—Esta crema y estos analgésicos. Y por favor procura no correr dentro de bibliotecas —dijo el joven doctor, entregándome una pequeña receta que Boris arrancó de mis manos con la destreza de un ninja.
—Gracias… supongo —dije, deseando que la camilla se tragara mis vergüenzas en lugar de mí.
El doctor me miró de arriba abajo, luego a Boris, y luego otra vez a mí, como si intentara descifrar un acertijo.
—Tú eres la no novia de mi hermano, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa traviesa.
Me atraganté con mi propia saliva y tuve que hacer un esfuerzo para no salir disparada por la ventana.
—¿Su hermano? —tosí, intentando articular palabra sin parecer una idiota.
—Un placer —dijo, extendiéndome la mano—. Soy Braulio, el hermano mayor de Boris… y su favorito.
Lo estreché con cautela, tratando de no mirar mis propias manos temblorosas.
—¿Nos vamos? —dijo Boris, con cara de “por favor, trágame tierra ya”.
—¿Brian ya la conoce? —preguntó Braulio, con esa sonrisa que grita “voy a divertirme a costa tuya”.
—No es tu problema —respondió Boris, impasible.
—Ajá, eso significa que no —rió Braulio, como si supiera todos mis secretos.
—¿Brian? —pregunté, confundida.
—Nuestro hermano mayor —dijo Braulio con un aire de “obvio, niña despistada”.
—¿Tienes otro hermano? —dije, incrédula—. Y yo creyendo que eras hijo único con complejo de misterio…
—Somos tres —respondió Braulio—. Los tres mosqueteros contra el mundo. Aunque, claro, yo soy el guapo.
Rodé los ojos. Boris hizo lo mismo, lo que me dio un mínimo de esperanza en mi dignidad.
El teléfono de Boris sonó. Vio el nombre y salió del consultorio, dejándonos a solas con el “hermano mayor sexy”.
—¿Lina, verdad? —preguntó, divertido.
Yo solo pude asentir.
—Bonito nombre —dijo, con una sonrisa tan grande que parecía sacada del gato de Alicia en el país de las maravillas.
Y, por alguna razón, un escalofrío me recorrió la espalda.
—Gracias… —susurré, con más cautela que cortesía.
—Y dime, ¿cuáles son tus intenciones con mi hermanito pequeño? —se levantó, cruzándose de brazos y mirándome como si evaluara cada decisión mala de mi vida.
—¿Qué? ¡Ninguna! Solo somos conocidos —dije, intentando no sonar desesperada y deseando que un agujero en el suelo me tragara.
—¿Conocidos? ¿De los que se hacen virales por infidelidad o de los normales? —rió, divertido.
Abrí la boca, buscando palabras, pero solo logré quedarme en shock absoluto.
—Relájate, Lina. Sé del escándalo. Consejo de hermano mayor: si ves a Brian… corre.
—¿Qué? —solté, incapaz de procesar cómo alguien sabía tanto de mi vida en TikTok.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió. Boris volvió.
—Tus cosas están seguras —me dijo, estirándome las manos para ayudarme a bajar de la camilla.
—Ah, sí… mi bolso, mis libros… y mi dignidad perdida en la biblioteca —murmuré mientras bajaba por las pequeñas escaleras plásticas, concentrada como si nada más importara.
El teléfono de Braulio vibró, lo tomó rápidamente, miró algo y soltó una carcajada que retumbó en toda la clínica. Boris lo arrebató con cara de “hermano molesto nivel experto”.
—Cada día es una locura nueva —dijo Boris, entregándole el teléfono y guiándome hacia la salida.
—Hermano, soy tu fan número uno —bromeó Braulio, mientras Boris cerraba la puerta tras nosotros.
Yo solo pude pensar: si sobreviví a esto, merezco un 10 extra en química… y quizás un premio por resistencia emocional.