Ositos de Felpa.

Capítulo 4 - #NoviaEnExhibición

La mañana fue un desfile interminable de susurros, miradas de cámara oculta y memes mal editados. Cada vez que pasaba, sentía que alguien me había pegado un cartel luminoso en la frente: “La más tonta del mundo”. Ni mis lentes de sol ni la capucha me salvarían esta vez.

Cuando por fin llegó la hora del almuerzo, me dejé caer sobre la mesa del fondo como si fuera un saco de cemento. Suspiré dramáticamente y dije:

—Estoy considerando hacerme monja.

Cali me lanzó un codazo de horror mezclado con risa. Sonia, ocupada revisando el celular, apenas levantó la cabeza. Yo jugueteaba con la bandeja, empujando el arroz de un lado a otro, fingiendo que tenía el control del mundo.

Pero, claro, el universo decidió que no podía tener paz.

—¿Ese no es Boris? —preguntó Cali, más fuerte de lo recomendable, dándome un codazo.
—¿Y viene con…?

Y ahí estaba. Boris, entrando como si el colegio entero fuera su reino, y detrás de él, con cara de resaca galáctica, Teo y Nacho. Los dos parecían cuestionar la vida con cada paso: ojos entrecerrados, sonrisas torcidas, el aire de quienes habían sobrevivido a la fiesta de viernes y aún respiraban milagrosamente.

—No. No. No puede ser. —murmuré, bajando la cabeza—. Que no vengan para acá… Que no vengan para acá.

—Tal vez los trajo a exhibirme como trofeo —dije, más para mí que para alguien más—. “La novia que volvió después de la humillación pública”. ¿Es legal fingir un desmayo?

—Solo si sangrás —susurró Sonia desde el otro lado de la mesa, con sonrisa malvada.

Boris puso su bandeja justo al lado de la mía y se sentó como si fuera un picnic en mi propia humillación. Tan cerca que nuestras piernas se tocaron, y yo sentí que mi corazón se convirtió en un tambor desafinado.

—¿Ya me extrañabas? —me murmuró con una sonrisa que sabía exactamente lo que hacía.

—Estoy considerando fugarme a otro país —respondí, intentando conservar la dignidad que quedaba.

—Eso no suena a “novia enamorada”. Vamos, tienes que mejorar ese papel —dijo él, con esa calma peligrosa que me daba ganas de matarlo y abrazarlo al mismo tiempo.

Antes de que pudiera inventar un insulto digno, Teo, el rubio gigante, habló con voz arrastrada, como si narrara un documental barato:

—¿Esta es la loca?

—Sí, pero no la llames así —contestó Boris, sonriendo—. Es mi loca.

—¡AY NO! —gritaron Cali y Sonia al mismo tiempo, dándose codazos, saltando y aplaudiendo como si hubieran ganado un premio olímpico de maldad.

—Son tan adorables —dijo Nacho, conteniendo la risa—. Verdaderamente adorables.

Y mientras ellos empezaban a contar anécdotas ridículas de la fiesta, Boris actuando como si estuviéramos en un picnic campestre, yo solo podía pensar en una cosa: una nave alienígena que me abdujera aquí y ahora.

Mi teléfono vibró otra vez. Stories, memes, directos. Alguien había editado mi cara con orejas de conejo gigante y un sticker que decía: #NoviaEnExhibición.

—¿Alguien tiene tanto tiempo libre para esto? —susurré, mientras Boris me miraba con esa sonrisa de “todo bajo control”, completamente indiferente a la avalancha digital que nos envolvía.

—Tranquila —susurró, acercando la voz a mi oído—. Todo esto ayuda a tu reputación… de loca adorable.

—¿Adorable? —musité, porque nadie debería ser adorable mientras es exhibida en vivo y en directo.

De repente, Cali levantó su teléfono y disparó un flash directo hacia nosotros. El destello me cegó por un segundo, y parpadeé intentando recomponerme.

—¡Sí! ¡Quedó perfecta! —gritaron Cali y Sonia al unísono, como si hubieran ganado un premio olímpico de travesuras.

Boris frunció el ceño un segundo, divertido. —Esperen… déjenme ver esa obra maestra —dijo, estirando la mano hacia el teléfono de Cali.

Cali se lo pasó entre risas, mientras Sonia aplaudía como si estuviera en un concierto. Ambas compartían una mirada cómplice, claramente conspirando algo. Yo me quedé congelada, viendo la maldad brillante en los ojos de mis supuestas amigas, sintiendo que mi dignidad estaba oficialmente en modo desastre viral.

Boris deslizó el pulgar sobre la pantalla y sonrió. —Uhm… sí, esto merece hashtag propio.

Sonia, sin perder ni un segundo, le arrebató el teléfono a Boris y empezó a teclear como si estuviera hackeando el sistema escolar. Cali se pegó aún más a ella, susurrando algo que solo ellas entendían. La combinación de risas, conspiración y malicia era tan perfecta que me quedé paralizada, sin saber si llorar o reír.

Aprovechando la distracción, Boris colocó sus manos en mi cintura. Me sobresalté y me pegué más a su costado. Su cabeza descansó en mi hombro y sonrió, esa sonrisa que desarma y mata a la vez.

Quedé de piedra. Mirándolo. Todo el mundo desapareció por un segundo. Mis amigas gritaban, yo temblaba, y Boris parecía disfrutar cada segundo del caos que había creado.

—A ver —dijo, mezclando diversión y autoridad—. ¿Lista para sobrevivir al almuerzo más épico de tu vida?

Yo solo podía asentir, porque cualquier palabra me habría traicionado… y sí, esto podía empeorar mucho, mucho más.




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