Ositos de Felpa.

Capítulo 20— “Helado derretido y decisiones peligrosas”

La mañana empezó con el tipo de silencio que ni el reloj de la cocina se atrevía a romper.
Mi madre y yo estábamos sentadas frente al desayuno más incómodo del universo. Ella con su taza de café, yo con mi pan tostado que ya parecía cartón.

Ni una palabra.
Ni una mirada.

El único sonido era el “tic tac” del reloj, marcando los segundos de mi penitencia.

—Hay arepitas en la nevera si te da hambre más tarde —dijo finalmente, sin levantar la vista del ipad.

—Ajá —murmuré, picando mi pan sin ganas.

El ambiente era tan incómodo que el aire se sintió pesado, como si también estuviera molesto.

Cuando terminé, me levanté, lavé mi plato sin decir nada y fui directo a la puerta.
—Hoy salgo tarde —dijo mi madre de pronto, su voz más seria de lo normal—. Tengo una Reunión importante en la empresa. No llego hasta la noche.

—Ok. —Fue lo único que respondí antes de cerrar la puerta.

Y así, sin despedirme, salí.
No porque quisiera ser grosera… sino porque si me quedaba un segundo más, terminábamos gritándonos otra vez.

El viaje a la escuela fue largo, sin mis auriculares puestos, me sentía tan molesta. Miré por la ventana mientras el bus avanzaba, y por primera vez, sentí que necesitaba respirar sin que alguien me dijera cómo.

Al llegar, me di cuenta de que el rumor sobre “Boris y yo” ya estaba perdiendo fuerza. Solo unas cuantas miradas curiosas y un par de risitas ahogadas. Nada que un día sin meterme en líos no pudiera arreglar.

Me escondí de Boris toda la mañana.
Lo vi en el pasillo, en el laboratorio, hasta en la máquina de refrescos… y cada vez que lo veía, daba media vuelta y desaparecía. No tenía energía para sus bromas ni sus sonrisas de “todo saldrá bien”.

A la hora de salida, Cali apareció con su eterna sonrisa y su energía solar.
—Helado. Ahora. Es una orden médica —dijo, tomándome del brazo.

Y así terminamos en nuestra heladería favorita, con dos copas gigantes frente a nosotras y un silencio cómodo que solo las mejores amigas pueden tener.

Bueno, hasta que ella habló.

—Lina, ¿me vas a contar qué pasa o piensas hipnotizar al helado con la mirada? Se está derritiendo, y tú también, por cierto. —Me observó con cara de “te lo saco aunque sea con amenazas”.

—Na… —intenté fingir que todo estaba bien.

—Ni se te ocurra. Tienes los ojos más hinchados que un sapo en clase de natación —dijo Cali, arqueando una ceja.

Solté un suspiro.
—Discutí con mi mamá anoche.

—¿Feo?

—Muy feo.

Ella me miró con ternura, sin decir una sola palabra. Su silencio pesaba más que cualquier consejo; era de esos que te empujan a soltarlo todo.

—Me pegó una cachetada —confesé, apenas en un susurro.

Cali se inclinó hacia mí, tomó mis manos sobre la mesa y las apretó con cuidado.
—Lina… lo siento. ¿Fue por Boris? —preguntó en voz baja, como si temiera la respuesta.

—No... bueno... sí... pero... —balbuceé, sin saber ni por dónde empezar.

—Lina —repitió, con ese tono que usaba cuando no me dejaba escaparme de nada—. Habla ya.

—Fue por Boris —terminé diciendo, soltando un suspiro—. Mi madre está en modo anti-Boris desde que escuchó la palabra novia en una frase. Piensa que soy una loca que no sabe lo que hace.

—¿Tu mamá sabe...? —Casi escupió el helado, abriendo los ojos como si acabara de ver un fantasma.

—¡No! —dije rápido, negando con fuerza—. Ella piensa que Boris es mi novio de verdad.

—Ah... entonces está en modo mamá osa con complejo de leona —dijo, asintiendo como si todo cobrara sentido—. Tu mamá es intensa, pero vamos a decir que te ama demasiado.

—Sí, pero no escucha —murmuré, mirando la mezcla derretida de helado en mi vaso—. Cree que si me encierra, todo se arregla.

Cali suspiró, mirándome con una mezcla de ternura y frustración.
—Entonces… ¿vas a rendirte?

La miré fijo.
—No. Estoy cansada de que decida por mí, de que crea que no puedo elegir. Esta es mi vida, y voy a hacer las cosas a mi manera.

Ella levantó las cejas, divertida.
—Eso suena peligrosamente rebelde… y honestamente, me gusta.

Solté una pequeña risa, la primera en todo el día. Era lindo tener a alguien que me entendiera. Cali era un sol, pero de esos de la tarde, cálidos y tranquilos, los que te gusta mirar sin que te quemen.

—Mañana es el examen de química —dije finalmente, intentando sonar seria pero con la voz temblando—. Necesito pasarlo, Cali… Si no, voy a reprobar la materia.

Mi garganta se cerró. Sentí el nudo subirme al pecho.

—Puedo ayudarte un poco, pero ya sabes que mi química es más emocional que científica —bromeó, guiñándome un ojo.

—Entonces necesito un favor.

—Pide por esa boquita.

—¿Puedes decirle al gran profe de química que me vea en 20 minutos en la biblioteca? —pregunté, con una sonrisa traviesa.

Cali sonrió igual.
—Eso suena a trampa, y me encanta.

Sacó su teléfono, escribió algo rápido y lo guardó.
—Listo. Ya está hecho.

—Perfecto. —Tomé mi mochila, sintiendo una pequeña chispa de emoción—. Nos vemos mañana.

—¡Cuídate! —gritó ella mientras me alejaba.

No miré atrás.
No podía.
Porque por primera vez, no iba a hacer lo que mi madre quería…
Y aunque una parte de mí temía lo que vendría después, otra parte —una que nunca había escuchado antes— sonreía.




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