Max se levantó y le dio una palmada en el hombro a Boris. Luego me guiñó un ojo y salió con una sonrisa.
Boris soltó el aire, como si hubiera estado conteniendo algo enorme en el pecho.
—Escucha, Lina… sé que no te debo explicaciones de mi vida, como tú tampoco me las debes de la tuya —me dijo con el tono serio pero no frío —. Pero, en serio, no soy tan mierda ¿sabes?
Lo miré a los ojos, nerviosa. Había algo en su mirada que me revolvía el estómago. ¿Serán esas famosas mariposas de las que todo el mundo habla? No lo creo… o sí.
—Boris, yo… —intenté decir algo, pero ¿qué se supone que le dices al chico que no es tu novio y al que acabas de darle una escena de celos digna de telenovela?
—Lina sé lo que pasó por tu cabeza cuando viste esa foto —me interrumpió.
—¿Ah, sí? —pregunté, mordiéndome el labio interior.
—Aunque no lo creas, la historia del “novio infiel” no es precisamente guay entre las chicas —suspiró, frotándose la nuca.
—¿Qué? —No entendía nada.
—Mira, lo último que quería era que nuestra vida se fuera por el drenaje y se volviera viral en TikTok. Y créeme, convertirme en el “novio infiel de Lina” no estaba en mi lista de deseos. No sería tan estúpido de besar a una chica en un lugar lleno de gente que nos conoces a dos ¿no?
Mi mente era un caos.
—¿No? —repetí apenas.
—No, Lina. —Su voz bajó un poco—. Quiero que las cosas entre nosotros no se vuelvan raras. Lo último que quiero es drama. Sé que te gusta el jugadorcito, y que él también siente algo por ti. No quiero ser el mal tercio en eso.
Me quedé muda ¿Qué? ¿Ahora él creía que yo estaba colada por Pedro? ¡Por favor! ¿Acaso los chicos no saben interpretar nada?
—¿Te parece si lo dejamos aquí? —dijo finalmente.
—¿Me estás terminando? —pregunté casi sin aire.
—Bueno… prácticamente tú y yo no somos nada —respondió, rascándose la nuca otra vez.
—Cierto… —susurré—. Pero, ¿y lo de “no quedar mal”?
Se encogió de hombros.
—Aceptare lo que digan no me va a matar.
—Pero...
—Tranquila, Lina. Tú y yo sabemos la verdad. Es lo que importa.
No sabía si quería gritarle o llorar. Después de todo el escándalo, las historias, los chismes… ¿ahora me estaba dejando? ¿Así, sin más? ¿A mi?
—¿Me estás dejando por esa chica? —pregunté, alzando la voz.
—¿Qué? —me miró sorprendido.
—O por Cristina —dije cruzándome de brazos.
—Por supuesto que no —respondió, casi ofendido.
—Ajá… —mascullé, dando un paso hacia la puerta.
—Lina, lo último que quiero es que tengas problemas con tu mamá —dijo en un susurro.
—¿Mi mamá? —fruncí el ceño.
—¿Por qué lloraste anoche? —preguntó de golpe.
—¿Qué? No lloré —respondí demasiado rápido.
—Lina, llegaste con los ojos rojos y la cara hinchada. Estás castigada y te quitaron el teléfono.
—Eso no tiene nada que ver…
—Sí tiene —dijo bajito—. Si yo no te hubiera metido en este juego, nada de eso habría pasado.
—Espera —levanté las manos frente a él, como si intentara detener una ola—. No tienes la culpa de nada. Primero, tú no fuiste quien le dijo a Cristina "estás encima de mi novio". Segundo, que mi mamá sea una sobreprotectora loca no es asunto tuyo. Y tercero… no me gusta Pedro. O sea, sí, es lindo, ¿quién no se deslumbra con un chico así? Guapo, con buen cuerpo… y besa bien. —Sentí cómo mi boca se movía sin control—. O sea, no es que tú beses mal, claro, no puedo saberlo porque… bueno, no te he besado. Aunque Marco tampoco besa mal, ¿sabes? Claro que eso es relativo, depende del momento y del…
—¿Te besaste con Pedro? —preguntó, interrumpiéndome con el ceño fruncido.
—Bueno, no es que me besara, fue en una de esas fiestas de los jugadores —intenté aclarar, pero ya estaba colorada—. En un reto tuvo que besarme, y más tarde… bueno, terminamos contra una pared. Culpo al alcohol. Gracias al universo que la policía llegó y no...
No terminé la frase.
Boris se acercó de golpe y sus labios chocaron con los míos.
Fue un beso corto, inesperado, de esos que te roban el aire y te dejan sin saber si seguir hablando o cerrar los ojos. Yo me quedé inmóvil un segundo, tratando de procesar lo que acababa de pasar.
—Esa… —dije casi sin voz— esa es una buena forma de callarme.
Él sonrió, apenas.
—Funciona mejor que pedirte silencio —susurró.
Y esta vez fui yo quien se inclinó. No lo pensé, no lo planeé, simplemente pasó. Lo besé, más firme, más consciente. Y él no se movió ni un centímetro: me devolvió el beso igual.
Cuando nos separamos, sentí las mejillas ardiendo.
—Yo… —balbuceé, buscando una excusa lógica que no existía— esto fue... o sea… no sé qué fue esto.
Boris alzó una ceja, divertido.
—Un accidente muy bien ejecutado, supongo.
—Ajá… claro —murmuré, intentando sonar segura mientras mi corazón hacía maratones olímpicos.
Me separé un poco de él, apenas lo suficiente para respirar. Me arreglé el cabello detrás de las orejas o eso intenté, porque me temblaban las manos y, como toda cobarde, abrí la puerta y salí rápido sin mirar atrás.
Ni idea de hacia dónde iba. Solo sabía que mis piernas parecían de gelatina, mis labios todavía ardían y mi corazón latía tan fuerte que sentía que cualquiera podía oírlo.
En mi cabeza una sola pregunta se repetía una y otra vez, como un eco imposible de apagar:
¿Qué carajos acaba de pasar