—Definitivamente tú eres un caos andante —dijo Boris, aparcando su camioneta frente a mi casa.
—Claro, porque soy yo la que se desnuda en fiestas —le solté con sarcasmo nivel defensa automática.
Él negó con la cabeza, saliendo del auto con una sonrisa de esas que te dan ganas de lanzarle una chancleta.
—¿Disculpa? —le dije al verlo caminar hacia mí—. No vas a entrar.
Se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor.
—Auch. Que tu novia te diga eso... duele. Creo que estoy empezando a sangrar.
—¿Tu novia? —esa voz... esa maldita voz maternal sonó como trompeta del juicio final.
Volteé tan rápido que casi me da un tirón en el cuello.
Allí estaba. Mi madre. Con dos bolsas de supermercado, mirándonos como si acabara de descubrir un sacrificio satánico en la puerta.
Y claro, Boris estaba tirado en el suelo, porque en mi ataque de pánico lo empujé.
Él soltó un "mierda" bajito mientras intentaba levantarse.
—¡MAMI! —grité, agitando los brazos, intentando distraerla con mi caos natural.
—Silencio, Lina —dijo mi madre, entregándome las bolsas sin despegar los ojos de Boris.
Cada paso suyo hacia la puerta sonaba como el preludio de mi funeral.
Abrió, giró y dijo:
—Adentro.
Tragué saliva. Miré a Boris, que tenía la cara de un tipo que ya vio su vida pasar en cámara lenta.
—Hoy llegó mi final —susurré trágicamente.
—Entra, Chico. Tenemos que hablar —dijo mamá, con ese tono que haría confesar hasta al FBI.
Yo intenté decir algo, pero su mirada fue suficiente.
—Sí, señora… —murmuró él, resignado.
Apenas crucé la puerta, tecleé en mi celular:
YO: "Es momento de escribir mi testamento."
Cali: "¿Necesitas testigos?"
YO: "AMIGAAAA EMERGENCIA 9SOSMADREN."
Cali: "Voy en camino, 45 minutos. Si no respondes, heredo tu mochila de BTS."
—Guarda el teléfono, Lina —dijo mamá sin siquiera voltear.
Guardé el móvil tan rápido que casi me lo trago.
Me senté al lado de Boris, intentando parecer una persona decente y no una fugitiva emocional.
—Mami... —empecé con voz de niña buena.
Ella lo interrumpió.
—¿Cómo te llamas?
—Boris, señora. Boris Martínez. Estoy con Lina en el instituto... compartimos clases.
—¿Eres el novio de mi hija?
Yo abrí la boca para negar, pero el mártir del siglo XXI dijo:
—Sí, señora. Lina es mi novia.
Casi me caigo del sofá.
Mi madre lo observó con una calma que daba miedo.
—Muy bonito. Pero Lina no tiene permitido tener novio.
—Perdón, yo no quise—
—No me interesa —lo cortó—. Lina no tiene padre ni hermano, pero eso no hace falta, porque yo soy su madre. Y eso significa que no quiero novios en mi casa. ¿Entendido?
—Sí, señora —dijo él, bajando la cabeza.
—Gracias por tu tiempo. Ahora, por favor, retírate y no vuelvas más.
Boris se levantó, miró hacia mí... y dijo:
—Sé que suena tonto, pero su hija es extraordinaria. No hay nadie más que me haga sentir que todo lo malo desaparece con solo mirarla.
Y se fue.
Yo lo vi marcharse, mientras mi madre cruzaba los brazos.
Y ahí lo supe: acababa de protagonizar el episodio piloto de “Lina y el novio prohibido”, temporada 1: Destino, el castigo eterno.
Nunca en mi vida había querido ser adoptada por extraterrestres hasta ahora.
La cena fue un interrogatorio digno del FBI: mi madre preguntaba, yo respondía con monosílabos, y cada palabra mía parecía aumentarle una arruga nueva.
—Así que “Boris Martínez” —repitió por quinta vez mientras cortaba su filete como si fuera él—. ¿Desde cuándo te gustan los chicos con cara de problema?
—No me gustan los problemas —respondí rápido—. Solo los atraigo, como los mosquitos a la luz.
No se rió. Obvio. Ni siquiera parpadeó.
Subí a mi habitación en modo drama queen y marqué a Cali por videollamada.
Apareció con una mascarilla verde, un rodete y un paquete de papas en la mano.
—Actualízame —dijo, sin saludar.
—Murió. Todo. Mi reputación, mi libertad y probablemente mi WiFi.
—¿Tu madre te gritó?
—No. Eso es lo peor. Me habló con ese tono de “te quiero, pero si sigues respirando te entierro viva”.
Cali se atragantó de la risa.
—Dime que Boris dijo algo ridículo.
—¡Obvio! Soltó un discurso romántico delante de ella. Que yo era “extraordinaria”.
—Ay no... —se tapó la boca—. Se hundieron los dos.
Antes de que pudiera seguir quejándome, mi teléfono vibró con un mensaje.
BORIS: “¿Tu mamá ya puso mi foto en la lista de los más buscados?”
YO: “Sí, justo debajo de los delincuentes peligrosos.”
BORIS: “Wow. Siempre quise ser parte del crimen organizado.”
YO: “Perfecto, porque mi madre planea tu ejecución pública.”
Cali casi cae de la silla de la risa.
—Lina, ese chico te gusta.
—¡No! —mentí con el descaro de una profesional.
—Ajá, y yo soy la reina de Inglaterra.
Suspiré y me tiré en la cama.
—Lo peor es que ni siquiera somos novios de verdad, y ya tengo problemas de suegra.
Cali rió más fuerte.
—Tranquila, las redes ya decidieron por ti.
—¿Qué? —pregunté, frunciendo el ceño.
Ella me mostró su pantalla y ahí estaba: una foto mía saliendo de la escuela con Boris, ambos riendo.
Debajo, un texto enorme y rojo:
#TeamBoris ❤️ subió al 78%
Solté el teléfono y me tapé la cara.
—Perfecto. El internet me embarca en una relación que mi mamá ya destruyó en diez minutos.
Cali rió tanto que casi se cae del sillón.
Yo solo pensé: si esto sigue así, para fin de mes me van a poner fecha de boda por TikTok