mirando sobre su hombro.  Efectivamente se hizo una fila larga de nuevos huéspedes. 
• ¡Necesito mi llave! -dice una señora. 
• ¡Señor, necesitamos registrarnos pronto! -dice otra mujer atrás. 
• ¡¡Saquen a ese loco de aquí!! -reclama un hombre avanzando molesto hacia Patrick. 
• ¡Señores, señoras... estoy buscando aquí a mi futura esposa y aquí... 
• ¡Vaya a otro lugar a buscar mujeres, este no es sitio para eso! -dice la misma señora que espera su turno detrás de él. 
• ¡No entienden! -dice Patrick desesperado. 

Mirando por sobre sus cabezas, Estefanía llega abriéndose paso entre esas personas que la miraban asombrados.  Patrick no la conoce mucho.  Es amiga de su novia, futura esposa desaparecida.  Es ella quien minutos atrás exclamó esa frase que no entiende bien su origen.  "¡Esa tonta no sabe lo que hace!".  Se para delante de él, sonríe de forma extraña.  Casi diría que lo compadece.  Toma de su mano sacándolo de ahí hasta llegar a unos sillones.  Ambos se sientan en un silencio que dura muy poco. 

• ¡Quiero ayudarte! -dice ella. 
• ¿Qué haces aquí? -pregunta extrañado y luego piensa- ¡Tú sabes el número de la habitación, debes darme esa información,  Estefanía! -exclama sin perder más tiempo. 
• ¡Con una condición! -dice ella levantándose de golpe, él también lo hace. 
• ¡Sí, lo que quieras! -responde él sin pensarlo mucho. 
• ¡Aquí yo no estuve, no te he visto y no has hablado conmigo! -advierte Estefanía con su dedo índice en su rostro de forma amenazante. 
• ¡Bien, bien... nada pasó aquí, ahora dímelo! -pide Patrick apresurando la búsqueda de su novia. 

Corre como perseguido por el mismo diablo, con toda su legión siniestra de demonios.  Sube las escaleras de emergencias con tanta destreza, sin importarle que el aire se le acaba en el piso tres.  Quedan tres pisos para llegar hacia la habitación 603.  Lo memoriza muy rápidamente, dejando a Estefanía en el primer piso.  Sudado, agotado, sin aire y muy preocupado, se detiene en la puerta de ese número.  ¡¡Maldición, necesita una tarjeta para abrir!!.   

• ¿Algún problema, señor? -pregunta una de las personas del aseo que empujaba su carrito en ese instante.   
• ¡Sí, se... se me quedó la tarjeta adentro! -contesta Patrick. 
• ¡Eso pasa siempre! -comenta ella sonriendo, sacando una tarjeta de su bolsillo. 
• ¡Gracias, gracias! -dice él mientras la ve pasar por la ranura su tarjeta universal. 
• ¡No agradezca, señor... que tenga buen día! -dice la amable mujer retirándose enseguida. 

Entrando a la habitación, camina sin escuchar sus pasos por la mullida alfombra de un corto pasillo hacia donde escucha voces.  Los ruidos son extraños para Patrick a medida que avanza.  Cada sonido lo guía hasta llegar a una cama bastante grande.  Mucha ropa regada en el suelo.  Zapatos de tacos altos, vestidos, bolsas y más bolsas comprueban que su novia tuvo mucho trabajo para prepararse y colocarse bella para ese día.  Lo que presencia después, nubla sus sentidos.  Horrorizado se para frente a la cama. 

A medida que caminaba hacia los ascensores, su huida la hizo otra vez en medio de los gritos de su ex novia que lo persiguió hasta alcanzarlo.  Desesperada lo toma por su chaqueta.  Ese traje ARMANI que compró con la ilusión de usarlo este día para entregarse a una infiel.  Hipócrita llora desconsolada, reconociendo su error, asumiendo su poca fuerza de voluntad y admitiendo dejarse llevar por un impulso carnal barato.  Humillada se arrodilla a pesar de estar con apenas una pequeña lencería. 

• ¡¡Debes perdonarme, por favor, mi amor!! -pide la ex novia desconsolada. 
• ¡¡Patrick, Patrick... fue un error, esto no... -el amante con apenas cubierto de un bóxer cae al piso adolorido por el fuerte puñetazo que Patrick le da para acallar su falsedad. 
• ¡¡Púdrete!! -grita Patrick al hombre en el suelo- ¡¡Y tú también, púdrete en el infierno!! -grita a la cara de ella, que seguía jalando la chaqueta, la camisa y la plateada corbata que cae al suelo, sin vida... como él está ahora. 
• ¡¡Cariño!! -grita la ex novia. 
• ¡¡Mi cariño murió, y tú también!! -grita Patrick a su cara, muy cerca. 

Las puertas del ascensores se abren ese instante que necesita salir de ahí, desapareciendo en el acto.  Los brazos de esa mujer infiel, impedían que el ascensor cerrara sus puertas por estar jalando las ropas de Patrick.  En un movimiento violento, separa esas manos blancas y tersas de su cuerpo, lanzándola al piso sin compasión.  Siempre ha sido un caballero en el trato con las mujeres, cualquiera sea.  En ese caso, todo eso olvidó. 

