Definitivamente, la vida me odia.
Cali estaba en modo “mamá espiritual” mientras yo miraba la nota de mi examen de química.
Un hermoso y brillante 3.
Estaba segura de que HOLK me había restado puntos hasta por respirar.
—Tranquila, Lina, puedes pasarlo en reparación —me dijo, acariciándome la cabeza mientras yo me arrastraba por la mesa del comedor de la escuela.
—Eso es lo peor, Cali. No entiendo ni papa. Si no logro sacar al menos un ocho, estoy muerta. Literal —dije, dramatizando como si me hubieran condenado a muerte por combustión química.
—Puedes pedirle ayuda a Sonia —sugirió ella con voz de consuelo.
—¿Sabes que Sonia está de viaje y el examen es en dos días, verdad? —dije abrazando mi teléfono como si fuera mi única esperanza académica—.
Mi vida académica acaba de fallecer. Hora de redactar la esquela.
—Ya sé —dijo de repente, con una sonrisa demasiado entusiasta para mi gusto—. ¿Qué tienes que hacer hoy?
—¿Además de llorar y ver mi serie? Nada. Y justo iba a llegar la mejor parte, el detective Franco está a punto de descubrir quién…
—¡Lina, concéntrate! —me cortó, rodando los ojos.
—Está bien, nada que hacer —resoplé resignada.
—Perfecto. Te espero a las cinco en la biblioteca pública.
—¿Para qué? ¡Tú no sabes nada de química!
—¿Quién dijo que te iba a ayudar yo? —preguntó con un guiño misterioso mientras sonaba el timbre.
No me dio tiempo a insistir.
Y claro, como soy Lina contra el mundo, me tocaba Biología nuevamente.
Me senté más recta que un palo de escoba mientras él entraba con Teo y Nacho, riendo, auriculares puestos, como si fueran protagonistas de su propio videoclip.
¿Quién habla con amigos y escucha música a la vez? No entiendo esa lógica.
—Oh, hola, Lina —me saludó Nacho, deteniéndose un segundo frente a mí.
—¿Cómo sigues del golpe? —preguntó Teo, recordándome mi glorioso accidente en educación física.
—Bien, gracias, ya casi recuperada —respondí con dignidad fingida.
Ellos siguieron a sus puestos.
Y Boris… con esa sonrisa que mezcla “sé que te molesto” y “me encanta hacerlo”.
—Hola, mi novia fugitiva.
Yo cerré los ojos.
—No empieces.
—No iba a hacerlo —dijo, alzando las manos—. Solo quería agradecerte.
—¿Por qué?
—Tu mamá me dio más miedo que todos mis exámenes de física juntos.
Lo miré de reojo, sin poder evitar reírme bajito.
—Te lo merecías.
—Posiblemente. Pero si te sirve de consuelo, no pienso rendirme tan fácil.
Yo iba a responder con algo sarcástico, pero entonces el profesor habló:
—Muy bien, chicos. Hoy haremos un pequeño examen en parejas para ver el progreso.
Y así, oficialmente, el universo confirmó que me odia.
El salón entero soltó un “¡noooo!” digno de película de terror.
Excepto Boris, que seguía impasible, como si ya supiera el destino de todos.
El profesor dejó las hojas. Cuatro para cada mesa.
Boris me pasó una y, sin pensarlo, empezó a responder con una velocidad sobrenatural.
Lo juro: sus manos se movían tan rápido que parecía que escribía con WiFi.
En menos de cinco minutos tenía dos hojas llenas y, en la tercera, ya estaba dibujando una célula y una neurona. Y no por presumir, pero dibujaba demasiado bien.
—Señorita Lina, el examen es en pareja, para ayudar a su compañero, no para quedárselo viendo —dijo el profesor en tono acusador.
Todo el salón rió.
Yo quería evaporarme, convertirme en vapor de agua y desaparecer por el tubo del aire acondicionado.
Boris me pasó las hojas sin mirarme.
—Pon los nombres —dijo simplemente.
Y cuando terminé, añadió:
—Puedes entregarlo. —Se levantó con toda la calma del mundo.
Lo vi alejarse y pensé: ¿Y a este qué le picó? ¿Desayunó sabiduría con café?
Entregué el examen y salí tras él, pero no lo encontré en ningún lado.
Entonces, mi teléfono vibró.
Una notificación.
Un video.
Le di play rezando que no fuera otro meme o un virus.
Pablo y Boris estaban en el estacionamiento del colegio, frente a frente, discutiendo. No se escuchaba bien, pero por el lenguaje corporal… no estaban hablando de física cuántica precisamente.
Y justo debajo, los hashtags:
#Pelea #BorinaEnProblemas #LinaYBoris #LinaYPedro #TriánguloAmoroso
Una foto congeló mi respiración: Pedro y Boris, tomados de la camisa, a punto de golpearse.
—¿Pero qué…? —susurré.
Y ahí, oficialmente, supe que mi toda mi vida se había convertido en una telenovela de supervivencia emocional.