Ositos de Felpa.

Capítulo 8 — #TeamCaos.

No sé si ustedes han experimentado lo que es entrar al colegio y sentir que todo el mundo sabe algo que tú no, pero déjenme decirles que es como ser la protagonista de un reality show que jamás firmó contrato.

Entré al pasillo principal con mi mochila al hombro, la nariz aún sensible y el alma pidiendo vacaciones. Cali y Sonia caminaban a mi lado, murmurando como dos reporteras de farándula.

—No mires a la derecha —dijo Cali, susurrando.
—¿Por qué? —pregunté, instintivamente mirando a la derecha.
—Porque justo ahí está el grupo de “Boris Lovers” —añadió Sonia, sin disimular la risa.

Sí. “Boris Lovers”. Un grupo. De fans. De mi supuesto novio.
Y no lo digo por decir: llevaban camisetas con su cara. Bueno, su cara pixelada, pero igual daba miedo.

—Dime que estoy soñando —murmuré, palideciendo.

Sonia me mostró el celular. En la pantalla, los hashtags brillaban como sentencias judiciales:
#TeamBoris ❤️ vs #TeamPedro 💙.
Y, por si fuera poco, alguien había hecho un meme con mi cara sangrando y el título: “Cuando el amor duele… literalmente.

—¿Por qué mi vida es una comedia barata? —susurré, frotándome las sienes.
—Porque eres viral, baby —respondió Cali, alzando las cejas—. Aprovéchalo.
—¿Cómo se aprovecha un colapso social? ¿Vendo autógrafos? —bufé.

Y fue entonces cuando lo vi.
Boris.
Apoyado en su casillero, con auriculares y esa expresión de “no me importa nada”, pero los ojos clavados en mí.
Y lo peor… ya me había visto.

—Tranquila —dijo Sonia en voz baja—. No muestres miedo. Los depredadores lo huelen.

Inspiré profundo, me acerqué con dignidad (o al menos lo intenté) y fingí que todo estaba bajo control.
Spoiler: no lo estaba.

—Hola —dije, con una sonrisa tensa.
—Hola, Osita de Felpa —respondió él, sin levantar mucho la voz, pero con esa mirada que derretiría hasta los polos.
—No empieces —repliqué, cruzándome de brazos—. Ya bastante tengo con la guerra civil que se armó por tu culpa.

Él arqueó una ceja. —¿Mi culpa? Yo no fui quien se dejó cargar por Pedro en medio de toda la escuela.

Toque crítico en el ego: confirmado.
—No me “dejé cargar”. Me desmayé del golpe. Detalle técnico.
—Mmm —hizo, inclinándose un poco hacia mí—. Igual quedaba lindo.
—¿Qué?
—Tú. En sus brazos. Casi parecía una película.

Me quedé mirándolo, tratando de encontrar sarcasmo, pero solo había un brillo raro en sus ojos. Celos. No creo.
Y eso me desconcertó más que cualquier hashtag.

—¿Estás… celoso? —pregunté, en voz baja.
Boris soltó una risa corta. —No, claro que no. ¿Por qué estaría celoso de mi novia falsa?
—Perfecto, porque tu novia falsa está considerando darte un unfollow en la vida real.

Él sonrió, esa sonrisa entre divertida y desafiante. —Muy tarde. Ya estamos en tendencia.
—Eres insoportable.
—Y tú adorable cuando te enojas —susurró.

Silencio.
Mis mejillas ardieron. Él se dio cuenta, claro. Siempre se da cuenta.

Antes de que pudiera decir algo más, el timbre sonó, todos corrimos literalmente al aula.

Entramos al aula y me dejé caer en mi asiento, justo al lado de Boris.
Sí, mi compañero de laboratorio. Mi tormento con patas.

La voz del profesor retumbó en el aula.
—¡Atención! Taller nuevo de biología.

Todos bufaron como si les hubiera anunciado el fin del recreo (que, en efecto, acababa de pasar).

El profesor repartió unas hojas con cara de pocos amigos.

—Ahí tienen las pautas y las preguntas del taller —dijo, mientras dejaba los papeles sobre nuestras mesas—. Trabajarán con su compañero de asiento.

Y ahí fue cuando mi alma decidió abandonarme otra vez.

Boris giró apenas la cabeza, con esa sonrisa que parece salida de un comercial de pasta dental y destrucción emocional.
—Tranquila, Osita. Prometo no publicar nada esta vez.
—Más te vale.
—A menos que me tienten.
—¡BORIS! —le espeté, y él soltó una risa baja, como si acabara de ganar otra batalla invisible.

Desde el fondo, mis amigas me observaban con esas caras de “esto va a estar bueno”.
Y sí, probablemente lo estaría.
Demasiado bueno... o demasiado desastroso.

El profesor dejó la última hoja sobre su escritorio y anunció:
—Tienen toda la hora para avanzar con el taller. Quiero verlo terminado antes del timbre.

Perfecto. Una hora. Sesenta minutos. Tres mil seiscientos segundos… de tortura junto a Boris.

Me acomodé en mi silla, saqué mi lápiz y traté de parecer una persona funcional.
—Ok, a ver —dije, leyendo la primera pregunta—. “Explica la función de las enzimas en el proceso metabólico.”
Bostecé mentalmente.
—Fácil, lo busco en Google.
—O puedes escucharme —murmuró Boris sin levantar la vista—. Y te juro que aprendes más rápido que copiando definiciones genéricas.

Lo miré de reojo.
El chico tímido de biología sonaba como si diera clases particulares en Hogwarts.
Mientras hablaba, dibujaba un esquema en la hoja con una precisión casi artística. Cada palabra tenía sentido. Cada ejemplo me hacía pensar: ok, este tipo literalmente respira mitocondrias.

—¿Por qué sabes tanto? —pregunté, sincera, aunque con tono de burla.
—Porque me gusta entender lo que nadie nota —respondió, sin dejar de escribir.
—Qué poético.
—Qué sarcástica.

Rodé los ojos, pero una sonrisa se me escapó.
En serio, ¿quién era este Boris y por qué no lo había visto así antes?

A mitad del taller, sentí la vibración del celular en mi falda.
Lo miré disimuladamente.
Una notificación.
Una foto mía. Entrando a la escuela esa mañana. Y justo detrás, Boris.
Arriba, el texto decía:




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