Ositos de Felpa.

Capítulo 12 — “Entre libros y golpes”

Llegué en taxi, porque claro que la biblioteca pública tenía que estar lejísimos de mi casa. Mi madre me había dicho: "Lina, ve a estudiar... y si no, el cementerio te espera". No lo dijo Litreal, claro, pero se sintió igual.

Cali estaba en la puerta, texteando y riendo como si ya supiera algo que yo no.

—Por favor dime que trajiste helado —le rogué acercándome.

Ella guardó el teléfono, abrazó mi brazo y me arrastró dentro. Caminamos entre los estantes hasta llegar a los cubículos privados del segundo piso.

—Nunca había venido a este piso —dije, un poco impresionada.

—En serio, es el mejor —respondió ella con una sonrisa enorme, como si guardara un secreto que no revelaría ni aunque la torturaras.

Me arrastró por los estantes hasta una mesa de cubículos privados para dos.

—Esta es una nueva área para tutorías. Puedes estudiar tranquila con tu profesor sin que nadie te moleste. Es muy popular entre los estudiantes, ¿sabes?

—Lo noto —dije, observando a varios chicos y chicas “estudiar”, o bueno… si es que se podía llamar estudiar a tener las bocas ocupadas y los libros completamente olvidados sobre la mesa.

—Vamos, siéntate y saca tus cosas —dijo Cali, entusiasmadísima.

Saqué mi cuaderno de química y el libro con el que HOLK nos tortura.

Y mi profes... — dije buscando mi teléfono

—Lina? —esa voz. Esa que últimamente solo traía problemas.

Boris estaba parado detrás de mí, mirándome con la misma cara que yo debía tener: la del horror absoluto.

—Tú eres qui... —intenté empezar.

—Sí, Lina necesita ayuda urgente con química. Y mira que es buena alumna, así que los dejo —dijo Cali, la traidora, antes de desaparecer corriendo como si la persiguiera la Interpol.

—Está muerta —susurré.

Boris suspiró, pero antes de que se sentara yo hable:

—Me voy, esto no es necesario —dije, guardando mis cosas como si escapara de un incendio.

Él cruzó los brazos. Estaba claro que Boris no era un chico muy atlético pero se notaba un poco en sus brazos que si hacia algo de deporte.

—Sí… Pedro es mejor profesor, ¿no? —dijo con sarcasmo—. Seguro te enseña química con flexiones de brazo.

—¿perdón? —le pregunté, incrédula.

Él solo se dio la vuelta y salió con paso rápido. ¿Quién se creía?

Salí corriendo tras de él y, como siempre, el universo decidió que mi dignidad tenía fecha de vencimiento.

Doblé por el pasillo y choqué de frente con alguien. Algo metálico sonó —un carrito de libros— y, un segundo después, yo estaba en el suelo, de cara al desastre. Literalmente.

—¡Auch! —gemí, mientras las lágrimas amenazaban con salir. Los libros estaban desparramados por todas partes, y entre ellos, la chica que menos quería volver a ver en este planeta.

Cristina.

Sí, esa Cristina. La misma que estaba debajo de Boris en esa fiesta donde mi vida social se fue por el inodoro y se volvió viral en TikTok.

—¿Lina? ¿Estas bien? —dijo ella, con una sonrisita nerviosa y el descaro de quien sabe que tiene toda la culpa del apocalipsis.

Yo quería lanzarle un diccionario en la cara. De preferencia, el de química orgánica.

—¿Duele? —escuché la voz de Boris detrás de mí, acercándose.

Perfecto. Justo lo que faltaba.

—Solo un poco... —traté de sonar valiente.

Cristina lo miró con una mezcla de sorpresa y picardía, esa mirada de “ya nos conocemos” que me revolvió el estómago.

—Llamo una ambulancia —dijo ella, inclinándose hacia mí, demasiado amable, como si quisiera limpiar su karma.

—No, yo me encargo —dijo Boris, agachándose.

Y sin más, me cargó al modo esas series turcas donde los hombres salvan a la protagonista de un destino trágico (o en mi caso, de un carrito asesino de libros).

Sentí el calor subir a mis mejillas y quise desaparecer, pero cuando su brazo rozó la zona del golpe, solté un pequeño quejido.

—Lo siento —susurró él, con voz baja, casi culpable.

Para disimular mi humillación, escondí la cara en su cuello.

—Tranquila, estás bien —añadió, y juro que lo dijo con tanta suavidad que por un segundo olvidé que acababa de tener un accidente frente a la misma chica con la que mi supuesto novio había destruido mi vida social.

Universo, ya puedes venir por mí.

Cristina se quedó ahí, mirándonos, con una sonrisa tan dulce y la vez coqueta.

—Qué rápido te recuperas, Boris —dijo con una risita venenosa.

—No empieces, Cris —respondió él, sin mirarla.

Me subió a su camioneta y condujo rápido... casi como si estuviéramos en "Rápidos y Furiosos 11" y los varitas mágicas de Harry Potter fueran proyectiles.

De repente frenó en seco. Mi frente estuvo a punto de estrellarse contra el vidrio, pero él metió su mano justo a tiempo.

—¿Siempre conduces como si tuvieras una bomba en el maletero? —le dije, temblando.

—Solo cuando la bomba habla —respondió sin despegar la vista del camino.

Genial. Sarcástico y protector. Un combo peligroso.

Bajó el vidrio y gritó, groserías a otra chica que estaba cerca. Nunca había visto a Boris en modo rebelde. Para que te hagas una idea: normalmente es el chico callado, conocido como el "ninja del promedio 9.9". Silencioso, amable, tranquilo... pero con un lado inesperadamente agresivo.

Después de unos segundos, se estacionó frente a un pequeño edificio con un letrero: “Clínica Veterinaria León”.

—¿Una clínica veterinaria? —pregunté, horrorizada.

—Tranquila —respondió él, bajando del auto y me volvió a cargar. Entramos y pasando frente a una vieja señora en la recepción, que ni nos miró.

— ¿Me vas a poner una vacuna antirrábica también? — No respondió.




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