Ositos de Felpa.

Capítulo 9 — #UnTriánguloAmoroso

Hay momentos en los que te dices: “Ok, hoy me concentro, saco un 10 y vuelvo a mi vida normal”.
Y luego la vida, que tiene un sentido del humor digno de una telenovela, decide que tu profesora te odia en exclusiva y crea el examen más cruel del planeta.

Me senté frente a la hoja de química como quien mira una criatura extraña.
HOLK —porque sí, todos la llamábamos así— repartía los exámenes con esa sonrisa que olía a venganza pura.
No es que fuera verde ni gigante, pero tenía el mismo poder destructivo.

—Lina, las respuestas no van a caer del cielo —rugió desde la tarima.
—Lástima, eso me habría servido bastante —murmuré, pero solo para mí.

Mi lápiz temblaba.
La noche anterior había sido una tragedia griega: nariz hinchada, fiebre, analgésicos y súplicas desesperadas a mi madre.
Le prometí limpiar el jardín un mes entero si me dejaba faltar.
Fallé. Estrepitosamente.

HOLK agitó su reloj como si fuera una bomba de tiempo.
—Tienen diez minutos.

Diez minutos. Para descifrar un idioma alienígena llamado “química orgánica”.

Intenté escribir algo. Cualquier cosa.
Pero mi cabeza estaba en blanco, mi nariz ardía, y sentía que las letras del examen me miraban con burla.

Un golpecito en la espalda.
Sonia.
—¿No estudiaste, cierto?
—Sí estudié… pero parece que el examen no se enteró —susurré.

De pronto, un silencio incómodo.
HOLK se acercaba.
—Entrega —ordenó, y mi alma se congeló.

Sostuve la hoja como si fuera un testamento. Caminé hacia su escritorio, la dejé allí con cuidado y murmuré una oración silenciosa.

—Para la próxima estudie, señorita Lina. Esto no es un centro de chismes.
—Sí, señora —dije, con la dignidad de quien ya aceptó su destino.

Salí del aula sabiendo que el único compuesto químico que realmente entendía era mi propia vergüenza combinada con desesperación.

No habían pasado ni cinco minutos cuando Sonia apareció, con cara de culpable.

—Lina, lo siento, de verdad —dijo, abrazándome—. No quise que…

—Tranquila, no fue culpa tuya —respondí, intentando sonar seria.

El teléfono de Sonia sonó y ella se sobresaltó.

—¿Sí? Ah… ok —dijo—. Mi papá viene por mí, salió un viaje de último minuto.

Me dio un abrazo rápido.

—Oye, Lina —me dijo, con voz conspiradora—. No importa lo que diga HOLK. Tú eres una de las mejores estudiantes de la escuela, ¿vale?

Asentí con un nudo en la garganta.

—Te quiero —me susurró, y me dio un beso rápido en la mejilla antes de salir corriendo por el pasillo gritando: “¡Cuidateee!” y lanzando hashtags imaginarios al aire.

Solté una risa ahogada y rodé los ojos. Poco después se oyó alboroto en los pasillos: Pedro venía con sus amigos, un séquito digno de final de temporada.

—Sí, estamos en las finales gracias al número uno —dijo uno de los chicos, palmoteándole la espalda a Pedro.

Ellos pasaron con su ola de vanidad y desaparecieron. Pedro, sin embargo, se detuvo frente a mí con esa sonrisa que me dejaba medio mareada.

—Hola, Lina —dijo con naturalidad.

—Hola… superestrella —balbuceé, humillándome una vez más.

—Nah, solo soy un humilde jugador —restó él—. Mis amigos exageran.

—¿Cómo va la nariz? —preguntó, mostrando interés.

—Bien, duele un poco, pero es normal —contesté.

Iba a decir algo más cuando una voz detrás de nosotros interrumpió. Me quedé petrificada: había olvidado que existía una ley universal que obliga a Boris a aparecer en el peor momento posible.

Boris saludó a Pedro con un leve movimiento de cabeza; Pedro devolvió la cortesía.

—Disculpen que interrumpa, pero necesito hablar con mi novia —anunció Boris, pronunciando la palabra novia con un énfasis que me hizo desear cavar un agujero.

Pedro se encogió de hombros.

—Claro, disculpa —dijo—. Tengo que seguir con los entrenamientos.

Y se fue.

Boris se plantó frente a mí con esa calma que me desarma.

—Hola, mi osita de felpa —dijo, posando la mano en mi frente como si fuera suyo el termómetro de la vida.

—¿Qué quieres? —respondí, intentando sonar dura.

—Me gustaría hablar contigo sobre un pequeño problemita —contestó él.

—¿Y yo soy qué? ¿Tu consejera? —le salté.

—No —dijo con una sonrisa—. Pero, si mal no recuerdo, fuiste tú quien nos metió en este lío de “infidelidades” y “novios” cantados por toda la escuela, ¿no?

Rodé los ojos y gruñí.

—Habla.

Su teléfono vibró. Lo miró, la sonrisa se le hizo un poquito más ancha y se acomodó más cerca de mí. Clásico: acercarse, provocar, fingir que no pasa nada.

Antes de que pudiera quejarme por la invasión de su espacio, Boris puso su teléfono entre nuestros rostros. Tuve que apartarme para ver la pantalla y enfocar lo que me enseñaba. Era una foto: Boris, Pedro y yo, tomada minutos antes. Abajo, en letras sobreactuadas, alguien había escrito el nuevo hashtag que ya empezaba a circular: #UnTriánguloAmoroso.

Sentí como si me hubieran dado un golpe directo al orgullo. Quise, de verdad quise, agarrar a Boris del cuello y estrangularlo con la mirada hasta dejarlo sin respiración. En vez de eso, sonreí forzadamente y dije:

—Muy gracioso. ¿Qué sigue? ¿Un reality?

Boris rió, sin mala intención.

—Solo quería que lo supieras —murmuró—. Las redes van a arder.

Y yo, con la mezcla perfecta de furia, pena y vergüenza, supe que esto no iba a terminar pronto. Porque entre hashtags, exámenes y profesoras-HOLK, la vida tenía planes mucho más entretenidos para mi dignidad.




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