Ositos de Felpa.

Capítulo 5 — #HeladoDeEmergencia

El timbre de salida sonó como música celestial. Literalmente corrí por los pasillos, sin importarme si algún profesor me veía y me regañaba. Necesitaba salir de esa locura cuanto antes.

La puerta estaba tan cerca que podía oler el aire libre, sentir la libertad al alcance de la mano… casi estaba afuera cuando, de repente, apareció Cali como un muro humano, bloqueando mi escape con esa sonrisa traviesa que la caracterizaba.

—¡Espera, futura estrella en ascenso! —exclamó.

—Por favor… entiérrame en tu patio —susurré, como si la vida misma me hubiera abandonado.

Cali me dio un par de palmaditas en la cabeza, como si aquello fuera parte de un ritual secreto.

—Tranquila, mi niña. Hoy sobreviviste al almuerzo más épico de la historia escolar. Eso merece helado… y chocolate. Todo para curar tu alma destrozada.

—No… necesito… desaparecer… —farfullé, más para mí que para ella.

—Naaaah, no seas dramática —rió—. Yo soy tu heroína personal.

—¿Heroína? —rodé los ojos—. Solo quiero escapar de este circo ambulante.

—Eso también —asintió—, pero primero helado. Siempre primero helado.

Mi teléfono vibró y apareció un mensaje de Sonia:

"¿Dónde están? ¿Me perdí la acción o qué?"

—Oh, no… —susurré. Cali me lanzó una mirada maliciosa—. Esto se pone más épico.

—¿Quién te manda mensajes a estas alturas? ¿Tu novio? —preguntó Cali, arqueando una ceja.

—Sonia —dije, resignada.

—Perfecto —dijo Cali, dándome un codazo—. Vamos a hacerla venir. Esto será divertido.

En menos de un minuto, Sonia apareció al fondo del patio, caminando como si supiera exactamente que la íbamos a esperar. Entre risitas y miradas cómplices, se unió a nuestro pequeño plan de escape, y yo solo podía pensar: “¿Por qué mis amigas tienen tan buen timing para la maldad?”

Caminamos hacia el auto de Cali. Abrí la puerta del copiloto como si fuera un portal hacia la salvación, mientras ella me lanzaba una sonrisa triunfante. Sonia subió segundos después, balanceándose sobre los pies como si supiera que la acción iba a ser épica.

—Escapando de tu nuevo novio, ¿eh? —dijo Sonia con carcajada mientras se acomodaba en el asiento trasero, recibiendo una mirada de diversion de Cali.

—No es un juego… —farfullé, ajustándome la mochila como si pudiera desaparecer entre los asientos.

—Relajate, Lina —rió Cali mientras arrancaba—. Hoy solo hay helado, risas y supervivencia social. Nada más importante.

El viaje fue un caos glorioso: música a todo volumen, codazos, bromas sobre Boris y los hashtags virales que ya nos perseguían por toda la escuela. Sonia comentaba cada curva del camino como si fuéramos protagonistas de un reality show, y Cali no paraba de reírse de mis caras de “miseria adolescente profesional”.

Al llegar al centro comercial, entramos como un ejército en misión secreta. Nos dirigimos al mostrador de helados, y justo entonces mi teléfono vibró.

Era un mensaje de Boris:

"Guarda mi número, mi adorable y loca novia."

Pero eso no fue lo que hizo que mi helado tambaleara… sino la foto de perfil del WhatsApp de Boris: era la que Cali nos había tomado en el almuerzo.

—¡Noooo! —grité mientras el helado caía sobre mi falda, derramándose por todos lados.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó? —preguntó Cali, conteniendo la risa—. Otro meme.

—¿Otro video? —susurró Sonia—. Tranquila, ya sobreviviste al almuerzo.

—Peor, chicas, peor… —farfullé, mirando mi desastre.

—¿Qué pasó? —preguntó Sonia, inclinándose para ver.

Volteé el teléfono y les enseñé la foto.

—Quedó perfecta. En serio, deberia ser fotógrafa, ¿no creen? —dijo Cali con orgullo.

Gruñí.

—Es tan lindo… ¡ya te puso de foto de perfil! —añadío Sonia, totalmente encantada.

—Saben… para ser mis amigas, son pésimas consolando —reclamé.

—¡Pero te amamos! —dijeron las dos a coro.

—Ahora vamos a resolver ese desastre —dijo Cali, con esa sonrisa de estrategia completa.

—Yo me encargo de comprarte otro helado —agregó Sonia mientras caminaban conmigo hacia el baño para limpiar un poco la falda.

—Gracias… gracias —farfullé, medio muerta de risa y medio muerta de vergüenza.

En el baño, Cali fue mi heroína. Me ayudó a limpiar la falda con servilletas, quitando los restos de helado que se habían pegado como si quisieran quedarse allí para siempre. Entre risas y susurritos de “no puedo creer lo que pasó”, logré recuperar un mínimo de dignidad.

—Listo —dijo Cali, dándome un codazo cómplice—. Ya casi no se nota. Ahora sí, misión cumplida.

Salimos del baño caminando con cuidado, y yo intentaba no mirar al suelo para no recordar mi humillación helada. Pero el universo tenía otros planes.

Sin querer, choqué de frente con alguien. Mis pies dieron un paso torpe hacia atrás y estuve a punto de caer al suelo, pero un par de manos firmes me sujetaron justo a tiempo.

—¡Eh! —susurré, sorprendida, mientras levantaba la vista.

Frente a mí estaba Pedro, el capitán del equipo de voleibol de la escuela, con esa altura impresionante y esa sonrisa confiada que lograba que mi corazón hiciera un salto mortal sin previo aviso.

—¿Estás bien? —preguntó, mirándome con atención mientras me mantenía en equilibrio.

—S-sí… gracias —balbuceé, intentando recomponerme mientras sentía cómo la sangre me subía a las mejillas.

Me aparté un poco de él, y una sonrisa apareció en sus labios. Levanto la vista hacia mis amigas.

—Hola, chicas —dijo Pedro, con esa sonrisa tranquila—. Están muy guapas en sus uniformes.

—Muchas gracias —respondió Cali con orgullo—. El gris es perfecto para mi piel.

—Y pega muy bien con todo —agregó Sonia, sonriendo.

Pedro soltó una pequeña carcajada. Era un chico increíblemente guapo, de esos que parecen sacados de un libro. No era un patán como muchos otros; era caballeroso, tenía buenas notas y, sobre todo, no jugaba con las chicas… al menos según los rumores que, como imaginarán, corrían por toda la escuela.




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