Llegué a casa y lo primero que pensé fue: no puedo mostrarle esto a mamá…
Metí la nota de detención en el bolsillo trasero de mi pantalón, esperando que nadie la viera.
Pero entonces… el sol brillo, mi alma respiro y sentí las mariposas volando por todo el lugar.
Silencio total. Ni un solo grito, ni pasos, ni olor a café quemado.
¿Podía ser posible?
Corrí a la cocina, al baño, al pasillo.
Nada.
Y cuando subí a mi habitación, ahí estaba: una pequeña nota sobre la cama.
“Salí a hacer unas diligencias. Vuelvo rápido.
—Mamá.”
Brinqué. Literalmente.
Y después hice mi baile de la victoria mientras Manchas me miraba desde su cajita con cara de “otra vez la humana loca”.
—Duerme, bebé —susurré, tirando mi mochila en la cama.
Agarré el iPad, me tiré boca abajo y empecé a revisar Instagram.
Reí viendo los memes nuevos del grupo de la escuela, hasta que…
Pedro había subido una foto con dos boletos de cine y me había etiquetado con un #EnEspera.
Casi al instante, Boris comentó: #SueñaJugadorcito.
—¡No pasaron ni diez segundos, hombre! —grité, revolcándome en la cama.
Y entonces, como si el universo se hubiera puesto de acuerdo para seguir arruinarme la reputación, empezaron los comentarios, las etiquetas, y los memes multiplicándose como gremlins después de medianoche.
Cuando pensé que no podía ir peor, Boris subió una historia con la foto que Cali me había mandado.
Sí. Esa donde estamos demasiado cerca.
De fondo, una canción romántica y los hashtags #OsitadeFelpa y #MiOsita.
Quise lanzar el iPad por la ventana. Literalmente.
Yo: ¿Por qué le enviaste esa foto a Boris?
Cali: ¿Qué foto?
Yo: ¡No te hagas, Cali!
Cali: Amiga… fui sobornada.
Yo: Olvídate de tu regalo de cumpleaños.
Cali: Te amo, amiga. 🥰
Boris: ¿Crees que el jugador se ponga muy celoso?
Yo: Borra esa foto.
Boris: Te estoy ayudando.
Yo: ¿Ayudando cómo exactamente?
Boris: Los chicos celosos son los primeros que caen. 😉
Yo: ¿Te golpeaste la cabeza?
Boris: Ya verás, pronto estará a tus pies.
Yo: ¡YO NO QUIERO A PEDRO A MIS PIES!
Boris: Mientes. 😏
Yo: ¡NO!
Boris: Miéntele al mundo, pero no a mí. 💬
—¡Agh, lo odio! —grité, tirando el iPad al lado de mi hermoso osito.
Pero no sé por qué… volví a mirar la foto. Y una pequeña sonrisa se escapó.
—Es lindo… —admití en voz baja, abrazando a mi peluche—. Aunque sea un dolor de cabeza.
Le mostré la foto al lindo gatito.
—Mira, Manchas, ¿tú crees que se ve tan mal?
(Él no respondió, claro, solo siguió durmiendo como si mi vida amorosa no se estuviera en boca de todo el Pais).
—¡Lina! —escuché el grito de mi madre desde abajo—. ¿Ya llegaste?
Congelé.
Apagué el iPad y lo dejé en la cama, bajando las escaleras con la esperanza de que el universo me protegiera.
—Sí, mami… —dije, tratando de sonar casual mientras entraba en la cocina.
Ahí estaba: brazos cruzados, ceño fruncido, y esa mirada que haría temblar hasta al más valiente.
—¿Conseguiste quién te enseñe química? —preguntó, con tono sospechoso.
—Mami, oye… tú crees que… —empecé, con una sonrisa tímida.
—¿A dónde quieres llegar, Lina? —replicó, arqueando una ceja.
—Boris. —La palabra salió antes de poder frenarla.
—No. —Fue tajante.
—Pero mami, Boris es el mejor de la clase…
—¡NO, LINA!
Y ahí fue cuando me cansé. De su sobreprotección, de su control, de sentir que no confiaba en mí.
—¡YO QUIERO QUE EL ME ENSEÑE! —grité.
—¿SEGURO QUE QUIERES QUE TE ENSEÑE QUIMICA O SOLO QUIERES SUS LABIOS SOBRE LOS TUYOS?
—¿Y SI FUERA ASI QUE? —disparé sin pensar.
El silencio duró apenas un segundo antes de sentir el golpe en mi mejilla.
—¡Sube a tu habitación! ¡Y no vas a salir hasta que cumplas treinta años! —gritó, temblando de furia.
Con la mano en la cara, subí corriendo las escaleras, las lágrimas cayendo sin control.
Me tiré en la cama, abracé a mi osito y lloré, no solo por el golpe… sino porque, una vez más, mi mamá no confiaba en mí.
Supe que habian pasado unas horas cuando:
La puerta se abrió y una bandeja asomó por el umbral. Después entró mi madre con paso decidido. Me di la vuelta para no verle la cara y seguí apretando al osito contra el pecho.
—Ay, hija —suspiró—. —pasó sus manos por mi cabello con ternura—. Lina, te amo. Eres mi hija; solo quiero lo mejor para ti. Haría lo que fuera por ti.
Apreté el peluche con más fuerza, sin atreverme a mirarla.
—Te preparé tu cena favorita —dijo, dejándome las empanadas en la mesa—. Empanaditas de carne mechada. —Me dio un beso en la cabeza—. Cuando crezcas, entenderás, princesa.
Durante un segundo creí que todo iba a volver a la calma. Sentí cómo el peso de mi madre se levantaba de la cama y el colchón recuperaba lentamente su forma. Por un instante, pensé que todo había terminado, que tal vez me dejaría tranquila. Escuché sus pasos alejarse, el leve roce de sus zapatos contra el suelo… y entonces, el silencio.
Justo cuando me permití soltar un suspiro, su voz volvió a llenar la habitación, firme y punzante:
—¿Qué traes en el bolsillo, Lina? —preguntó con esa calma que asusta más que un grito.