Un sinfín de segundos y minutos transcurren encerrado en ese ascensor.  Le faltaba el aire.  El mareo llega como taladrando su cabeza, y sus pies como gelatina impiden mantener una tranquila postura.  Más gente entró a ese ascensor.  Su aspecto llama la atención de éstos que giraban para mirarlo.  Patrick solo quería desaparecer.  Su teléfono no dejó de avisar de llamadas que entraban y se perdían enseguida.  Mensajes, miles de ellos, entraban sin querer parar.  Y Patrick solo quería desaparecer. 

• ¡Apague eso si no lo quiere contestar, es molesto! -exclama molesta una mujer. 
• ¡Gabriela, no te metas! -dice un hombre a su lado. 
• ¡Perdón! -dice Patrick buscando su teléfono del bolsillo de su chaqueta. 

Mira de soslayo el último llamado que entraba.  Era su ex novia.  La descarada mujer se atreve a llamarlo, sabiendo que es culpable.  Absolutamente culpable de romper este compromiso, y su corazón.  Algo gatilla en él, para querer aceptar la llamada y oír lo que tiene que decir, por última vez. 

• ¡¡No puedes dejarme, te amo!! -exclama ella- ¡¡Eres el hombre de mi vida, eres el hombre que elegí para vivir un amor hermoso, para formar una familia, para... para... para tener uno, dos, tres hijos... o los que quieras... Patrick, no arruines esto!! -sigue exclamando e implorando con tal descaro que Patrick llora.  Siente una lágrima mojar su mejilla derecha. 
• ¡Lo arruinaste todo! -dice él. 
• ¡¡Fue un desliz!! -dice ella justificando su gran error. 
• ¡¡Un desliz lo puede tener cualquiera, pero no una mujer que está a minutos de casarse, que prefiere dejar esperando al novio en el altar, y atender a su amante... que es su propio primo!! -alega enfurecido recibiendo todas las miradas. 

Sale corriendo del ascensor, dejando a los demás testigos de su dolor, aún adentro.  Nadie tuvo tiempo de alegato, de reclamos ni palabra alguna.  Patrick necesita desaparecer.  Tambaleante, camina sin sentido.  Mareado, se apoya en las paredes que sus manos alcanzar a tocar.  En algunas de ellas, su cuerpo se apoya por completo cuando sus piernas no ayudan en avanzar.  Patrick necesita desaparecer. 

Las luces neones de ese bar lo invitan a pasar, llegando hasta la gran barra.  Es un sitio oscuro, casi tétrico, poco le importa ahora.  Un vaso de whisky que fue llenado a tope, aparece delante de sus ojos.  El aroma lo invita a beber para olvidar, si es que eso fuese posible.  Las imágenes del hotel permanecen en su cabeza al beber un pequeño sorbo.  Con furia, se bebe el otro resto, pidiendo repetición.  El barman lo mira atento, sirviendo un poco más.  Patrick indica con sus manos, que el vaso sea llenado. 

• ¡Déjame la botella! -ordena molesto. 
• ¡Señor, no puedo... -en segundos la botella está en poder de Patrick. 
• ¡Pago esta botella, toma! -dice él lanzando su tarjeta negra sobre el mesón. 
• ¡Está bien, señor! -dice el barman tomando la tarjeta para realizar la transacción.  Alcohol, mucho alcohol para olvidar. 

Muy difícil le resulta mirar a su alrededor, por la oscuridad, por la hinchazón de sus ojos de tanto llorar, y finalmente por todo el contenido de la botella de whisky que está ahora en su cuerpo.  Unas manos llegan de la nada hacia su espalda.  Voltea viendo a una mujer casi sobre él.  Patrick poco distingue de quién se trata.  Con mucha personalidad y descaro, ella toma el vaso para beber un pequeño sorbo. 

• ¡Tan solo que estás, cariño! -dice la mujer desconocida.  El fuerte perfume que porta, molesta las fosas nasales de Patrick. 
• ¡No me digas "cariño", no soy tu cariño... tú misma lo arruinaste todo! -dice Patrick empujando a la mujer más lejos de él. 
• ¡¡Oye, no necesitas ser tan bruto!! -alega la mujer. 
• ¡¡Patty, no molestes al caballero!! -reprende el barman llegando en ese lapso. 
• ¿Viste cómo me empujó? -consulta ella molesta. 
• Siempre haces lo mismo, sal de aquí -dice el barman. 
• ¡¡Todas son iguales, eres lo peor!! -alega Patrick caminando amenazante hacia ella. 

Teniendo sus manos en ese cuello, solo quería apretar y más apretar esa piel.  Gritos, reclamos y maldiciones rodearon a Patrick que se consideraba ahora un hombre poseído por la rabia, por el dolor de la traición.  Dolor y rabia resulta una mala mezcla que deriva en la inconciencia de sus actos.  Dos guardias lo separan de la mujer.  Con rabia quiere volver a ella, pero con fuerza impiden sus movimientos.  La mujer llora, el barman sale del mesón.  Todo es un caos. 

• ¡¡No quiero verte, desaparece de mi vista, desaparece de mi vida... muérete, Paulina Watson!!... 


 




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